Música y folclor

Investigadores de música vallenata, más allá de las ponencias

María Ruth Mosquera

26/05/2017 - 05:55

 

Encuentro de investigadores de la Música Vallenata. Anibal Velázquez en el centro de la primera fila

 

Viven dispersos en lugares distintos y lejanos de la geografía colombiana, tienen profesiones u oficios tan disímiles como los nombres de sus ciudades de origen, pero tienen en común la pasión por la investigación de los hechos, personajes, tiempos y lugares que conforman la historia de la música vallenata tradicional que a ellos les llena el alma y al mundo llena de orgullo.

No obstante, sin importar las distancias, cada vez que hay un encuentro que propende por la contextualización, exaltación, salvaguardia de la música vallenata tradicional, se les ve juntos, abrazándose, departiendo, contándose cuentos, tomándose el pelo, nutriéndose los unos de los otros, para luego despedirse con la promesa -que ninguno pronuncia- de verse en la siguiente estación de la vida itinerante que la investigación los ha llevado a vivir.

El lugar de encuentro esta vez es Valledupar, donde por sexto año consecutivo, el Grupo de Investigación La Piedra en el Zapato, de la Universidad Popular del Cesar, organiza el Encuentro Nacional de investigadores de Música Vallenata. Hasta aquí llegaron más de cuarenta de estos viajeros culturales, nómadas de su arte.

En las horas de ponencias, se les ve sentados, silenciosos, atentos a los resultados de las investigaciones que revelan sus cofrades, revalidando la convicción de estar en el camino correcto, de que con su pasión están aportando a la salvaguardia del dato oral e inmaterial, que remolca le esencia de ese folclor que es vida y que es canto.

Y son muchos los datos académicos que se conocen desde los micrófonos del evento, pero hay otra gran cantidad de historias que se tejen con los hilos de la amistad, en los entretiempos, los momentos de café, de refrigerio, de almuerzo, de idas y regresos al hotel, al restaurante o en el momento mismo de la despedida.

Sucedió en el año 1976. Félix Carrillo Hinojosa se encontró con su primo Diomedes Díaz, atareado recogiendo limones en una finca ajena; “recogió dos sacos de limón, con lo que pagó el pasaje de La Junta al Valle y compró un par de zapatos, porque andaba en guaireñas”. Se saludaron y Díaz le cantó una canción que había compuesto, un paseo llamado ‘El hijo agradecido’.

Emocionado, Félix le propuso que la inscribiera en el concurso de canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, porque ésa era una canción buenísima. “Ay primo, ése es un concurso con los grandes”, respondió Diomedes, que finalmente cedió ante la insistencia de Carrillo, que lo convenció de grabar la canción, en doble grabadora, a la usanza de esos tiempos.

Fueron donde el notario Jaime Ovalle para registrar la canción y fue el mismo Félix el encargado de inscribir a Diomedes en el festival, con el seudónimo de ‘El cantor campesino’. Todos los días iba Félix a preguntar por la lista de clasificados, hasta que por fin la obtuvo y salió corriendo para Radio Guatapurí, a poner el aviso clasificado. Al rato se oyó en toda la provincia la voz del locutor Egberto Gutiérrez diciendo: “Se le avisa al joven Diomedes Díaz que clasificó en el festival con el paseo El hijo agradecido”.

Félix contaba esa historia en el Encuentro a sus amigos investigadores, enfatizando en los detalles de la clasificación, en la que el joven “dejó regaos a grandes como Santander Durán y Hernando Marín, para quedar en tercer puesto. ¡Yo tengo el casete!”, y narró cómo llevaron la canción a empresarios del disco, entre ellos Rafael Mejía, quien dijo que “más cantaba un pollo al horno que ese muchacho”. Pero apareció en el camino Alonso Fernández, quien tomó el casete y despejó el camino de la unión con Nafer Durán, acordeonero ya famoso… “Lo que sigue es historia patria”.

