Historia

Origen y significado de los Juegos Olímpicos: un viaje a los grandes mitos de la Grecia Antigua

José María Sesé Alegre

23/07/2021 - 05:40

 

Origen y significado de los Juegos Olímpicos: un viaje a los grandes mitos de la Grecia Antigua
Olimpiadas en la Antigua Grecia / Foto: cortesía

 

Los Juegos Olímpicos fueron considerados por los griegos como un regalo de los dioses a la antigua Grecia. Nosotros los contemplamos como un regalo de ésta a la Humanidad.

En una época en que las luchas de los griegos entre sí eran constantes, el oráculo de Delfos, consultado por los elianos les instaba a reunirse en Olimpia y, olvidándose de la Guerra fratricida, convertir su antagonismo en una noble competición en el campo de los deportes. Aunque formaban decenas de polis, los juegos Olímpicos les recordaban que poseían una lengua común, un origen racial común, unas leyendas comunes y un culto común a los doce dioses mayores que moraban en el Olimpo. Para alabar a Zeus, precisamente, el mayor de todos ellos, fue para lo que se crearon los Juegos Olímpicos. Por si fuera poco, el espíritu de comparación, la competición, era algo que corría por la sangre helena junto a sus glóbulos blancos y rojos. Los griegos competían por todo. Hasta el mismo teatro –otro de los grandes legados griegos– era en esencia una competición en la que ganaban su corona los Esquilo o Sófocles (al pobre Eurípides el concurso le fue esquivo).

Origen divino y competición noble entre estados de toda la Hélade. Todo ello marcaba los Juegos. El objetivo era ganar a través del juego limpio; no de la guerra. Ésta es la razón por la que el premio no podía consistir en dinero, ni tierras, ni nada material. Los atletas recibían el galardón en forma de corona de olivo (no de laurel, como se ha escrito), que simbolizaba la gloria eterna. Los griegos compitieron así durante centurias para ganar sólo un trofeo en forma de hojas de un árbol, pero esta corona está ligada a los ideales de los Juegos Olímpicos. Todos competían en igualdad de condiciones, sin importar su escalafón social. El primer gran campeón, el primer ganador de la primera Olimpiada, fue un cocinero llamado Korigos de Elis. No se puede buscar mejor ejemplo para definir el carácter democrático y amateur de los Juegos.

Los juegos panhelénicos y sus lugares de celebración

En la antigüedad griega existieron más juegos deportivos panhelénicos que los denominados Olímpicos. Los juegos Ístmicos, por ejemplo, se celebraban en Istmia, en la unión del Peloponeso con el resto de la Heláde, en lo que se ha llamado siempre el estrecho de Corinto. Y los juegos de Nemea, por otra parte, donde se coronaba al vencedor con una corona de apio –sic–, se celebraban cada dos años. Los más famosos de todos ellos –excluyendo los Olímpicos– eran los juegos Píticos (la palabra deriva de la Pitonisa) que se celebraban en la ciudad montañera de Delfos, sede del célebre Oráculo y lugar máximo de culto a Apolo, el dios de la música, la poesía y la belleza. Agrupaba a más de 9.000 peregrinos, que acudían a ver estos juegos panhelénicos de singular organización, ya que se dividían en atléticos y artísticos. Los primeros se desarrollaban en el Estadio, mientras que el concurso musical y literario era en el Teatro.

Afortunadamente, Delfos se ha conservado bastante bien hasta nuestros días, por lo que es posible hacerse una buena idea de todo lo referente a los juegos y al Oráculo. Los juegos Píticos se celebraban cada cuatro años, como los Olímpicos y como los de Atenas. La actual capital de Grecia dedicaba sus juegos Panatenienses a Atenea. Duraban solamente dos días y también se disputaban certámenes de poesía y música, como en Delfos. Los Panatenienses eran los únicos certámenes deportivos dedicados a una mujer (aunque ésta fuera diosa): Atenea, patrona de Atenas a quien cedía su nombre. Estos juegos terminaban con la más preciosa y maravillosa procesión nunca vista en la Heláde, que concluía en la Acrópolis frente a la enorme estatua de Atenea, justo delante del Partenón, el edificio de los edificios en el mundo clásico.

Filipo II, que participó en varias olimpiadas, ganando las carreras de caballos en tres de ellas seguidas, dio alas a los juegos de Dión, ciudad situada en Macedonia, de donde era rey y que se hallaba a los pies del monte Olimpo. Allí, en esa montaña sagrada, residencia de los dioses por excelencia, lugar de veneración de Zeus mismo y que había dado nombre también a la propia Olimpia, fue donde se fraguaron los Juegos Olímpicos. Y allí también, a sus pies –en Dión– nacieron los últimos juegos panhelénicos, llenos de espectáculos atléticos y teatrales. El mismo Alejandro Magno, antes de partir para sus conquistas asiáticas, otorgó bastante importancia a estos juegos de Dión, que su padre Filipo había dotado de cierto esplendor. Todos estos certámenes panhelénicos (destinados a todos los griegos) se celebraron en paralelo durante el periodo clásico de la Heláde, pero ninguno de ellos tuvo la importancia y la trascendencia para todos los siglos posteriores que adquirieron los Juegos que cada cuatro años convocaban a todos los atletas en Olimpia.

