Opinión

Tamalameque: mirando el pasado con ojos de futuro

Diógenes Armando Pino Ávila

27/01/2020 - 09:15

 

Tamalameque: mirando el pasado con ojos de futuro
La iglesia de Tamalameque (Cesar, Colombia) / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co

 

Vivir en un pueblo del Caribe colombiano lleno de leyendas, historias, costumbres y tradiciones, nutriéndonos día a día de su oralidad, respirando a pulmón pleno su cultura, deleitándonos con el dum dum de sus tamboras y los cantos, alegres uno y nostálgicos otros, con que nuestros juglares narran la cotidianidad sencilla y la picaresca de nuestras aldeas. Haber crecido entre leyendas e historias, entre espantos y festejos, en una niñez que confundía, la mayor de las veces, la realidad con la fantasía, donde nuestros mayores con su narrativa e imaginarios incentivaban la creación de historias en nuestro magín, de por sí calenturiento. Nacer en un pueblo del Caribe no tiene precio.

Yo nací en un poblado mágico de éstos, en uno que no tiene mar, pero que goza de la sorprendente presencia del majestuoso Río Grande de la Magdalena; en un lugar con el encanto de grandes espejos de agua, que, como lentes gigantescos, elevan su mirada al cielo escudriñando los misterios del azul infinito del firmamento y que en las noches son testigos de los secretos siderales que se esconden a los ojos humanos para hacer sus apariciones. Nací en uno que tiene varias leyendas (La Llorona, La Luz Corredora, El Cuero arrastrao, entre otras); un poblado de dilatadas sabanas comunales, que ahora tienen dueños, sabanas pobladas de comejeneras que semejan extrañas edificaciones de una ciudad dispersa, sub realista con visos fantasmales.

Un terruño con casas de grandes patios donde se yerguen árboles frutales que brindan umbroso ambiente, que invita a colgar una hamaca hospitalaria donde hacer una apacible siesta, después de una copiosa ingesta de pescado con una limonada endulzada con panela, servida en una jarra de vidrio que deje ver su panza perlada de gotitas de agua condensadas por el contraste del calor del ambiente y el frío del hielo picado en su interior. Un villorrio con tres elevados tanques de acueducto pero que bombean el agua del pozo profundo al tubo porque dichos tanques no funcionan. Una aldea sin mercado donde todo lo compramos en las carretas que recorren las calles vendiendo el pescado, la carne y las verduras. Un pueblo que está de espaldas a su cultura y que por desconocerla no la utiliza como insumo para su propio desarrollo, una localidad en la que el visitante o turista agota la agenda en media hora y al no tener nada que ver o visitar abandona el pueblo buscando otras localidades donde haya insumos para su curiosidad cultural.

Por todo lo anterior, sueño mi ciudad en un futuro como una población con una calle peatonal adoquinada (El Callejón del Peligro, donde nacieron las leyendas), adornada con faroles coloniales y bancos de madera donde renazca el amor, la poesía y la leyenda. Un lugar cuyas calles tradicionales estén señaladas con placas en sus esquinas que recuerden sus nombres tradicionales. Un vividero que en diferentes sitios yergan monumentos alusivos a sus leyendas. Un pueblo que reconstruya el aljibe donde surtían nuestros mayores el agua para beber. Un sitio en cuyo puerto puedan llegar propios y extraños a disfrutar el paisaje del río y que a su vez puedan hacer paseos por sus caños y ciénagas explorando y disfrutando de la naturaleza, admirando la belleza natural de estos parajes.

Un sitio que pueda brindar al turista un plato de pescado bien preparado y bien servido. un entorno que brinde espectáculos de “baile cantao” a través de sus grupos folclóricos. Una localidad que rescate su cultura y tradición y sobre todo que promueva el Festival Nacional de la Tambora y la Guacherna como una manera de resignificar nuestras costumbres y tradiciones lo que permita la apropiación de las mismas por parte de las nuevas generaciones. Un destino turístico que brinde el paseo en ciclo taxis por sus calles para visitar los monumentos a las leyendas.

Un pueblo con una casa de la cultura bien dotada, donde funcione el museo con precolombinos de nuestra cultura, con una galería de fotos que cuenten la historia pasada de nuestro terruño. Un municipio que decida restaurar su iglesia colonial, con retablos, espadaña y púlpito como en el pasado. Una municipalidad que sea dueña del antiguo teatro, lo restaure y lo ponga al servicio de la comunidad para eventos y presentaciones. Un poblado donde la cultura ocupe un sitial de honor en su desarrollo, donde jóvenes y niños puedan asistir a escuelas de formación que permita redescubrir nuestra cultura, costumbres y tradiciones.

Un ente territorial que vea la cultura como un bien inmaterial capaz de generar oportunidades de ingreso y de trabajo. Un territorio que mire, lo que nunca ha mirado, el talento innato de su gente. Una entidad municipal donde sus mandatarios, políticos y ciudadanos del común impulsen la cultura vernácula y la respeten. Un pueblo donde sus maestros y profesores propicien, sin entorpecer, la toma de conciencia cultural de los estudiantes y que a través de la transversalidad en el currículo hagan posible la integralidad entre cultura, saber, hacer y ser. Ese pueblo donde nací y que ahora sueño de esta manera con ojos de futuro se llama Tamalameque. ¿Qué sueñas para tu pueblo?

¡Si no hubiera nacido en Tamalameque me gustaría haber nacido allí!

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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