Opinión

¿En qué bando estás?

Diógenes Armando Pino Ávila

17/04/2015 - 06:00

 

Para un pueblo que ha vivido todo el tiempo en la guerra es muy difícil vivir en paz, ése es el caso de Colombia. Nuestro país, o por lo menos una parte considerable de los colombianos se han acostumbrado a los horrores de la guerra y han hecho de esta su zona de confort, pues en ella obtienen el motivo para alimentar sus odios, incluso algunos han sacado dividendos de la caótica situación que la guerra suscita y se han enriquecido haciendo actividades non sanctas, como el tráfico de armas con destino a la guerrilla y a los paramilitares. Otros utilizando el desplazamiento y la amenaza, bien propiciándola o aprovechándose de ellas, se han enriquecido apropiándose de tierras a bajo o ningún precio, y sabe Dios que otros “negocios” derivados de la muerte han fortalecido patrimonios de los antiguos y nuevos ricos de la guerra (en este grupo se ubican en unidad delictual, amigos de la guerrilla y amigos de los paras).

Hay una franja de la población colombiana que, a diferencia de la primera, ha vivido las consecuencias de la guerra a través del secuestro suyo o de algún familiar cercano, han sufrido la extorsión y la amenaza, han sentido en carne propia el desplazamiento de su familia o la desaparición de algún miembro de su entorno familiar y cansados de la violencia abandonan sus odios y abogan por la paz (en este grupo hay víctimas de las guerrillas, de los paras y de los agentes del Estado)

También hay un grupo, cada día más reducido, afortunadamente, que sin haber sufrido en carne propia o en su entorno familiar los rigores del conflicto, actúan por contagio, porque oyen decir a sus líderes políticos que hay que perpetuar la guerra y como el loro repiten este discurso de muerte y destrucción, sin siquiera pensar en el daño que hacen a la sociedad, estos por su ignorancia, son aún más peligrosos que los verdaderos actores del conflicto, pues sin hacer negocios con la guerra, vierten más odios y venenos que los guerrilleros y paramilitares juntos.

Hay un grupo, la mayoría de los colombianos, que desde siempre clamamos por la paz y el cese de la guerra fratricida, un grupo enorme de personas que repudiamos la violencia y la muerte venga de donde viniere, personas del común, profesionales, políticos de izquierda y de derecha moderada,  intelectuales, obreros, militares, padres, madres de familia, estudiantes, jóvenes, viejos, religiosos, ateos, políticos, sin partidos, en fin un grupo heterogéneo, con un sentido de responsabilidad histórica hacia las nuevas generaciones, que deseamos fervientemente que cese la guerra, que acabe la violencia, que se curen las heridas, que terminen los odios y que de una vez y para siempre se cierre este capítulo horroroso de muerte y destrucción que día a día enluta y degrada a una nación próspera y maravillosa donde nos cupo en suerte nacer.

En La Habana Cuba se juega la suerte del país y solo hay dos opciones, una de ellas, perpetuar la guerra y seguir tiñendo nuestros ríos y campos colombianos con la sangre de militares y guerrilleros, continuar secuestrando colombianos, desplazando familias campesinas, llenando de viudas y huérfanos las periferias tuguriales de las ciudades capitales, matando de hambre a niños inocentes, negando los servicios asistenciales a las clases desprotegidas, es decir, acrecentando las desigualdades y nutriendo de miserias nuestros pueblos, porque el presupuesto se destina a esta guerra fratricida. La otra opción, es firmar la paz con los grupos insurgentes, y que mediante un proceso de justicia transicional se sometan los actores armados del conflicto y purguen sus penas, manifiesten sinceramente la verdad de sus delitos, reparen las victimas de su accionar y se reintegren a la vida civil, para que así Colombia vuelva a ser alegre y próspera y entre a jugar el papel histórico y de liderazgo a que está llamada dentro de esta América desigual.

Para que el sueño de la paz sea una realidad se requiere el sometimiento a la justicia de los actores armados, pero también el sometimiento de los que propiciaron, patrocinaron y financiaron el conflicto. Además la justicia debe seguir actuando y castigando a políticos y funcionario que con artimañas torcieron la historia del país, los que chuzaron, espiaron, amedrentaron, asesinaron, robaron el erario, sobornaron, delinquieron e hicieron de la cosa pública su negocio particular para enriquecerse. Solo así y únicamente así es posible la paz, caso contrario la paz sería un juego lampedusiano que únicamente propiciaría la permanencia en el poder a los de siempre.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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