Historia

El Partido Conservador: “el bobo del pueblo”

Eddie José Dániels García

10/05/2021 - 04:50

 

El Partido Conservador: “el bobo del pueblo”
Laureano Gómez Castro, máximo jefe del partido conservador a comienzos de 1946 / Foto: El Tiempo

 

Este fue el calificativo que le dio el doctor Laureano Gómez Castro al Partido Conservador, del cual era su máximo jefe a comienzos de 1946, cuando se acercaban las elecciones presidenciales y el Partido Liberal se encontraba dividido en dos aspirantes, que, contra toda pretensión, se mantenían irreconciliables: Gabriel Turbay Abunader, candidato del oficialismo liberal, y Jorge Eliécer Gaitán, respaldado por las mayorías populares. Como el Partido conservador, faltando menos de dos meses para las elecciones, no tenía candidato propio, los dos aspirantes liberales, desde sus regazos, buscaban el guiño del doctor Laureano, le hacían carantoñas, para que éste, siguiendo la disciplina del Partido Conservador, le anunciara a su colectividad por cuál de los candidatos liberales había que dirigirse a las urnas. Aspiraban a que actuara de igual manera a como lo había hecho cuatro años antes, en las elecciones de 1942, cuando autorizó a los conservadores respaldar la aspiración de Carlos Arango Vélez, candidato liberal, para impedirle la reelección a Alfonso López Pumarejo, su antiguo amigo de luchas y combates políticos.

El atributo con que el doctor Laureano identificó al Partido Conservador fue el título de una nota editorial del periódico El Siglo, diario de su propiedad, que publicó a mediados de marzo de 1946. El editorial obedecía a que, unos días antes, Alfonso López Pumarejo había propuesto, como solución definitiva, una tercería liberal con la intención de buscar la unión del partido, cuyos candidatos no daban el brazo a torcer. Sabiendo de sobra el jefe liberal, que el doctor Laureano no era simpatizante de Gabriel Turbay ni de Jorge Eliécer Gaitán, propuso, en un reportaje que publicó en El Liberal, diario de su propiedad, buscar un tercer nombre que fuera del agrado de los conservadores, quienes, seguramente, lo aceptarían con plena satisfacción. Para ello destacó los nombres de Darío Echandía, Carlos Lleras Restrepo, Carlos Sanz de Santamaría, Luis López de Mesa y Carlos Lozano y Lozano. No citó el nombre de Alberto Lleras Camargo, porque éste ejercía la presidencia desde agosto de 1945, gracias a la renuncia presentada por López Pumarejo, provocada por varios escándalos, considerados, entonces, como “abusos de poder”.  

La recomendación del jefe liberal, quien había sido dos veces presidente de la república, 1934-1938 y 1942-1945, fue acogida ampliamente por sus partidarios, quienes comenzaron a buscar una lista de nombres para someterlos a consideración de la colectividad conservadora. Inmediatamente, el doctor Laureano Gómez les desbarató sus “cuentas alegres” con el título de la nota editorial: “El Bobo del Pueblo”. En ella, el jefe conservador rechazaba la propuesta de López Pumarejo, al considerar que ésta significaba para el conservatismo una posición pasiva, simplemente receptiva, puesto que, en esa lista, de origen exclusivamente liberal, era el Partido Liberal el que la haría y la presentaría al conservatismo, sin incluir en ella el nombre de ningún conservador eminente, como si en este partido no hubiera colombianos que merecieran el alto honor de la investidura presidencial. Finalmente, enfatizaba el doctor Laureano Gómez: “hacer esto es considerar al Partido Conservador como “el bobo del pueblo”, al que se le puede imponer el deseo omnímodo de cualquiera”.  Apenas leyeron el editorial, los liberales se les enfrió la pajarilla.

Con el escrito del jefe conservador, quedó definido, a todas luces, el “mensaje implícito” que traía la nota editorial: “El conservatismo iría con candidato propio a las elecciones presidenciales que se realizarían el domingo 5 de mayo de 1946”.  Frente al fracaso de la fórmula propuesta por López Pumarejo, algunos liberales, sobre todo, aquéllos que no estaban comprometidos con ninguno de los candidatos de su partido, hicieron toda clase de cabriolas para buscar la unión del liberalismo. Pensaron, entonces, en postular a Carlos Arango Vélez, seguro de que los conservadores nuevamente votarían por él, así como lo habían hecho cuatro años antes por orden expresa del jefe conservador. No obstante, ésta fue una candidatura que nació muerta, debido a que el jurista liberal, después de reflexionar y meditar ampliamente la propuesta, se negó a aceptarla. Tenía razones de sobra para pensar que volvería a ser derrotado, como había sucedido en 1942, cuando compitió con Alfonso López Pumarejo, y fue víctima de una barrida aplastante.

Fracasada la intención de la tercería propuesta por los antilopistas, el liberalismo hacía esfuerzos desesperados por buscar la unión del partido y llegar a las urnas con un solo candidato. Los simpatizantes de Gaitán, por una parte, y los de Gabriel Turbay, por otra, hacían reuniones y contactos permanentes para concertar un diálogo y un acuerdo entre ellos. Ambos grupos nombraron delegados para conseguir el encuentro de los candidatos. Sin embargo, cuando se pensaba que podía llegarse a una solución, los seguidores de uno y otro bando, convencidos ambos de su propia mayoría dentro del liberalismo y contando con el apoyo conservador, frustraron el acuerdo. Gaitán, enérgico como siempre, puso punto final a esos acuerdos, cuando en una de sus alocuciones en el Teatro Municipal, dijo: “Pensar que para buscar la solución a los problemas de Colombia es necesario que dos hombres se pongan de acuerdo para ordenarnos por quién debemos votar, es sencillamente irrisorio. No deja de ser una simple estupidez. Por tal razón, como lo he venido sosteniendo, no estoy en condiciones de pactar ni de retirar mi candidatura”.

