Ocio y sociedad

Los miedos de Comesaña

Álvaro Enrique Yaguna Núñez

10/07/2019 - 06:25

 

Los miedos de Comesaña
Julio Comesaña como jugador en el Junior (1977) y como entrenador del mismo equipo

 

Hablar en estos días de Julio Avelino Comesaña, director técnico del Junior de Barranquilla, último campeón del futbol rentado nacional, es referirse a un estratega exitoso, victorioso en diferentes equipos y gran conocedor del medio caribe, en donde le ha tocado convivir con una de las hinchadas más complejas y exigentes de Colombia.

Siempre tuve claro el concepto de que el otrora mediocampista uruguayo, en su calidad de jugador inicialmente, fue un elemento que cualquier conjunto del balompié moderno desearía tener en sus filas: enjundioso, con carácter, buena marca y sabedor de qué hay que hacer con el balón, en cualquier circunstancia del juego. Yo lo ubico a mediados de 1971, cuando fue llamado por el club Millonarios, para integrar una nómina de lujo, a la postre campeón de la décima estrella, orientada por el también exitoso, medico, Gabriel Ochoa Uribe. Fue aquel onceno integrado principalmente por Otoniel Quintana, Senén Mosquera, Arturo Rafael Segovia Pacheco, Julio Edgar *chonto* Gaviria, Oscar Villano, Joaquín *pele* Gonzales, Hermenegildo Segrera, Julio Comesaña, Julio Gómez, Alejandro Brand Quintero y los veloces delanteros Willington Ortiz Palacio, Apolinar Paniagua, y el cartagenero Jaime Morón.

Llegó a Colombia procedente de Gimnasia y Esgrima de La Plata y Kimberley, equipos de la Argentina, destacándose por sus atributos de jugador combativo, consagrado, responsable y rendidor; junto a Alberto Ferrero, su paisano, ex_ goleador de Peñarol de Montevideo y Wanders de Chile, estaban llamados a conformar una *llave* exitosa, en el club de las nueve estrellas, hasta 1971.Este último no logró el óptimo desempeño de su compañero, retornando prontamente a su país de origen.

Después de una dilatada trayectoria de triunfos con el equipo *embajador*, en 1977 recala en el Junior de Barranquilla, integrando aquel onceno ganancioso y campeón de ese año. Era la alineación principalmente conformada por Juan Carlos Delmenico, Oscar Bolaños, Dulio Miranda, Gabriel Berdugo, Jesús *Toto* Rubio, Eduardo Solari, Julio Comesaña, Ariel Valenciano (padre de Iván Rene), Alfredo Arango, Cesar Lorea, Juan Ramón Verón, Rafael Reyes, Alfredo Araujo, Armando *ringo* Amaya, Fernando Fiorillo y Maldonado, entre otros.

Mi convicción de que el exitoso Julio Avelino era un “duro” integralmente en las canchas deportivas, en alguna ocasión se desvaneció en el plano personal debido a la situación y momentos difíciles vividos en un viaje en avión, compartido entre Barranquilla y Pereira. Fue a mediados de 1977 cuando en mi calidad de estudiante universitario me correspondía hacer una travesía de medio país, entre Valledupar y Popayán. El periplo se iniciaba en la tierra del vallenato, hasta Barranquilla (en autobús) y, luego, en avión hasta la ciudad de Cali, última estación para tomar la vía Panamericana, hasta la ciudad blanca de Colombia.

Un sábado matizado por una pertinaz llovizna, en el antiguo aeropuerto de Soledad, abordé una aeronave de la antigua empresa costeña Aerocondor, con la sorpresa de ver a mi lado, como compañero de viaje al destacado medio campista* charrúa*; su equipo, el Junior de Barranquilla, en la fecha dominical, le tocaba enfrentarse al Deportivo Pereira, inexpugnable en esa época, en el fortín “matecaña”. Era el vuelo denominado coloquialmente “el lechero”, por causa de un itinerario aburrido, tensionante y fatigoso, entre las ciudades descritas.

Disfruté en un corto trayecto de una amena conversación con mi admirado personaje, hasta notar que el valeroso y aguerrido bastión del medio campo, le tenía pavor a esos desplazamientos y viajes obligados, por lo menos con una frecuencia de cada 15 días; su primer sobresalto lo tuvo en el aterrizaje en “La heroica”, cuando unos fuertes vientos laterales, amenazaron con desestabilizar el avión; el segundo remezón y consabido mal momento se dio a la llegada del antiguo aeropuerto de Rionegro, localizado en una encrucijada orográfica, donde la nave pasaba literalmente, al lado de los cerros tutelares. En esta instancia crucial, alcanzó a decir: ¡Dios mío, a tierra esta vaina!

El aterrizaje del equipo “Tiburón” en Matecaña, también estuvo matizado por la situación difícil de estas maniobras. Cuando avistamos las inmediaciones de la ciudad, Julio Avelino fue presa de los nervios y una actitud supersticiosa, al ver en las sillas contiguas a un par de religiosas que camándulas en mano, rezaban por la suerte y éxito del viaje. Visiblemente tensionado y fatigado por un vuelo irregular, se levantó de su silla, expresando¨ Ya yo llegué, ojalá su viaje a Cali sea más tranquilo y sereno”. Alcanzó a estampar su firma autográfica en el libro “El hombre que calculaba” de Malba Tahan, llevado en mis manos para mitigar el efecto nervioso en esos viajes estresantes. Para mis adentros me dije: ¡Hombres con miedo al avión, solamente Comesaña!

 

Álvaro Enrique Yaguna Núñez

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