Opinión

Bits y microchips de guerra

Bruno Perón

13/01/2014 - 11:00

 

Dilma Rousseff en su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York el 24 de septiembre de 2013 manifestó su recelo de que Internet se transformase en el “nuevo campo de batalla entre los Estados”.

Hay unanimidad de que debe hacerse algo para impedir que la privacidad de siete mil millones de habitantes de la Tierra no se guarde en un microchip del escritorio de Facebook y en otro de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, de la sigla en inglés National Security Agency) de los bandoleros Estados Unidos.

Mientras tanto, nuestra preocupación con la privacidad en el uso de Internet no se debe radicalizar al punto de concretar un “control social de los medios” riguroso en vez de simplemente navegar a otro website con el cual tengamos afinidad o cambiar el televisor cuando discordamos de la programación de algún canal. Mucho menos deseable sería el modelo de control de la información que el Partido Comunista de China impone a los usuarios de Internet, en ese país se prohíbe el acceso a varios dominios (direcciones virtuales) de los que el gobierno chino sospeche que tienen contenidos impropios.

Evidentemente los medios de comunicación e información (sobre todo la Internet) traen beneficios inéditos al proceso globalizador, que surgió mucho antes pero que viene haciéndose notar a partir de los años 90. Sin embargo los países que se perjudican con la desindustrialización y la falta de inversiones en tecnología tienen menos influencia sobre ellos. De esa forma, la confesión de Edward Snowden provoca repudio generalizado en Estados Unidos y sus aliados, como se comprobó con la detención del compañero del periodista Glenn Greenwald en un aeropuerto de la “cool” Britania por agentes migratorios.

Naturalmente, la atención de las autoridades diplomáticas brasileras se volvió hacia ese episodio y a la desesperación de los cómplices nórdicos de punir a los responsables del vaciamiento de información procedente del espionaje. Y no es de extrañar que allí “vale todo”. Un reportaje de Fantástico del 6 de octubre de 2013 indica que los espías de EUA escrutaron las llamadas telefónicas del Palacio de Planalto y las del Ministerio de Minas y Energía. Los nexos de burócratas de ese ministerio con los de otros países sobre asuntos estratégicos permite a los espías estadounidenses (y posiblemente los de Canadá) establecer estrategias para prever actitudes en negociaciones.

Teniendo en cuenta algunos de estos desafíos de la era de la comunicación e información, el Ministro de Defensa brasilero, Celso Amorim hizo una propuesta el 11 de octubre de 2013 durante su conferencia a estudiantes de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro: la creación de la Escuela Nacional de Defensa Cibernética, a pesar de la restricción presupuestaria del Gobierno Federal en la defensa, y la dificultad de reunir profesionales altamente capacitados para trabajar en Brasil en los sectores público y privado.

Una gran preocupación de los gestores del gobierno brasilero en este momento es la de organizar sus sectores de desarrollo estratégicamente en regiones diversas del país, de invertir en la formación académica de brasileros en el exterior (programa Ciencia sin Fronteras) y de educar bien a los jóvenes en la enseñanza básica. Ciertamente un inversor extranjero en Brasil está más interesado en vender su producto mientras disfruta su tiempo libre en el satélite Elysium, que en reforzar nuestra consciencia de ciudadanía.

La Internet, que se creó en los bandoleros EUA como instrumento militar, continuara siéndolo mientras no se establezcan reglas más claras de convivencia e interacción en este medio de comunicación. Por eso las políticas públicas lanzan una nueva mirada sobre las tecnologías de comunicación e información. Aunque yo opine que la Internet trae más beneficios que maleficios, todo usuario precavido evitara  que los bits y los microchips que usa en su educación y entretenimiento se conviertan en los instrumentos de una guerra cibernética.

 

Bruno Perón

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