La llama olímpica

Aunque el fuego ha sido un símbolo universal en todas las religiones y se adoptó como símbolo de los Juegos Olímpicos Modernos, con esa carrera de relevos que se pasa la antorcha de unos a otros simbolizando la cadena de la vida, no existía esa costumbre en la antigua Grecia.

La inspiración del Barón de Coubertain de esta costumbre viene de la carrera de relevos de los antiguos Juegos, donde los corredores se pasaban una antorcha en vez del testigo actual. Esta antorcha había sido encendida delante del templo de Zeus, donde ardía una más grande en honor al padre de los dioses. Actualmente es delante del Heraion (el templo de Hera) donde se enciende la primera antorcha olímpica antes de iniciar su peregrinaje por los cinco continentes hacia la nueva ciudad organizadora de los juegos modernos. Al ser encendido por las vírgenes (pártenos, en griego clásico; de ellas viene el termino Partenón: casa de las vírgenes), éstas deben hacerlo en el templo de la deidad femenina mayor: Hera, esposa de Zeus (la Juno de los romanos).

Olimpia

La ciudad de Olimpia está situada en el Oeste del Peloponeso, a orillas del río Alfeo. Se trata de una ribera tranquila y verde, en la que abundan las colinas de escasa elevación. Hacia el año 6000 se habitó por primera vez este emplazamiento, convirtiéndose durante los siglos XIV y XIII a JC en un centro religioso de adoración a los doce dioses del Olimpo. Esto fue lo que le dio el nombre: Olimpia. En época micénica ya era un centro religioso de primer orden, que dio origen a que en él 776 se organizaran en ella los primeros juegos atléticos.

Como siempre, los griegos gustaban de explicar todo mediante un mito. El de Olimpia es el siguiente. Los dioses olímpicos discutieron. Zeus luchó contra Cronos (la colina más grande de Olimpia se llamaba así), el más peligroso de los titanes, y venció. Por su parte, Apolo, dios de la música y la poesía, como ya se ha dicho, ganó a Marte, el dios de la guerra, e incluso venció en la carrera a Hermes, el alado mensajero de los dioses, lo que hizo que el lugar fuera doblemente sagrado. Por si fuera poco, Hércules, después de superar sus célebres trabajos, fue el primero en organizar los juegos en Olimpia, donde se veneraba a estos dioses imbatibles: Zeus y Apolo. Él, Heracles (Hércules en latín), fue el que con su pie estableció la longitud del estadio olímpico: 600 pies suyos. Como el estadio medía 192,28, hay que deducir que el pie de Hércules medía alrededor de 32 cm. Sin duda Hércules podía haber jugado en la NBA, ya que con un pie así, su altura superaría con seguridad los dos metros.

Fue también Hércules el que confeccionó el primer kotinos, la corona hecha de una rama de olivo que se trajo del norte y que plantó en el centro de Olimpia. Todo kotinos debería salir de sus ramas a partir de entonces. No es éste el único mito acerca del inicio de los Juegos Olímpicos. El más popular de ellos nos habla de Pelops (a quien el Peloponeso, debe su nombre: isla de Pelops –según la leyenda, entonces no estaba unida al continente por el istmo de Corinto–) que estaba enamorado de Hipodamia, la bella hija de Enomaos, rey de la zona. Enomaos recibió la profecía de que moriría a manos del esposo de su hija, por lo que no quiere que ella se case con Pelops. Para impedirlo organizó una carrera de carros, prometiendo dar la mano de su hija al vencedor. Pelops participó, pero también Enomaos, con aviesas intenciones. Para distraer a Pelops no se le ocurrió otra cosa que poner a su hija Hipodamia en el carro de su pretendiente. De esta forma Pelops se distraería con la belleza y compañía de su amada y no ganaría la carrera, y él se proclamaría vencedor quedándose de por vida con su hija.

Pero todo le salió mal, Enomaos no sólo no se distrajo con Hipodamia, sino que la presencia de su amada le espoleó para vencer… y, encima, el que se cayó del carro, feneciendo al instante, fue el propio Enomaos. Pelops ganó la mano de su amada, pero estableció que la carrera de carros se realizara cada año en honor de su suegro fallecido, el rey Enomaos. Esta historia solía representarse mediante dos palomas blancas unidas. Se decía que cuando a una doncella se le aparecía junto a ella una pareja de palomas blancas juntas era el destino que le unía al hombre que estuviera a su lado en ese momento. De aquí viene el símbolo de la paloma blanca olímpica, que dio más tarde lugar a la paloma de la paz.

 

José María Sesé Alegre

Profesor de la Unidad Central de Humanidades. UCAM (Universidad Católica de Murcia, España)

Acerca de esta publicación: el artículo “ Origen y significado de los Juegos Olímpicos: un viaje a los grandes mitos de la Grecia Antigua ” del profesor José María Sesé Alegre, corresponde a un capítulo extraído del ensayo académico publicado anteriormente bajo el título: “ Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad ” por el mismo autor.

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