Música y folclor

Faustino de la Ossa, arquitecto del folclor sabanero

Alfonso Osorio Simahán

18/11/2015 - 06:20

 

Faustino de la Ossa, arquitecto del folclor sabanero

Faustino de la Ossa (centro) con Roberto Calderón (izquierda) y Wilfredo Rosales (iderecha) en el Festival Vallenato

Cuando todavía no había cumplido los 8 años de edad, le pidió al Niño Dios que le trajera como regalo navideño un acordeón, aunque fuera chiquitico. Quería imitar a un grandulón ensombrerado, piel morena y diente de oro,  que en las Fiestas de Corralejas de Sincé de ese mismo año, “jaloneó” ese instrumento como solo lo hacen los iluminados.

Fue tan modesta la petición del “Niño Tino”, que cuando llegó el día  y la hora de los aguinaldos, revisó primero con desespero debajo de la cama, luego palmo a palmo cada rincón de la habitación y no encontró nada. Cuando estaba a punto de  renunciar en su búsqueda, levantó la almohada y se topó  con una caja en miniatura de forma  rectangular y adentro de ella, una  violina (armónica o dulzaina)made in China.

Su padre, “el viejo Fausto” (q.e.p.d.), de quien heredó no solo  su nombre sino sus marcados apuntes jocosos, le aplacó su desconsuelo, diciéndolo que el Niño Dios acostumbraba como  prueba, enviar primero una violina y que si la aprendía a tocar, la próxima vez sí le traería el  acordeón. Por su parte su primo, “El Pocholo”, un mamador de gallo empedernido fue al límite en  su papel de consolador y remató: que la tal violina noera más que  uno de los peines sonoros que trae internamente el acordeón y que  para el año entrante buscara en el mismo sitio el “cascarón”, para que terminara de ensamblarlo.

La verdad fue, que el acordeón nunca llegó, pero no porque no  lo hubiesen querido en algún momento sus padres, sino porque tenían el temor que por culpa de ese bendito aparato se frustraran las ilusiones de ver a su primogénito exhibiendo un título  universitario,

Lo que no habían calibrado y menos calculado sus bondadosos progenitores, era que con la agudeza de su oído musical, e inusual destreza con el manejo de sus manos, labios y pulmones, en menos de 2 meses ya era un virtuoso con la violina. Había  montado  en su repertorio medio centenar de canciones que ejecutaba a la perfección, como La Perra, La Paloma Guarumera, La  Mafafa ,La Picinga, El Compaé Menejo, Dominique, Lirio Rojo, Asi soy Yo, La Cachucha Bacana, El Testamento, Juan Charrasqueado, el Himno Nacional y hasta Pueblito Viejo, enversión guaracha, entre otras.

Desde entonces la violina se convirtió en su inseparable machete para el encanto, que con ademanes de malabarista sacaba de sus bolsillos para animar cualquier  reunión, parrandita o evento social que el azar o una invitación formal lo permitiera. Con el paso de los años  coleccionó violinas  en  todos los tamaños y marcas.

Fue desde muy temprana edad también, que se le manifestó su genuina vocación para el relato oral, otra de sus excelsas facetas  donde gravita  de manera superlativa  el humor y la picardía. Crea una nueva forma para comunicarse con la gente, utilizando para ello los cuentos, chistes, anécdotas y pasajes de personajes famosos o del ciudadano común, que recoge cuando le tocó recorrer por meras circunstancias, veredas, corregimientos, y municipios de Las Sabanas. Estos elementos que son el caldo de cultivo de su creación, los guardas en sus alforjas, los sazona para luego  vaciarlos como bálsamo contra el tedio, la tristeza y amargura a toda una feligresía. Muchas de las vivencias que logra rescatar, las versifica, otras las matiza con las  melodías arcaicas de nuestros feudos, dando origen, sin proponérselo, a sus primeras composiciones que terminaron  convertidas en unos verdaderos “sainetes” musicales. La aceptación de estos relatos, pese al maquillaje que le  imprime ha sido la habilidad  de combinar  lo agreste con lo urbano. Eso ha  permitido que  las carcajadas y festejos hayan llegado sin muro de contención a  todas las capas sociales.

