Literatura
Dos poemas para cantar a los orichas, de Manuel Zapata Olivella
CANTO A CHANGÓ, ORICHA FECUNDO
¡Changó!
Voz forjadora del trueno.
¡Oye, oye nuestra voz!
Siéntate, descansa tu descomunal falo
tu gran útero,
la vida tenga conciencia de la muerte.
¡Oye, oye nuestro canto!
Oye la palabra del Muntu
sin el truenoluz de tus relámpagos.
¡Dame tu palabra saliva
dadora de la luz y de la muerte
sombra del cuerpo
chispa de la vida!
¡Oye, oye nuestra voz!
¡El tambor ahogado en la sangre
habla a los primeros padres!
¡Changó poderoso!
¡Aliento del fuego!
¡Luz del relámpago!
¡Dame tu trueno!
¡Oricha fecundo,
madre del pensamiento
la danza
el canto
la música
préstame tu ritmo,
palabra batiente,
acomoda aquí tu voz tambor
tu ritmo, tu lengua!
Changó, tu pueblo está unido en un solo grito.
El cervatillo amarrado desde anoche te llama
por tu nombre.
No temblará mi daga cuando corte su garganta.
No lloramos, ni tememos.
¡Gran Manga!
Solo esperamos que nos mantengas unidos
como los dedos de tu mano.
Caiga tu maldición sobre nuestras espaldas
renazca en cada herida nueva llama,
pero revélanos, Changó, tu rostro mañana
hacia donde corre el desconocido río del exilio.
ORUNLA, VIGILA TUS TABLAS
¡Orunla, primer dueño de las Tablas de Ifá
adivinador de los destinos,
te invoco, para que vigiles los partos de nuestras
mujeres!
Que cada hijo tenga un nombre
que su nombre sea una sombra
que su sombra sea una hermana
por los caminos inciertos.
¡Pero sobre todo, Orunla
pídele a Changó
herrero de la risa y el dolor,
no nos arrebate la alegría
la risa chispa que salta
al golpe de su martillo sobre el yunque!
¡Donde quiera el Muntu se renueve!
¡Donde dirija los pasos se anude!
Se multiplique en sus mujeres y no muera en el mar de las sangres.
(Tomados de Changó el Gran Putas. Como homenaje al maestro)
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