Opinión

Irónica bonanza

Luis Carlos Guerra Ávila

30/04/2024 - 05:00

 

Irónica bonanza
Después de la crisis algodonera en las décadas de los ochenta y noventa, los índices de cáncer aumentaron en el municipio de Codazzi / Foto: El Pilón

 

En los inicios de los años cincuenta, la vida transcurría tranquila y apacible en este pueblo a orillas de la imponente serranía del Perijá. De pronto, los camiones Ford y Dodge, modificados y reforzados, así como las zorras con estructuras de madera, remolcadas por imponentes tractores, se alineaban en largas filas. Estos vehículos estaban cargados con lonas llenas de algodón, esperando ingresar a la Federación Nacional de Algodoneros para ser pesados en la báscula.

En uno de estos tractores se encontraba Silvio Núñez, un niño de apenas 12 años de edad, hijo del tractorista de la hacienda Nápoles. Su tarea era cuidar la carga de algodón mientras esperaban su turno para ser pesados y entregados. Una vez que los trabajadores de la desmotadora recibieron los bultos de algodón, Silvio y su padre regresaron a la hacienda para continuar con sus labores diarias.

Durante la temporada de recolección de algodón, la finca Nápoles se llenaba de recolectores provenientes de diferentes regiones como Tolima, Córdoba, Atlántico, Sucre y el Sur de Bolívar. Los finqueros contrataban buses de varias empresas para traer a estos trabajadores y asegurar la cosecha.

En la finca Nápoles, la preparación de la tierra comenzaba en abril o mayo, utilizando rastrillos acoplados al tractor para arar, limpiar y hacer los surcos necesarios. Luego, en los meses de junio y julio, con las primeras lluvias del invierno, se llevaba a cabo la siembra. Silvio siempre acompañaba a su padre en esta labor. Una vez que las semillas eran esparcidas y sembradas, los surcos quedaban muy densos debido a la cantidad de semillas regadas. En ese momento, se iniciaba el raleo, que consistía en seleccionar y eliminar las matas que estaban en exceso, dejando solo la cantidad precisa y necesaria para un crecimiento óptimo.

Posteriormente, seguían los fertilizantes y las aguas provenientes del cielo hacían su tarea, las matas crecían rápidamente en agosto y septiembre, en octubre empezaban a salir los mamones y por la cantidad de estos, se sabía que la cosecha iba a ser buena. Luego, se abrían y brotaban las motas de algodón sobre una capsula o "cacota" de color marrón que sostenían el blanco producto.

Al llegar los recolectores, se anotaban en un cuaderno con un número y se les entregaban las lonas numeradas según el orden de llegada. El administrador o capataz de la finca se encargaba de llevar los trabajadores a los campos sembrados y les asignaba los surcos correspondientes. La recolección comenzaba alrededor de las cuatro de la mañana.

A mediados de la década de los cincuenta, los cultivos de algodón no requerían muchos fertilizantes ni control de plagas, lo que representó una época de bonanza. Hacia los años sesenta, comenzaron a surgir en Codazzi varios polos económicos de impulso y desarrollo como almacenes de agroquímicos, farmacias, depósitos de abarrotes, cines, bancos, avionetas de fumigación, un aeropuerto y una zona de tolerancia llamada la curva para satisfacer las necesidades sexuales de los recolectores.

Y fue a comienzos de los sesenta cuando Silvio Nuñez, el niño de 12 años, ayudaba a su papá, quien era tractorista en la finca Nápoles. Este niño se convirtió en el brazo derecho de su padre, pues el dueño de la finca le tenía mucha confianza por la destreza que mostraba en las faenas diarias. No solo raleaba, sino que también se hacía cargo de muchas labores que le correspondían a los adultos, y él las ejecutaba muy bien.

Una vez, mientras caminaba por los sembradíos bastante crecidos, descubrió unos gusanos verdes detrás de las hojas de las matas de algodón. Cogió algunas muestras y se las llevó a su padre, quien de inmediato se las entregó al patrón. Al día siguiente, el hacendado llegó con el Ingeniero Agrónomo, quienes entrevistaron a Silvio y él los llevó a las áreas donde había encontrado las larvas.