Culminó con éxito la carrera de arquitectura en una Universidad de Bogotá, pese a no claudicar a su apostolado del deleite y en contra del presagio de algunos allegados que sospechaban que terminaría como Aureliano Segundo, el personaje aquel de Cien Años de Soledad que, por culpa del acordeón, quedó atrapado a una vida disipada y de parrandas perpetuas. Siempre ha creído que la arquitectura, el canto y la risa, van de la mano. “Yo lo que trato es de conducirlos a un solo vertedero, para que se defiendan…”

En sus periplos profesionales, contratado algunas veces por el Estado y otras por la Empresa Privada, le tocó vivir en varias regiones de Colombia como el Casanare, Arauca, Medellín, Cartagena y algunos pueblos de la Costa. Más se tardaba en presentar sus credenciales que conectarse afectivamente con su entorno, utilizando como puente sus dos armas inmortales: El canto y el cuento .Está convencido que esas manifestaciones artísticas que practica son el gran  producto de “exportación” de su región. “Mi papel, sencillamente es, promocionarlas”. Como buen Arquitecto, en cada uno de esos sitios que le toca pernoctar, edifica un expectante escenario humano para proyectar su talento.

Cuando contrajo matrimonio por segunda vez y el medio cupón  asomaba a su almanaque, revisó su  bitácora, y vio que la brújula estaba siempre  orientada en Sincé, su tierra natal, el teatro de su inspiración. No lo pensó dos veces para establecer allá su nuevo hogar.

Fue en esta población que sus leales contertulios  azuzaron y estimularon hasta el  acoso su humilde compostura, para hacerle notar que ya era hora para que se sacudiera del anonimato y mostrara al gran público, por lo menos, su inédita  propuesta musical. Terminó aceptando con algunas reservas el consejo, admitiendo que “el tiempo del Señor, es perfecto”. Comenzó por compilar  con el apoyo de especialistas melómanos, lo más selecto de su vasta obra inédita. Se estrenó como cantautor, en un álbum donde incluyó 15 temas interpretados con  acordeón y guitarra de varios géneros rítmicos de la Costa Caribe, todos con el gusto y   sello “Faustiniano”, En el preámbulo de cada una de las composiciones hace una breve narración de la historia  que da origen a estas. Pocos son los hogares sinceanos que no tienen en su discoteca  esta invaluable producción. lo disfruten como como uno de los preferidos. Un año tarde, se valió del cantante vallenato de estilo jocoso Horacio Mora, quien saltó a la fama con la canción  Osama bin Laden, para que le grabara media docena de composiciones, de las cuales se destacaron El Alcalde Embustero, y El TLC y Los Zapatos Chinos

Muy pocos son los certámenes y festivales folclóricos de la región en que no  haya  participado y no haya sido reconocida su benévola contribución al folclor tradicional. En la 25° Edición del Encuentro Nacional de Bandas en Sincelejo, ocupó el primer lugar en la modalidad de Porro Tapao Cantao, con la canción “Sucre Tierra Mía”. También, el pasado Festival de la Leyenda Vallenata, dentro del Concurso de la Canción Inédita, participó con el tema “Mi sabana y el Valle” y fue de los pocos compositores del otro lado de La Provincia que llegaron a la etapa semifinal. Hoy, suele decir en su consuetudinario estilo: ”estoy afinando el “carrache”(garganta) y “cuacando”(ensayando) la memoria para grabar un CD de puros cuentos y chistes que van a hacer reír a toda Colombia y pueblos circunvecinos…”

Coincidiendo con las fiestas patronales de Sincé, cuajó con toda su cofradía una gran tertulia, ataviada por supuesto, de licor, anécdotas, evocación, chistes, canto, pero sobre todo de  profundo arraigo. Sacamos esa vez a colación, el mes de Abril del año 1976, fecha para la cual estudiábamos bachillerato en Cartagena. Para esos días se nos alborotó la pasión de “pichones folcloristas” que llevábamos por dentro, cuyo entusiasmo  nos impulsó a  emprender una “juglaresca correduría” a predios del Cacique Upar para presenciar en cuerpo y alma  el Festival de la Leyenda Vallenata de ese mismo año.

