Patrimonio
El guapirreo, grito gozoso del Caribe
El guapirreo, ese grito de entusiasmo que refleja fielmente nuestra esencia Caribe, es muy escuchado en el marco de las fiestas y reuniones sociales que vivimos, en los festivales musicales, incluso en las fiestas de fin de año, cuando despedimos la vieja anualidad y le damos la bienvenida al nuevo año.
Esa noche, al son de Faltan cinco pa’ las doce, Yo no olvido el año viejo, o Año nuevo, vida nueva, gritaremos “uiiiipiii”, “jueeeeepaaaa” o “güepajé” hasta el cansancio, o cualquier otro de los sonidos característicos del guapirreo, cada vez que la música impregne nuestro cuerpo y se apodere de nuestro espíritu.
De acuerdo con investigaciones culturales, el origen del guapirreo se relaciona con la etnia Zenú, cuando quienes cultivaban o se dedicaban al pastoreo encontraron en estos gritos agudos la forma de comunicarse en el campo, en las amplias sabanas de Córdoba y Sucre y el sur de Bolívar. El guapirreo se popularizó en las corralejas y las fiestas patronales, al calor de los porros; de hecho, en la actualidad son infaltables junto a las bandas que interpretan las hermosas melodías de este género musical de la región.
Hoy, ese alarido gozoso se ha masificado en todo el Caribe, diversificándose la estridencia del grito entusiasta, por ejemplo, “güepajé”, en la cumbia y “ayhombe”, en el vallenato o para dar aún más fuerza a la expresión fiestera, “ayhombegüepajé”. También se ha extendido por todo el país en sus distintas versiones y es natural escucharlo de boca de quienes se gozan al máximo las festividades.
Para el caso particular de los barranquilleros, el guapirreo resuena enormemente durante el Carnaval, días en los que ese sonido se convierte en el principal acompañante de los festejos patrimoniales del Rey Momo, en las calles, los bailes o en los desfiles tradicionales.
Esta especie de muletilla musical que también utilizan con destreza los cantantes, pletóricos de talento, igualmente sirve de refugio para quienes carecen de ritmo y melodía, pero viven plenamente el éxtasis y la alegría de la música. Este es mi caso que, para sumarme plenamente al sano delirio musical, me arropo con la cobija virtuosa del guapirreo.
Vienen a mi memoria recuerdos de mi niñez cuando, junto a mi hermano Ignacio, el primo Juan y mis vecinos Andrés y Raúl, recorríamos el barrio Paraíso, para alegrarlo con las notas vallenatas de nuestro grupo ‘Los Independientes del Ritmo’, ya que, como decía mi madre, cada quien iba por su lado. Allí, con dignidad, siempre fui el ‘ayhombero’ del grupo.
Sin duda, el ejercicio del guapirreo es la manera más sentida de expresar el gozo y la pasión por la música vernácula, pletórica de identidad, melodiosas notas y jubilosa alegría.
José Consuegra
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