Ese día descubrieron al Heliotis, un gusano que se hospedaba detrás de las hojas de la planta de algodón. Ordenaron la primera fumigación aérea con un veneno altamente tóxico para el ser humano. Esto era todo un acontecimiento para Silvio, ya que a pesar de llevar tres años trabajando en las labores de siembra y cuidado del algodón, nunca antes había presenciado una fumigación de tal magnitud. En ese momento, Silvio ya había cumplido 15 años.

El ingeniero agrónomo explicó cómo sería el procedimiento, y para llevarlo a cabo, necesitaban un banderillero. Le informaron que la avioneta volaba y cubriría aproximadamente diez surcos en cada pasada. Por lo tanto, debía llevar una bandera roja y protegerse con un sombrero y un trapo en la cara, dejando solo los ojos descubiertos. Después de que la avioneta pasara, debía quitar la primera bandera y colocarla diez surcos más adelante, y él señalaría con la bandera donde podía pasar. Silvio se sintió halagado de que le hubieran dado esa responsabilidad y estuvo atento desde muy temprano al inicio de su trabajo.

Vio la avioneta alineándose en el cielo, dirigiéndose directamente hacía los primeros surcos marcados. Comenzó a mover la bandera y observó como esparcía chorros de veneno mientras se acercaba a él. Estaba emocionado, su corazón latía aceleradamente. Alzó la cabeza para poder ver la avioneta por debajo y percibió cómo un rocío de diminutas gotas rozaba su piel.

Hubo varias pasadas del artefacto volador, y Silvio estuvo atento y dedicado a su encomiable labor como banderillero. Se había convertido en un profesional en su tarea. Fue felicitado tanto por el patrón, el ingeniero como por el capitán de la avioneta. En los días siguientes, le encomendaron la tarea de registrar los lotes fumigados para verificar si el veneno había tenido efecto en las larvas. Caminó a lo largo de varios surcos, y las hojas de las plantas rozaban su piel. Al observar debajo de ellas, para recoger los gusanos muertos y llevarlos al Ingeniero Agrónomo, a veces no se daba cuenta y se limpiaba el sudor de la cara con sus manos. Ese día se convirtió en un experto en el control de plagas de la finca Nápoles.

Siempre estaba atento a realizar caminatas periódicas por los cultivos, tal como le recomendó el ingeniero agrónomo. En una de esas caminatas, cuando las matas estaban cargadas de mamones a punto de abrir, descubrió un pequeño agujero en uno de ellos. Metió un palito y sacó un gusanito rosado, Esto despertó su atención, y decidió intensificar la búsqueda. Observó que en varias matas también se encontraban estos gusanos hospedados.

Otro hallazgo realizado por el gran Silvio, el banderillero profesional, y ayudante del Ingeniero Agrónomo, quien era felicitado y alabado cada vez que desempeñaba su labor de manera excepcional.

Una vez más, las fumigaciones entraron en acción y la avioneta esparció el poderoso veneno para combatir la plaga. En medio de todo eso, se encontraba Silvio, marcando la ruta y por dónde debía pasar la salvación del cultivo. Su papel como guía y protector del campo sembrado era fundamental en ese momento

El dueño de la finca en recompensa, les obsequia cajas de cartón muy grandes, que solían contener el insecticida, y su madre las utiliza para guardar la ropa limpia. Al notar la actitud generosa del patrón, deciden solicitarle si les puede hacer el favor de regalarles dos tanques donde venía el veneno, para así poder quemarlos, pintarlos con pintura de aceite y utilizarlos como almacenamiento de agua para los quehaceres domésticos. En efecto, el patrón accede a su petición y los tanques se convierten en las albercas para almacenar agua limpia.

Con la llegada del mes de diciembre, comenzó la temporada de recolección de algodón en la finca. Más de 200 hombres llegaron para participar en esta tarea. La recolección se prolongó hasta finales de enero y mediados de febrero, cuando finalmente se completó la cosecha de algodón. Durante este periodo, también se llevó a cabo la recogida de repela, que consiste en recolectar los mamones que se abren tardíamente y las motas que quedan sin recoger.