La división liberal siguió su curso y ambos candidatos continuaron en campaña, seguros de albergar las mayorías para conquistar el triunfo. Mientras tanto, en las oficinas de El Siglo y en su hacienda de Torcoroma, ubicada en Fontibón, el doctor Laureano Gómez se regodeaba felizmente al observar que la división liberal era irreversible. Se frotaba las manos y apretaba los puños al enterarse por la prensa liberal que ambos candidatos se mantenían en campaña. Astuto, hábil y sagaz en el ajedrez político, y con el propósito de ahondar más la división liberal, durante varias semanas alimentó las esperanzas de ambos candidatos. En sus editoriales de El Siglo, hoy le hacía el guiño a Gaitán, tildándolo como el mejor candidato, como el mejor defensor de la democracia, y mañana le echaba piropos a Turbay, presentándolo como la mejor opción para el país por su gran capacidad de estadista. Por su parte, los candidatos, firmes e indeclinables en sus aspiraciones, se tragaban el cuento y mentalmente hacían sus cálculos electorales.

El doctor Laureano Gómez consideró que éste era el momento oportuno para entrar en acción, y, mediante unos avisos publicados en El Siglo, citó a los parlamentarios conservadores a “una reunión importante” que debía celebrarse en las oficinas del periódico. Sin tantos rodeos, les expuso a los asistentes que, dada la división liberal, el conservatismo debía realizar una convención urgente para elegir un candidato propio a la Presidencia de la República. Y así se hizo. El 23 de marzo de 1946, faltando escasamente 34 días para el cierre de campaña, se realizó la Convención Conservadora en el Teatro Colón, a la cual asistieron delegados de casi todos los departamentos. Sin pérdida de tiempo, se aprobó que el partido iría con candidato propio a las elecciones del 5 de mayo y se aclamó por unanimidad la candidatura de Laureano Gómez. Pero éste, argumentando que su nombre podría unir al liberalismo, declinó la postulación. Propuso, entonces, con mucho acierto, el nombre de Mariano Ospina Pérez, como candidato oficial de su partido, en virtud de la confianza que su personalidad irradiaba en el liberalismo.

Ospina Pérez aceptó la postulación, y al día siguiente arrancó con toda plenitud la campaña electoral. Disponía de un mes para cristalizar su objetivo de llegar al Palacio de la Carrera, como se denominaba entonces la sede presidencial. Había nacido en Medellín el 24 de noviembre de 1891 y era nieto y sobrino de dos presidentes de la República: Mariano Ospina Rodríguez, 1857-1851, y Pedro Nel Ospina Vásquez, 1922-1926, respectivamente. Se había graduado como ingeniero de minas en la Escuela Nacional de Minas de Medellín y especializado en la Universidad de Lousiana, EE.UU.  Su carrera política la comenzó siendo muy joven: primero como concejal de Medellín, después diputado a la Asamblea de Antioquia y más tarde representante a la Cámara y Senador de la República. Había sido ministro de Obras Publicas en el gobierno de Miguel Abadía Méndez, 1926-1930, y en el momento de su postulación presidencial se desempeñaba como profesor de la Universidad Javeriana y del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Como caso curioso, mantenía una entrañable amistad con los dos candidatos liberales.

La candidatura de Ospina Pérez, inicialmente fue de sorpresa y después de tranquilidad para el liberalismo. Toda la colectividad de este partido, incluyendo a los candidatos, consideraba que era imposible que en solo un mes de campaña se llegara a afectar la solidez conseguida por dos movimientos, que, desde hacía más de un año en la arena política, se disputaban las mayorías y agitaban los “trapos rojos” en los cuatro puntos cardinales del país, tratando de conquistar el respaldo del sentimiento nacional. Por su parte, Ospina, utilizando un lenguaje conciliador y presentando una candidatura de “unión nacional”, organizó una carrera maratónica para visitar las principales ciudades del país y algunas poblaciones de interés, de acuerdo con el tiempo disponible. El 28 de abril, una semana antes de las elecciones, se hizo el cierre de campaña, tal como lo estipula el calendario electoral. Los tres candidatos pronunciaron sendos discursos para evaluar el recorrido, lanzar las últimas expresiones de halago para alimentar las esperanzas del pueblo y proclamar sus buenos propósitos en caso de llegar al Palacio de la Carrera.

Por fin, después de casi un año de agitación política, llegó el día esperado. El domingo 5 de mayo de 1946 el pueblo, consciente de sus principios e ideales políticos, se dirigió a las urnas a partir de las 8 de la mañana. En esa época aún no existía la compra de votos. Las ocho horas de las votaciones transcurrieron en calma, salvo las agitaciones de los trapajos rojos y azules que identificaban a los partidarios de cada bando. Los gaitanistas, para diferenciarse, exhibían pañuelos blancos. Terminada la jornada, se iniciaron los escrutinios, los cuales arrojaron unos resultados que se conocieron sobre las ocho de la noche, gracias a la buena disposición de la telegrafía nacional. Mariano Ospina Pérez resultó vencedor con 565.849 votos, frente a Gabriel Turbay con 441.199 y Jorge Eliecer Gaitán con 358. 957. Esto significaba que los liberales unidos tenían la mayoría. Al día siguiente, El Tiempo exhibió, a cuatro columnas, un título de consolación para las huestes liberales: “El liberalismo ganó las elecciones, pero perdió el poder”. Por esta razón los dos candidatos liberales se negaban a aceptar la derrota. No obstante, en ese momento, se tornó más llamativo el titular de El Siglo: “El bobo del pueblo fue elegido Presidente de la República”.

 

Eddie José Daniels García

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

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