Literatura
Sobre La avenida de los vencidos, de Andrés Cuadro
"Ése es el hermano que más quiero yo, pero to'a la vida me ha querío fregar"
[La sangre llama, Los Hermanos Zuleta]
Cuando conocí a Andrés Cuadro, el mundillo de las letras salió de los libros, saltó como la metáfora de un pescado enhielado al pavimento; y de las anécdotas señoriales y parrandas bien puestas en su sitio, pasamos a los pretiles y a una fiesta que no tenía hora de entrada ni hora de salida. Se convirtió en carne viva, en testimonio vivo de lo que habían hecho de las experiencias poéticas los Beats, los nadaístas, el Club de Barranquilla y, entre pases de salsa, largos paseos Vallenatos, canciones de Rock, tragos ancestrales y otros más occidentales, rebosaron las ideas, los parches de lecturas, los recitales en los bares y hasta un manifiesto oral de lo que era el Colectivo El Manjol o debían ser unos muchachos dispuestos a todo para descubrir el misterio de la literatura.
En ese entonces, así como en El ungido, un grupo de adolescentes, pero aún menores en el mundo de la poesía, eran arrastrados por el evangelio de la prosa y otros vicios teológicos; llamados fuimos pocos, por el canto de las musas que parecían sirenas y después con la luz de la mañana, terminaban siendo putas, que llegaban a nosotros, y nosotros a ellas hasta que se iban por las avenidas como ríos sin cauce, sorteando mil azares muchas veces.
Por esas aguas no tan negras, que mal apagaron la sed, hoy brindo, por la obra de este novel escritor del que mucho se habla (por sí o por no); sus detractores deberían hoy comprar su ópera prima y ponerse en la tarea de divulgar este bochinche literario que es “La avenida de los vencidos”.
Cada una de las piezas de este libro posee la dosis necesaria de conciencia, sea de clase o de espíritu, para entender de qué están hechas y de dónde provienen sus insatisfacciones fuera de líneas, tácitas, hasta el punto de la aberración como en La última lágrima, dónde es evidente la llegada del paramilitarismo, las convivir, en comunión con las multinacionales y otras denuncias antecedidas en distintas obras del Caribe colombiano, como en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez y La Casa Grande de Álvaro Cepeda Samudio.
La avenida de los vencidos, compuesto por doce cuentos, se puede leer en medio día, como si de horas se tratara; su narrativa pragmática, influenciada por una visión materialista y anti-mágica, narra a través de innumerables experiencias, como en Patuscrito, de tinte ficticio, dónde también como Opio en las nubes, un gato es portavoz de una invención cuasi borgesiana y bien lograda por el joven escritor. Resultan también otros temas interesantes, haciendo de lo complejo algo práctico, lo que muchas veces en teoría es de difícil compresión, sencillo desde lo literario y las formas que utiliza para detallarnos su mundo, nuestro mundo: la economía y el capitalismo salvaje aquel, la lucha de clases, la depredación humana y todo lo que, por encima del amor y la naturaleza, el interés propone, condensando historias en un par de páginas cual Chéjov, como en Los butifarreros ya no dan seis por mil, la exposición de toda una problemática social alrededor de una aparente y simple conversación de amigos en el río Guatapurí.
Este libro fue impreso en Bogotá (porque nadie es profeta en Valledupar). Y sale hoy con el sello editorial de El Manjol Ediciones, el cual presenta para sus lectores, La avenida de los vencidos, libro que paradójicamente se sobrepone hasta vencer las adversidades materiales y espirituales en la que se ven casi siempre los jóvenes escritores, estudiantes universitarios, como el mismo Raskólnikov y sus desatinadas decisiones: de ese castigo el escritor inventa su vida, libros vitales y llenos de historias como esta admirable obra.
Mi invitación como cofundador de este proceso editorial prometedor, es que no dejemos de convertir el "caos en belleza" como el mismo autor por letra de Cerati también invita. Los cuentos de Cuadro son verdaderas butifarras para el alma, la fantasía, la ficción, la crónica denunciante, el relato-ensayo, y toda la experimentación creadora literaria es un logro estilístico que todos los jóvenes que deseen escribir, y aún los viejos que a los chapazos lo hacen, tendrán por el bien de la literatura del Caribe que leer obligadamente.
César González
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