En marzo y abril, se acercaba la fecha límite establecida por el Instituto Colombiano Agropecuario para la destrucción de la soca, arbustos secos y rastrojos, con el fin de preparar el terreno para una nueva siembra y obtener nuevamente el permiso para el ciclo agrícola. Sin embargo, la mayoría de los algodoneros también se dedicaban a la ganadería, y el patrón de Silvio no era una excepción. Por lo tanto, traían el ganado y lo dejaban alimentarse de la soca, la misma que había sido fumigada con veneno, para eliminar el heliotis y el gusano rosado. Algunas de estas reses eran ordeñadas y su leche se vendía para consumo humano, mientras que otras eran sacrificadas para consumir su carne.

En sucesivas siembras, continuaban apareciendo larvas de diferentes especies y surgía la presencia del picudo, un coleóptero perteneciente a la familia de los gorgojos que se alimentaba por completo de los mamones. Esta plaga resultaba difícil de controlar en aquel tiempo, específicamente a finales de las décadas de los setenta y principios de los ochenta. 

Unos años más tarde, Silvio, con 38 años de edad y con una trayectoria laboral como tractorista, banderillero y plaguero, se encontraba respondiendo unas preguntas formuladas por un especialista oncólogo a través de un formulario. Estas preguntas eran parte de los preparativos para someterse a una serie de exámenes médicos, con el fin de determinar la causa de los dolores insoportables que experimentaba en su cuerpo y las notables escoriaciones en su piel. En la sala de espera del consultorio médico, Silvio recordaba a su madre y la forma en que había fallecido. Solo le habían informado que había sido a causa de un cáncer que se la llevó, al igual que a su padre. Trataba de ordenar sus pensamientos mientras esperaba para su consulta con el profesional de la salud.

Mientras caminaba en la sala de espera, Silvio alcanzó a escuchar en Radio Guatapurí la noticia de que la crisis algodonera era una dura realidad. Los algodoneros se habían arruinado y se informaba que la Federación Nacional de Algodoneros se encontraba en quiebra. Además, las empresas no encontraban solución para deshacerse de los insecticidas, ya que nadie quería recibirlos. Finalmente, se mencionaba que los insecticidas habían sido enterrados en los lotes de Codazzi y El Copey, los cuales eran propiedad de la Federación.

Silvio reflexionaba sobre cómo la vida le había jugado una mala pasada. Había disfrutado de su trabajo y se había divertido en cada momento, sintiéndose halagado y dando lo mejor de sí mismo sin saber lo que le deparaba el futuro y el daño que se estaba haciendo a sí mismo al tratar de construir un futuro para sus hijos. Tristemente, después de cinco años de luchar contra el cáncer, Silvio falleció, habiendo sido diagnosticado en una clínica de Valledupar.

Posdata: Es lamentable saber que después de la crisis algodonera en las décadas de los ochenta y noventa, los índices de cáncer aumentaron en el Municipio de Codazzi. Algunos agricultores y empleados que estuvieron expuestos y manipularon el veneno utilizado en las pistas de fumigaciones, fallecieron a causa de cáncer relacionado con los agentes químicos presentes en el insecticida.

Es preocupante que el lugar donde se enterró el insecticida de la Federación de Algodoneros aún permanezca sin un estudio serio que permita evaluar y prevenir los posibles riesgos asociados. De manera irónica, se construyó un barrio en ese sitio, al cual se le dio el jocoso nombre de "villa-veneno"

Fin.

 

Luis Carlos Guerra Ávila

 Tachi Guerra

Sobre el autor

Luis Carlos Guerra Ávila

Luis Carlos Guerra Ávila

Magiriaimo Literario

Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).

1 Comentarios


Samuel Rojas Segovia 01-05-2024 08:11 PM

EXCELENTE RELATO MI ESTIMADO TACHI! CON UN BUEN HILO CONDUCTOR EN REDACCION, QUE ME PERMITIO INTERESARME EN LEER ESTE HASTA EL FINAL!!!! MUY BUENO!!!

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