Literatura

La pan pelao

Luis Carlos Guerra Ávila

06/11/2023 - 01:25

 

La pan pelao

 

En un corregimiento del departamento del Magdalena, a orillas del río que lleva su mismo nombre, por allá en los años noventa, siendo un pueblo acogedor de gente buena y amable, sucedió un acontecimiento que aún se guarda en secreto y en la memoria de sus habitantes.

Fue una época peligrosa, de difícil acceso para los forasteros. Aunque era baja la delincuencia, existían grupos de paramilitares que vigilaban la zona y que, de vez en cuando, pegaban panfletos en la plaza principal, advirtiendo a los habitantes de no salir tarde en la noche o dándoles algunas horas para que abandonaran la región.

A pesar de la tensión entre sus habitantes, era un pueblo apacible donde todo el mundo se conocía a la perfección: pescadores, campesinos, parceleros y algunos tenderos que luchaban por mantener las tiendas surtidas.

Existían dos billares con sus respectivas cantinas, donde los hombres se divertían sanamente jugando a las cartas o al dominó. Allí se conocían las historias ya sabidas y las por descubrir. No había comentario que no fuera revelado, y los secretos se divulgaban con la condición de que no fueran contados después.

Aquel fin de semana, la cantina a la entrada del pueblo se encontraba completamente llena. Todos disfrutaban bebiendo y tarareando canciones, algunos recordando viejos amores y otros hablando de sus conquistas. Eran alrededor de las once de la noche cuando hizo su aparición "La pan pelao". Ella no solía llegar a la cantina, solo pasaba por allí. Esa era la señal para algunos de los que estaban bebiendo y divirtiéndose sanamente.

Pero ocurrió que nadie la siguió, lo que causó desconfianza entre los hombres, ya que nunca antes se había dado esta situación. Esta mujer en particular era muy atractiva, y sus atributos atraían a todos los habitantes. Se decía que tanto jóvenes como adultos, solteros y casados, ya habían probado el fruto prohibido del paraíso. Alguien con tragos encima y bastante embriagado se atrevió a decir: "Se ve muy flaca". Otro continuó el comentario y enfatizó: "Está llevá". Pero hubo uno que fue más allá y dijo en forma jocosa: "Parece que tuviera sida".

Esta última insinuación se convirtió en rumor y se propagó entre todos los presentes de tal forma que alguien dijo: "Con razón nadie la siguió, seguro que están ocultando algo". Para eso de las dos de la mañana, ya se hablaba de que "La pan pelao" tenía sida.

A las tres de la mañana, se notaba mucha preocupación. Los rostros de los hombres ya no reflejaban la alegría que habían mostrado al comienzo de aquel fresco domingo de invierno. Algunos se mordían los labios, como si estuvieran reflexionando: "¿Qué hice, Dios mío?". El encargado de la música apagó el equipo, y se sintió un silencio sepulcral. Todos se miraban, pero no se decían nada, y fueron abandonando la cantina uno por uno, hasta que el cantinero cerró.

Al día siguiente el profesor Juan que se encontraba la noche anterior en la cantina se encontró con don Pedro el tendero y le comento que la “pan pelao” tenía sida. Don pedro casi deja caer unas compras que traía desde un municipio cercano y se dirigió a su casa sin mediar palabra con mucha preocupación.

A la “pan pelao" le pusieron ese apodo porque se acostaba con todo el mundo a cambio de ayuda monetaria y no tenía reparos en desnudarse en cualquier callejón del pueblo. Incluso comentaron que andaba con una estera debajo del brazo por si las moscas.

En el pueblo pequeño, un infierno grande, en cada casa del corregimiento, los hombres se volvían más dóciles con sus mujeres. Hacían todo lo que les decían con tal de que ellas no se enteraran de lo que estaba sucediendo. Los hombres se reunían en la plaza solo a tempranas horas de la noche, sin atreverse a comentar lo sucedido. En el fondo, todos sabían que estaban manchados de pecado y que podrían estar contagiados.

Las mujeres ya comentaban entre ellas que sus esposos o compañeros no las tocaban. La mujer del tendero rumoreaba a sus amigas que Pedro tenía más de treinta días sin hacerle el amor. Comenzó a aumentar en el pueblo la abstinencia de los hombres. Algunos alegaban dolor de cabeza, otros cansancio por el trabajo en las parcelas; en fin, no querían contagiar a sus esposas o compañeras.

La preocupación era mayor, ya que "La pan pelao" había abandonado el pueblo, cansada del rechazo y los comentarios en su contra. Se llegó a decir que se trasladó a otro corregimiento para infectar a más gente.

La tensión y el estrés que prevalecían en la población eran bastante altos. Los hombres, por su parte, estaban preocupados de que estaban infectados, pero ninguno se atrevió a hacerse la prueba. Las mujeres, en cambio, no sabían de los acontecimientos, y se mantenía un hermetismo de silencio en las parejas que estaba a punto de estallar.

Casi dos meses sin ir a las cantinas, caminando en silencio por las calles y muchos hogares a punto de desvanecerse por la falta del cariño del hombre que en las noches se refleja en la cama.

La esposa de Don Pedro le dijo que se habían reunido varias mujeres para investigar por qué los hombres del pueblo no se las querían "coger". Algunas dijeron que tal vez era un virus que hacía que los hombres se volvieran maricas y que todos se habían contagiado.

Noches de insomnio y preocupación asolaban a don Pedro, quien estaba a punto de confesarle a su esposa lo que estaba sucediendo. La presión constante de su mujer lo llevó a pensar en confesarse con el padre del pueblo, por lo que se levantó en la madrugada y se dirigió hacia la plaza, donde se encontraba la iglesia.

Cuando estaba llegando a la plaza, divisó unos panfletos en los postes y las paredes de algunas casas. Se asustó y fue a llamar a varios pobladores para que leyeran lo que decía, imaginándose que los paramilitares estaban advirtiendo sobre algo relacionado con algún habitante del corregimiento.

El susto aumentaba a medida que se acercaban a leer el panfleto, pues tenían tiempo sin ser objeto de la atención de estos grupos. Al llegar al sitio exacto donde estaba, las manos y la frente de don Pedro sudaban copiosamente. Se inclinó en cuclillas para finalmente leer en letras mayúsculas: "LA PAN PELAO LE INFORMA AL PUEBLO EN GENERAL QUE ME HICE LA PRUEBA DEL V.I.H. Y NO TENGO SIDA".

P.D. Cuentan que la noticia se regó por todo el pueblo en cuestión de segundos y los hombres salieron en grupos a recoger los panfletos y quemarlos. Las sonrisas de las mujeres volvieron a aparecer y la cantina ese fin de semana se volvió a llenar.

 

Luis Carlos Guerra Ávila

Tachi Guerra

Sobre el autor

Luis Carlos Guerra Ávila

Luis Carlos Guerra Ávila

Magiriaimo Literario

Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).

3 Comentarios


Diomar Cañizares 06-11-2023 06:55 AM

Excelente narrativa, es el típico suceso pueblerino en donde el chisme puede acabar con cualquier cosa. Gracias por compartir estas historias que nos hacen recordar la vida en los pueblos.

María Victoria Delgado Navarro 06-11-2023 07:22 AM

La pan pelao los puso a partir en seco, por infieles uuu carajo

Hidalgo de Jesus Velez Barranco 10-11-2023 11:03 AM

Eso sucede con frecuencia en los pueblos, sobre todo de la costa caribe, una informacion de cualquier índole o tipo , sea verdadera , mala o supuesta se vuelve un reguero de pólvora.

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