Opinión
El plomo de ayer
I
A través de un comunicado de prensa, el pasado 26 de junio, la Misión de la ONU en Colombia, informó que tiene almacenado en sus contenedores el conjunto de las armas individuales de las FARC-EP: 7132. Además, indicó que ha verificado 77 caletas, de las cuales extrajo municiones, explosivos y armamento. Claro, es una noticia para exaltar la vida, es el evento más importante de nuestra historia reciente.
De acuerdo con los datos de la ONU, se entregó un arma por cada guerrillero, una proporción de 1:1, situación poco vista en un proceso de paz. Los ejemplos del pasado hablan, y son tajantes: las Autodefensas Unidas de Colombia dejaron menos de una por cada dos combatientes, mientras que el M-19, el Quintín Lame y el EPL entregaron una por cada tres desmovilizados. Más allá de los desatinos del acuerdo de La Habana, Colombia comienza a sacudirse de 50 años de guerra, de un plomo que remplaza el debate de ideas y hace trizas la vida: sí, trizas.
II
Siempreviva es un filme colombiano que se estrenó en 2015. Está basado en una obra teatral de Miguel Torres, que narra la lucha de una familia por encontrar a su hija menor, desaparecida durante la toma del Palacio de Justicia. Es dirigido por Klych López y cuenta con las actuaciones de Laura García, Enrique Carriazo, Laura Ramos, Andrés Parra, Alejandro Aguilar, entre otros. Los hechos se desarrollan en un solo escenario: una vieja casa de La Candelaria. Ahí se sintetiza a Colombia, se abrevian nuestras guerras, pasiones y esperanzas.
Es una película sobre el amor y el sufrimiento, mejor dicho, sobre la vida. La historia retuerce al espíritu, hace llorar. Envía un mensaje directo a la conciencia: el plomo doblega y ciega al ser humano, pero la paz no es imposible. Siempreviva se puede hallar en Netflix, hace parte del club de largometrajes que de una forma bella y conmovedora dibujan el conflicto armado del país: Los Colores de la Montaña, La sombra del caminante, Golpe de Estadio, Heridas, Retratos en un mar de mentiras y El baile rojo: memoria de los silenciados.
III
Valledupar pare versos y risas, pero también odios. Bueno, eso también pasa en muchos otros lugares. Aquí es fácil encontrar a Gustavo Gutiérrez piropeando a una morena en una esquina, pero también los recuerdos de la guerra andan por las calles, por los ojos que guardaron el pasado. Líbranos del bien es una obra delirante que narra la historia de Ricardo Palmera antes de ser Simón Trinidad y de Rodrigo Tovar antes de ser Jorge Cuarenta, que muestra como una pequeña ciudad o más bien un barrio (Novalito), puede condensar los rencores y las angustias de un país.
Alonso Sánchez Baute habla en su novela sobre el viejo Valledupar, el origen de la violencia, varias familias perdidas en el desconsuelo, la política como un arma de doble filo y el amor amor. El autor plantea dos interrogantes elementales: ¿Cómo se convierte en asesino el hijo de una mujer tan noble y alegre?” y “¿cómo un man tan bacán, tan divertido, puede ser al mismo tiempo un asesino?”.
IV
Ahora que el desarme de las FARC-EP se convierte en una realidad, resulta pertinente una palabra: comprender. No, no es tiempo de justificar ni de juzgar ni de olvidar, sino de comprender, hay que reconciliar a esta Colombia que se ahoga en el rencor. Aunque no son manuales de autoayuda, Siempreviva y Líbranos del bien conducen a entender la génesis y el trasegar de la violencia. El arte puede conseguir que florezca el perdón, puede eclipsar las miradas de odio.
Carlos César Silva
@ccsilva86
Sobre el autor
Carlos Cesar Silva
La curva
Carlos César Silva. Valledupar (Cesar) 22 de noviembre de 1986. Abogado de la Universidad Popular del Cesar, especialista y magister en Derecho Público de la Universidad del Norte. En el 2013 publicó en la web el libro de artículos Cine sin crispetas. Cuentos suyos han sido publicados en las revistas Puesto de Combate y Panorama Cultural. Miembro fundador del grupo artístico Jauría. Cocreador del bar cultural Tlön.
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