La oportuna “invitación” a esa aventura nació cuando llevamos  nuestros respectivos relojes suizos a una casa de empeño, cuyo dinero a cambio, apenas si nos alcanzó para los pasajes. Pero a pesar de la precariedad en los bolsillos, no impidió que disfrutáramos a lo máximo de una memorable parranda vallenata debajo del legendario “palo e mango de la Plaza Alfonso López, de un suculento sancocho, mientras nos bañábamos en Hurtado, en ayudar a sostener en los hombros  al Maestro Náfer Durán cuando bajó de la tarima la misma madrugada en que lo coronaron Rey Vallenato, entrar a una caseta que amenizaban Jorge Oñate y “Colacho Mendoza (qepd), traernos como valioso trofeo en la valija, un casete con la recién canción inédita ganadora Yo soy a Vallenato del autor, Alonso Fernández Oñate, ni nos impidió dejarnos caer por primera vez unos “ristrancazos” de una “María Namen y mucho menos de codearnos y compartir con los más dignos representantes de la cultura vallenata.

En síntesis, redondeamos como “opulentos” fanáticos una apoteósica faena a la cita festivalera a pesar de dos imprevisibles lunares, que a la postre terminaron por condimentar también estas anécdotas. El primero, cuando Faustino en su afán y pretexto de poder entrar a la caseta donde tocaba “Colacho”, lo abordó a la entrada con rostro afligido, y sin contemplaciones le dijo, que si le podía sostener el sombrero un ratico (prenda que solo “Colacho” se quitaba para dormir) para engañar al  portero y  así lo dejaron entrar como otro miembro de su agrupación. ”Colacho” le recriminó con aire de perplejidad su osadía, mas sin embargo, con la buena fortuna que su humanismo lo hizo recapacitar al instante, y cuando nosotros comenzábamos a dar la media vuelta de los derrotados, nos jaló por los brazos, metiéndonos a la caseta de un solo zarpazo. El otro desliz, fue en la susodicha caseta, cuando estábamos a punto de coronar unas novias. La casual conquista se arruinó cuando les comentamos, que lamentablemente teníamos que regresar al día siguiente a Cartagena porque teníamos un examen de filosofía y no habíamos repasado nada. No nos acordamos por efecto de las cervecitas, que media hora antes le habíamos metido el cuento que estábamos estudiando  el primer año de medicina. Extraemos al voleo estas remembranzas para tetificar el mundo maravilloso y alegre donde siempre  se ha bamboleado “El Fausto”: Un gratuito terapeuta de la risa.

Es bien cierto, que han sido muy merecidos los halagos y aplausos que ostenta Faustino en el campo de la música. Pero para este improvisado crítico y amigo de toda la vida, su gran aporte a la cultura popular ha sido incorporar como hábil artesano su chispeante humor a la tradición oral. Disponer las veinticuatro horas del día de su natural “actuación” para convertirse en el protagonista del jolgorio y la animación en los matrimonios, cumpleaños, velorios, plazas, parrandas, buses, almacenes, reuniones, mítines y pare usted de contar, lo hacen irrepetible y esplendoroso.

Desde la época de los míticos personajes, Homero Zolá, maestro  fecundo como cuenta chiste vernáculo, y “Berrequeque, creador de un trompo gigantesco que emitía un zumbido fantasmagórico, y de eso hace ya medio siglo, no había emergido en el firmamento de la comarca otra figura que sembrara el recreo espiritual en la población con el tinte de la sencillez, diversión y espontaneidad como lo hace Faustino. Posee  el don de aglutinar en la mente de sus contertulios un deseo expectante y luego predisponerlos en la ansiedad, para que como  quien espera un menú exquisito, exclamen: “Con qué saldrá “El Fausto” para mañana”?

 

Alfonso Osorio Simahán

ponchosorio@gmail.com

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