Ocio y sociedad

"Me pueden llamar Mayerli"

Miguel Alcalá

22/01/2014 - 10:25

 

Foto: F. BartoliSon las 6:30 de la tarde y mis compañeros y yo nos disponemos a salir en busca de información para alimentar nuestra tesis de grado. El tema que escogimos es uno de los menos abordados, desechados y se puede decir que algo peligroso. Sin embargo, no deja de ser importante en una sociedad la cual busca dinero a toda costa, porque el hambre y las necesidades no esperan, sobre todo en un país como el nuestro.

Hemos llegado al parque ‘Antonia Santos’ ubicado en el centro de Bucaramanga, oriente de Colombia, este sector es famoso por tener mucho comercio, bonitas ardillas y trabajadoras sexuales merodeando el parque, además de residencias (alquiler de habitaciones por horas o días) alrededor del mismo. Curiosamente el parque queda justo al frente de la curia municipal.

Ya hemos elegido la banca en la cual nos sentaremos a esperar y detectar cuál de estas mujeres nos puede ayudar con el trabajo, el cual es investigar sobre su vida, su ‘modus operandi’ en el negocio, el por qué este parque fue el elegido, y el más complicado: conocer su lado humano, el cual muchos creen que estas personas no tienen.

Pasan y pasan los minutos, el cielo ya se oscureció y en voz baja mis compañeros y yo nos preguntamos qué vamos a hacer y cuál vamos a elegir para nuestro objetivo. La cosa se pone complicada puesto que en la noche el parque comienza a tener un ambiente bastante tenso, los vendedores que están en el día ya se han ido, y el comercio comienza a cerrar sus puertas.

Varias trabajadoras sexuales pasan por nuestro lado y nos miran con curiosidad, como si se preguntaran que hacen tres muchachos, con bolsos y libretas en mano, a las 7:30 de la noche en un parque que tiene mala fama en la ciudad;  a pesar de esto, ninguna nos habla.

El tiempo apremia y yo comienzo a ponerme nervioso, tomamos la determinación con mi compañero más decidido de hablarle a alguna, ya que nos quedan pocos días para presentar el trabajo. Él se pone de pie, y respirando profundo, se le acerca a una, parecía veterana, hablaron durante algunos segundos, mi otro acompañante y yo nos preguntábamos lo que contenía aquella charla.

Se acabó el intercambio de palabras, y ambos se acercaron a la banca  en donde nos encontrábamos. En ese momento el corazón se nos movía a mil por hora. Parecíamos ver realizado nuestro trabajo.

Aquella mujer de más o menos 50 años de edad, de contextura robusta, ojos y boca grandes, y nariz ancha, se sentó a mi lado, dejando a uno de los tres (de mis compañeros) de pie.

Nos presentamos, ella reflejaba más nerviosismo que nosotros mismos y con tono de voz bajo nos dijo:

-Me pueden decir Mayerli.

-¿Es un alias o es su nombre? Preguntamos,

-Un alias, dice de forma seca.

Comenzamos primero que todo a comentarle el motivo de nuestro acercamiento, ella nos habla del parque y de los días en que más hay movimiento de personas, es decir clientes. Con cada segundo que pasa ella empieza a depositar más confianza en nosotros, así que fuimos más allá y comenzamos a indagar sobre su vida privada, fuera de la cama, las residencias y el parque.

Nos confesó que tenía cinco nietos a los cuales adoraba y les daba todo, no supimos al final quién era la madre de aquellos pequeños. Comentó que vivía en Cúcuta y necesitaba completar dinero para un ‘plante’ (base de un capital) para así montar un negocio en aquella ciudad.

Con voz entrecortada nos dice que no realiza este oficio porque quiere y contundentemente sentencia que es temporal, que en  4 o 5 meses lo dejará y se marchará de la ciudad.

Empezamos a conocer secretos del parque y de sus habitantes, nos cuenta que una de sus ‘colegas’ es inducida por su esposo al oficio y que gran parte de las ganancias tienen que llegarle  a él e ir a gastarla en cerveza u otras cosas. También deja ver que se han presentado hechos violentos en el lugar, tales como asesinatos y ataques a transexuales, termina diciendo que ya estas personas no se acercan al lugar.

Dice que llegó al parque hace poco tiempo, pero que lleva seis años en el oficio, nos comenta las tarifas y a los hombres a los cuales atiende y a los que no.

Poniéndose de pie, sentencia, mirando a la cara al compañero que logró contactarla, que ya se tiene que ir, nos regala una tarjeta privada y nos dice que podemos llamarla o volver al día siguiente para terminar la entrevista. Eso nos dio una gran muestra de confianza por parte de ella.

Así lo hicimos, llegamos al otro día, terminamos la entrevista ya con grabación y todo. No nos pide dinero solo se va a su oficio de nuevo, ése, el cual le da de comer a cinco niños inocentes. Comentamos entre nosotros cuán grande es el amor de una mujer hacia hijos o nietos, y todo lo que puede llegar a soportar y padecer por sacarlos adelante.

A partir de ese momento, nuestro pensamiento hacia ellas cambia, mirándolas a los ojos disimuladamente nos damos cuenta que en la mayoría de ellas su rostro refleja tristeza y resignación, pero con cargas que no las dejan desfallecer.

Y así lo deja saber Mayerli cuando le preguntamos si quería dejar el oficio.

“Claro, esto no es vida”.

 

Miguel Alcalá

@AlcalaMigue

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