Opinión
Los maestros
Ante la andanada de tareas que debe realizar un maestro como parte de su trabajo diario, es fácil caer en la equivocación de afirmar que cualquiera puede hacer lo que los profesores hacen.
Tamaño juicio el que lanza quien no haya pensado profundamente y analizado (como pocos hacen) antes de pensar. Si bien Savater confirma que sí, que cualquiera puede enseñar, cierto es también que el mismo intelectual sale en defensa de los tal vez mejores practicantes de la empatía y de la abnegación. Dice el intelectual español que es cierto, que cualquiera, inclusive un niño, puede enseñar a patear un balón, a usar un vaso para beber agua, a peinar el cabello de una muñeca, y a muchas cosas más, pero sólo el maestro sabe hacer la labor de quien se planta frente a un grupo de estudiantes.
"La fortaleza de un centro educativo está en su sala de profesores", dijo alguna vez otro maestro menos afamado que Savater, pero con igual contundencia en su convicción. Lo extrae de su experiencia, de su relación con otros que se desempeñan y conocen a fondo la teoría educativa. No son afirmaciones sin solidez, traídas de los cabellos. Por eso el homenaje que cada 15 de mayo (en el que, valga la anotación, se celebra también el día de otros abnegados, de los campesinos, y su santo patrono San Isidro) no debería ser una fecha más del calendario ni mucho menos para una institución educativa que valore su razón de ser. Una simple mención no debería ser suficiente ni una merienda en los minutos del descanso de su horario de clases. Habría que quitarse el sombrero ante estos profesionales que tienen, además, mucha más vocación.
Ninguno de ellos reclama de nadie un regalo material. Hasta una jornada de descanso valorarían más los émulos de la griega y mitológica Atenea. Porque tampoco se trata de obsequios que también valores simbólicos tienen. Se trata del reconocimiento que subyace en la celebración. Bien lo dijo en su letra el compositor-poeta guajiro Hernando Marín: "esa gente tan valiente y de tan noble corazón". Marín sí les dio el valor a los abnegados trabajadores de la enseñanza, y Poncho Zuleta y su hermano Emilianito la dejaron en la memoria colectiva posterior de los que escucharon y escuchan la canción.
La Ingeniería Industrial con sus olas de renovación del esquema laboral se ha encargado de "reestructurar" los conceptos como "empleado" o "trabajador" y hoy ha dejado sin peso gravitacional a ambos considerándolos meros "colaboradores", como sí semánticamente quisieran quitarse peso o compromiso legal con quienes engranan la maquinaria de la productividad. Han aumentado la velocidad en la autopista de la deshumanización del trabajo que ya las revoluciones industriales habían iniciado. Esperarán volverlos a todos unos Gregorios Samsa, como en el relato de Kafka.
Por eso hay que cerrar filas ante los maestros, rodearlos con el mismo grito de batalla que Tomás Zuleta lanza en medio de su interpretación: "Maestros de Colombia: uníos por vuestra reivindicación, ¡carajo!"
Adalberto Rico Castro
Profesor Lengua Castellana e Inglés
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