Historia
MonterÃa: historia de la ciudad de las Golondrinas
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Muchas fuentes documentales presentan a don Juan de Torrezar DÃaz Pimienta como el fundador de MonterÃa, quien bautizó la ciudad con el nombre de San Jerónimo de Buenavista. Algunas publicaciones de historia de MonterÃa divulgaron esta versión, aunque más adelante se señaló una posterior refundación por parte de Antonio de la Torre y Miranda con el nombre de San Jerónimo de MonterÃa.
En el año de 1987, en la GuÃa TurÃstica, editada por la Oficina de Fomento y Turismo de Córdoba, y en el libro Córdoba Su gente Su Folclor, de Guillermo Valencia Salgado -El Goyo-, se hace igual aseveración. Finalmente, José Manuel Vergara y José Luis Garcés, en la MonografÃa de Ciénaga de Oro, impresa en 1998, ubican en suelo sinuano a Juan de Torrezar DÃaz Pimienta, como fundador de San José de Ciénaga de Oro. Además, colocan a éste como subordinado de don Antonio de la Torre y Miranda.
Es verdad que no se tienen evidencias sobre la presencia fÃsica de don Juan de Torrezar DÃaz Pimienta en territorio sinuano. Para la época de la fundación de MonterÃa, 1º de mayo de 1777, el mariscal don Juan de Torrezar DÃaz Pimienta, ex coronel del Regimiento de Zamora y caballero de la Orden de Carlos III, era el Gobernador de Cartagena de Indias. Él fue quien ordenó la fundación y refundación de las poblaciones dispersas en la toda la provincia de Cartagena, especialmente en la zona de influencia de los rÃos Sinú y San Jorge, y para tal fin comisionó al joven oficial don Antonio de la Torre y Miranda.
En este punto, vale la pena recordar que en la fecha del relato don Juan de Torrezar DÃaz Pimienta era ya un anciano. De la gobernación de Cartagena pasó a ser nombrado virrey de la Nueva Granada en 1782, cargo del cual no pudo posesionarse ya que murió el mismo dÃa que llegó a Santafe de Bogotá, vÃctima de una fulminante enfermedad infecciosa que le hacÃa emanar pus por los orificios naturales, según el parte médico.
Hasta la primera mitad del siglo XX el transporte en lo que es hoy el departamento de Córdoba se hacÃa a todo lo largo del rÃo Sinú -desde Tierralta hasta Lorica-, y de allà a los puertos de la costa atlántica colombiana, especialmente Cartagena. Con la creación del departamento de Córdoba en 1951 -y el inicio de su vida administrativa el 18 de Junio 1952-, se inició una era de progreso para la región y se adelantó la construcción de importantes tramos viales, como la Troncal de Occidente, lo que permitió entonces su rápida comunicación con los otros destinos de Colombia.
Desde el 20 de julio de 1938, MonterÃa cuenta con un puerto de atraque en la orilla derecha del rÃo Sinu, a la altura de las calles 34 y 35, que durante su época de esplendor vivió una gran actividad tanto en el transporte de pasajeros como de carga. De esos tiempos, aún se recuerda la tragedia de la lancha Ciudad BolÃvar -antes MontelÃbano- que naufragó el 28 de septiembre de 1946 y en donde se ahogaron -entre otros- Fernando Corena, Everardo Cordero -con su esposa y dos hijos-, y José Chaker.
Antes -en 1843-, el escritor francés Luis Striffler nos describÃa su llegada a MonterÃa por vÃa fluvial, una albarrada artificial en ese mismo sitio, en donde se veÃan grandes embarcaciones cargadas solamente de naranjas que eran enviadas a Cartagena. Y era que cada casa se encontraba colocada a la sombra de un bosque de naranjos -según la narración de Strifller-. Hoy, del puerto queda muy poco, y el rÃo sólo es surcado por los planchones y pequeñas canoas de remos.
Durante muchos años fue conocida como la Ciudad de las Golondrinas por un fenómeno de migración que las congregaba por millares en los alambrados públicos. Al caer la tarde invadÃan el centro de la ciudad para dormir, causando al principio curiosidad pero convirtiéndose al final en un problema sanitario por la cantidad de excretas que diariamente caÃan sobre todo lo que estuviera debajo de ellas. Se convirtieron en el terror de los propietarios de automóviles, cuya pintura se derretÃa ante el poder corrosivo de éstas.
Durante este perÃodo surgieron innumerables anécdotas sobre la vida de las golondrinas en MonterÃa. Como la de un quÃmico local que mantuvo la expectativa durante mucho tiempo sobre la fabricación de una pomada contra la caÃda del cabello, con un ingrediente secreto extraÃdo del excremento de estos pájaros.
Un nuevo oficio surgió para evitar que las golondrinas se posaran en los cables del sector comercial, ya que los clientes evitaban transitar los sectores afectados. Hombres dotados con largas cañas de lata, a las que se ataba un trapo en la punta, vareaban a las antes ilustres visitantes. No se sabe si por esta razón, o por disminución del alimento que buscaban, a finales de los años sesenta, como las carabelas que se fueron para siempre de Cartagena -según el soneto del Tuerto López-, las golondrinas también se marcharon de MonterÃa.
Otro motivo de curiosidad eran los millares de bicicletas que circularon en la ciudad hasta la década de los sesenta. Los principales establecimientos públicos tenÃan rejillas especiales para su parqueo y eran utilizadas por personas de todas las capas sociales. Se recuerda al ex gobernador Casio Obregón Nieto, quien hasta su muerte utilizó este tÃpico medio de transporte. Su bajo costo y mantenimiento, y la facilidad de uso y de parqueo, la convirtieron en el medio de transporte ideal. Se decÃa en esas épocas -para justificar su uso-, que MonterÃa era muy grande para andar a pie y muy pequeña para andar en carro.
Con una herencia común a todas las poblaciones de las antiguas sabanas de BolÃvar, MonterÃa también realizaba las famosas Corralejas del 20 de enero, en las Fiestas del Dulce Nombre de Jesús. El lugar escogido desde 1924 era el de la Plaza MonterÃa Moderna, situada entre las carreras 4 y 5 con calles 36 y 37. Por los desmanes del público asistente, que llegaron a matar los toros que salÃan a la plaza para descuartizarlos, estas fiestas fueron prohibidas en los años setentas. En su reemplazo se propusieron otro tipo de celebraciones que no calaron entre la ciudadanÃa y que dieron punto final a estas festividades.
Una de estas fiestas fue el Festival del RÃo Sinú -impulsado por Guillermo Valencia Salgado "El Goyo"-, que fue ignorado por la ciudadanÃa monteriana y tuvo que ser suspendido, pero que sirvió de gérmen para la creación del Festival del Porro en San Pelayo.
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Fuente: Blog Historias de MonterÃaÂ
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