Entre tanto, mientras iban en un taxi hacia el lugar del almuerzo, Numas Gil y Fausto Pérez conversaban sobre los grandes artistas del vallenato que aun cantan, tocan y componen, coincidiendo en que el mayor es Aníbal Velásquez, quien justamente los tiene reunidos en Valledupar, al ser él objeto del homenaje este año. Sigue Lisandro Mesa y Alfredo Gutiérrez, decían. “Sí Aníbal es el mayor, porque él es del 36, Lisandro es del 41 y Alfredo es del 43”, ratificaba Fausto, mientras el taxista hacía tímidas incursiones en la conversación.  

El coloquio del comedor tomó matices nostálgicos a la hora del almuerzo, cuando Marina Quintero le expresaba a Andrés Salcedo su tristeza porque ya no se baila en los conciertos como ella tantas veces bailó en las casetas, como todos ellos lo hicieron.

Y como si fuera un libreto de esos que escribe el destino, de regreso al auditorio de ponencias, Marina Quintero, con su traje negro, su rosa roja en el pecho, no pudo resistir las ganas de bailar; sonreía y se contoneaba por el auditorio, moviendo los hombros, como una danzante profesional, las canciones de Aníbal Velásquez, que sólo se silenciaban en los momentos en que los investigadores lo expresaban con palabras a él o al folclor que representa.

El encuentro, visto por ellos    

Numas Armando Gil Olivella (San Jacinto – Bolívar): “El encuentro sirve para ir midiendo el nivel de las investigaciones que han hecho los investigadores durante el año que no se ven. Cada uno en sus universidades tiene sus proyectos de investigación sobre la música de estilo vallenato y como tal dan sus adelantos. Esos adelantos se convierten en textos y esos textos viajan por todo el mundo. Al lado de eso, está lo más chévere: el encuentro con todos los investigadores para contarnos anécdotas, vivencias, cuentos, y ocurrencias que se dan durante los cuatro días del encuentro. ¿Qué significa eso? Significa que el investigador tiene una relación con el Creador y el Creador reconoce al investigador en todas sus dimensiones”.

Marina Quintero Quintero (Medellín): “Es que para mí eso es lo más importante. Por ejemplo en este festival me sentí triste porque me encontré solamente con los recuerdos, porque no estaba la gente, no sé por qué, no había acceso a los lugares donde habitualmente nos ponemos cita tácitamente, sin hablarlo. Eso me produjo algo de tristeza. Yo disfruto mucho en los viajes el sentido del humor que tienen muchos rostros: la exageración, hay especies de calumnias que se van inventando, que “tú dijiste”, que “yo nunca te he dicho eso”, que “sí lo dijiste” y todos esos cuentos que le ponen a los encuentros una gracia, un tono de buen humor, de contenido tradicional, folclórico, porque aparecen los personajes y le regalan a uno una construcción de historias que tienen mucho de ficción, pero tienen de raíz y una verdad, que es con la que nosotros venimos trabajando”.

Alfonso Cortés Marroquín - Poncho Cortés (Bogotá): “Me gusta venir al Encuentro por dos razones: Porque me gusta el tema, por aprender cada día más; esas son las dos razones fundamentales que me empujan a venir. La alegría del encuentro con los colegas y amigos es tácito porque somos una especie de clan, de familia. A los que nos apasiona la música, lo que más nos gusta, además de escucharla, es hablar de ella”.

Félix Carrillo Hinojosa (Bogotá): “Yo he pensado que nosotros somos unos periódicos, bibliotecas ambulantes. No tenemos sitios definidos; si nos cogió la noche en un lugar lejos del que teníamos que llegar, ahí hacemos la tertulia. Una manera real de nosotros vivir lo que sentimos es contarlo. Yo echo mis historias donde sea. A mí me salvó el vallenato. Yo no sé hablar de salsa, sé es de vallenato”.

 

María Ruth Mosquera

@sherowiya

 

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