Opinión
Estamos cambiando
A veces pienso que Valledupar se enseria. En una semana realiza foros energéticos de alto interés, abre las puertas a la gastronomía local, feria de vehículos, selecciona entre juveniles expertos, la mejor salchipapa y la más atractiva hamburguesa, nos visita el presidente sin camisa naranja y el alcalde lo recibe igual, con camisa blanca, se olvidan por instantes de la economía de turismo. La prensa local de audiencia y respeto habla de dinamizar la economía, incluso los analistas del tema en Radio Guatapurì anuncian cifras alentadoras. Pero la dicha es fugaz, y a las pocas horas de tanto optimismo, cuando las diferencias divisorias del país parecen dormir, aparece como un capítulo de novela de ficción, el más real de los casos judiciales del país, el regreso por vía policial del ex ministro Arias, conocido en círculos populares como Uribito. Nombre que no toca explicar con plastilina.
Para un país serio, sería un simple caso de intercambio policial entre estados, para otros un show de televisión. Para un grupo llega un héroe que no se robó un peso y toca preservarlo como un equino de feria en la mejor escuela de caballería del país, otros quieren enviarlo como un pájaro carpintero a que “picotee” por ahí como cualquier cucarachero sabanero. De inmediato el gobierno y sus penalistas de alto grado piden crear la figura de la segunda instancia retroactiva para atender casos similares. Otros piensan que es para favorecer concretamente al amigo en desgracia. Y claro, no prevén que, al abrir esa ventanita legal, muchos, entre ellos enemigos vivos, pero muertos civil y políticamente, buscarán el mismo derecho y, entonces, recordamos el “Chanchullito” la cosa se pone seria como diría Diomedes el inolvidable cantor vallenato.
Mientras nuestra ciudad se enseria por momentos, el país nacional sigue en sus divisiones de odios y venganzas, los vallenatos políticamente damos nuestra lección de cambio. Nuestro dinamismo cambia hasta de nombres. Dicen que esta vaina la inventó el compositor Rafael, si se hubiera quedado en el valle sería Rafa el de Patillal, pero al irse para Bogotá, regresó como Maestro Escalona. Por eso El Turco Gil anda limpio y por el mismo detalle a La Perra Carrillo no inauguran parques en su nombre, tampoco al boxeador “Corocito” Vásquez. Ellos no cambiaron.
Otrora nadie quiso votar masivamente por José Eduardo Gnecco, ni por Denys Zuleta, Eloy Quintero Jr, Ricardo Fidelio Quintero, Alfredo Cuello Jr, aquí votamos por Tuto Uhìa, luego supimos que se llama Augusto Daniel Ramírez y la gente piensa que se equivocó de persona. Ahora piensan votar por El Mello Castro, muy a pesar que José Santos Castro González haya sacado las mayores cifras para concejo y asamblea, lo cual indica que nosotros en la urna votamos por desconocidos.
Pepe Gnecco, Lilo Gnecco, Chichì Quintero, Quintìn Quintero, Ape Cuello, Tuto Uhìa, y Mello Castro, resultan mejores que sus nombres de pila, algunos tienen que olvidar el sentimiento de abuelos, padres. Nótese que aquí las suegras ocupan lugar importante en casas juveniles y dudo mucho que una avenida en construcción termine con el nombre anunciado.
Tanta razón tenía Gabo, con estos cambios de nombres por conveniencias, “Me alquilo para soñar”. Virgen del agarradero, ¡aparece!
Tiro de chorro
Edgardo Mendoza Guerra
Sobre el autor
Edgardo Mendoza
Tiro de chorro
Edgardo Mendoza Guerra es Guajiro-Vallenato. Locutor de radio, comunicador social y abogado. Escritor de cuentos y poesías, profesor universitario, autor del libro Crónicas Vallenatas y tiene en impresión "50 Tiros de Chorro y siguen vivos", una selección de sus columnas en distintos medios. Trata de ser buena gente. Soltero. Creador de Alejo, una caricatura que apenas nace. Optimista, sentimental, poco iglesiero. Conversador vinícola.
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