Literatura

Cuento: Grupo de San Ildefonso

Carlos César Silva

21/06/2012 - 11:00

 

Será una nueva tentación para Pílades: estupefacto, se quedará en la piscina tomando whisky junto a tus escoltas de vergas titánicas, quienes no aguantarán más los agravios de Egisto, su ex compañero, convertido por ti en jefe de todos, hasta de nosotros, y se doblegarán ante un hermoso discurso sobre la justicia humana y ante un maletín repleto de dólares (como siempre se doblega el pueblo).

Mientras tanto, con la vehemencia de los sicarios más audaces, Orestes y yo seguiremos hacia el interior del palacio que heredamos de nuestro valeroso padre, el rey de todos los reyes, Agamenón, y que tú con tus mañas nos robaste haciendo que un Juez de la República nos declarara como unos disipadores.

El largo zaguán cuyas baldosas tienen incrustadas esmeraldas, nos llevará a la sala múltiple, donde miraremos con sarcasmo la réplica perfecta del Juicio de Paris de Petrus Paulus Rubens, la cual nuestro padre intercambió con su principal socio mexicano por varios caballos de paso, pues descubrió que cada vez que se emborrachaba le hacía recordar a tus nalgas arrugadas y caídas. Sólo porque no tendremos tiempo ni espacio para burlas, soportaremos las ganas de reírnos de tu cuerpo que ha envejecido prematuramente, pese a todas las cirugías plásticas que te has pagado.

Luego subiremos las escaleras que están bañadas en oro, y en la entrada al pasillo que conduce a tu alcoba, nos encontraremos con el viejo asiento de la avioneta con la que nuestro padre hizo su primer gran negocio, y que puso allí para que luciera como un adorno: volverán a nuestras memorias aquellos triunfos que tú has vuelto una sola cagada, Agamenón, el patrón de hazañas irrepetibles, debe estar en su ataúd revolcándose de la ira, pues el imperio que con muchos sacrificios construyó, por tu culpa ha sido derrocado como si nada. Orestes se parará de repente y conmovido me preguntará:

-¿Cómo vamos a ser capaces de acabar con la existencia de la mujer que nos parió?

-De la misma manera como ella acabó con nuestro padre- le contestaré sin tapujos y acariciándole la frente.

-Eso sería igualarnos a ella. Deberíamos darle otro tipo de castigo, y al final, para demostrarle que somos superiores, perdonarla.

-Hermano mío, la venganza es un asunto de honor, no de superioridad. Ten presente lo que Pílades te advirtió: “Debes afrontar sin vacilaciones tu destino y tu responsabilidad”- motivado por el discurso de Pílades más que por el mío, Orestes recuperará para siempre sus impulsos asesinos.

Así llegaremos a tu alcoba y abriremos la puerta blindada con la llave que tus escoltas vendidos nos conseguirán. Sacaremos las pistolas e ingresaremos apuntando hacia la cama, donde te hallaremos arrodillada bocabajo sollozando como lo que eres, Clitemnestra, madre mía: sollozando como una perra, y con Egisto detrás de ti halando tus cabellos y hundiendo su verga entre tus piernas por última ocasión.

-Dios mío- gritarás aterrada cuando nos veas.

Tu crueldad quedará sometida a nuestra propia justicia. El frio de la muerte arremeterá en tus entrañas y tus ojos nos pedirán compasión. Egisto será menos iluso que tú, y al notarnos tan resueltos renunciará a los gestos de imploración y tratará de defenderse extendiendo los brazos para coger su arma, pero Orestes lo detendrá con un sólo disparo en el cuello.

-Ya este malparido es historia, únicamente faltas tú- te dirá mi hermano con una sonrisa de bestia.

Levantarás la parte superior de tu cuerpo, y como si fuéramos unos dioses nos suplicarás:

-¡Hijos míos… no lo hagan, perdónenme, perdónenme… por favor!

-El perdón, puta miserable, tiene un decoro que tú no mereces- te gritaré.

Pensando en la espalda corpulenta de Agamenón, la misma que tú y Egisto apuñalaron mientras él hacia una siesta, te dispararé en la nariz y en medio de los senos. Caerás de frente, y tu sangre hedionda a buitre descompuesto se enredará con la de Egisto. Orestes, desahogándose o comprobando su sevicia, descargará su pistola en tu cabeza.

-Lo hicimos…Electra, finalmente lo hicimos- me dirá con los ojos llorosos cuando termine de tirar del gatillo.

La complicidad hará que nos demos un enérgico abrazo. Sentiremos que el crimen que acabamos de perpetrar nos ha unido eternamente. Luego, impulsados por la satisfacción del deber cumplido, correremos a los Jardines de Hades, y ante la tumba de nuestro venerado padre festejaremos con una danza de carnaval. Por fin volveremos a tener la libertad y las riquezas que nos quitaste, seremos felices. Lo único que me preocupará es que Orestes querrá casarme con Pílades, y yo he visto cómo ellos en medio de la noche, Clitemnestra, entran sigilosos al sauna del hotel donde permanecemos escondidos de ti, y derraman vino sobre sus cuerpos desnudos y se lamen entre sí con violencia.

 

CARLOS CÉSAR SILVA

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