Literatura

Fernanda

Berta Lucía Estrada

09/07/2015 - 07:45

 

Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra, etc...
Sólo pocas de esta cosas están prohibidas en nuestro Estado.

Muchas maneras de matar

Bertold Brecht

 

Su nombre es Fernanda y su edad depende de su estado de ánimo. Era la feminista del grupo. Pertenece a una familia de clase media alta, bastante cultivada. Los libros la habían rodeado desde siempre, había crecido en un ambiente que invitaba al descubrimiento permanente. Las mujeres de nuestra generación se casaban una vez terminado el bachillerato. Muchas de ellas porque ya estaban embarazadas y había que cubrir las apariencias de una sociedad que no aceptaba que las reglas del juego le fuesen cambiadas. Años después, la mayoría de esas mujeres se encontrarían separadas, algunas se habrían casado por segunda vez. Y aunque casarse en los años setenta, cuando aún no se había salido de la adolescencia, era la norma a seguir; nosotras intuíamos que ese mundo estaba en una mutación profunda, y que el rol de la mujer habría de cambiar radicalmente. Pero de todas, la que mejor había entendido lo que habían significado los años ‘60 y lo que fraguaban los ’70, era Fernanda.

Venía de una ciudad de provincia, por lo que fue una de las pocas de su salón de clase que siguió una carrera universitaria, lejos del hogar paterno y enfrentada a un mundo académico que se rebelaba ante el status-quo establecido. Pero no era la primera vez que salía de su casa. A los siete años ya había vivido en el exterior. El conocimiento a temprana edad de una cultura diferente, de un país que tenía estaciones, mientras que en el nuestro carecíamos de ellas, el encuentro con una educación más laica que religiosa, habrían de dejar huellas indelebles en su forma de ver la vida y en sus relaciones interpersonales. Y hablo de la laicidad, ya que si bien fue formada bajo los preceptos de la religión católica, y por una madre profundamente creyente, sus convicciones tomarían un camino opuesto, más cercano al de su padre, un librepensador, y al que por muchos años vería asistir impasible a los reproches de su madre por no acompañarla a la misa dominical.

La religión no ha estado nunca en el centro de sus preocupaciones, ni de sus intereses. De niña ya le preocupaba la enorme desigualdad que había entre los que predicaban la generosidad cristiana y los desposeídos que debían contentarse con su situación de pobreza, puesto que el reino de los cielos les estaba asegurado. Esta falacia, que de pequeña intuía como una forma de opresión, sin que pudiera identificarla como tal, la llenaba de preguntas a las que nadie le daba una respuesta convincente. Sin embargo, se daba cuenta que el único que podía compartir su forma de pensar era ese hombre al que adoraba por encima de todas las cosas, su progenitor. Años después lo comprobaría, lo que la haría mucho más cercana a su mundo. Con él compartiría, a lo largo de una gran parte de su vida, conversaciones que le alimentaban el intelecto y que despertaban cada vez más las ansias del conocimiento; con ellas se hacía más fuerte, más contestaria, más crítica. En otras palabras, y utilizando el lenguaje común, más rebelde.

También se haría más autónoma. El deseo de su padre era que siguiese una carrera profesional que le permitiese desenvolverse en el mundo sin la necesidad de un hombre, e incluso iba más lejos al decirle claramente que nunca cometiese el error de casarse. Sin que eso significase que no fuese feliz en su matrimonio. Amaba a su esposa, la admiraba y la respetaba. La madre de Fernanda, a diferencia de la gran mayoría de las mujeres de su generación, había estudiado y era empresaria. Había fundado un colegio que con los años se convertiría en una de las instituciones educativas que más habrían de influir en la ciudad. El jardín infantil y la primaria fueron rápidamente reconocidos, ya que tenían un importante componente humanístico. Desarrolló las artes como muy pocos colegios lo hacen hoy en día; en su momento era el único. Su amor por la danza, por el teatro, por la música, por las artes plásticas, fue la dirección que le dio a su institución. En ella acogería a las estudiantes que habían sido expulsadas de otros colegios y con ellas comenzaría un bachillerato que por muchos años fue o criticado o admirado, pero que nunca pasaría desapercibido.

No tenía jefes, ella era la jefe. No le pedía dinero a su marido, ella lo ganaba y aportaba en condiciones de igualdad, lo que les permitía disfrutar de una posición económica desahogada, sin que nunca hubiesen sido ricos. Su fortuna radicaba en la biblioteca, en los libros siempre abiertos y nunca prohibidos. Esa tolerancia le permitió a Fernanda leer La Montaña Mágica de Tomás Mann a la edad de 14 años, no en versión reducida, algo desconocido en la época, sino en versión completa. Por supuesto que no entendió nada. Pero el ejercicio lo hizo completo. Eso divertía a su padre, sabía muy bien que era un libro para al que aún no estaba preparada, pero lejos de decírselo, la alentaba en su lectura. -Todavía lo veo sonreír cuando me veía pasar hacía mi cuarto con el enorme libro bajo mi brazo. Su sonrisa, aunque un poco burlona, me hacía sentir muy importante, me daba la sensación de ser única en el mundo -me contaría en una noche de confesiones mutuas- y agregaba: -Esa sonrisa no ha dejado de acompañarme nunca. En los momentos más tristes de mi vida, su recuerdo me colma y me acompaña.

Por supuesto no era el primer libro que leía, siempre fue una lectora compulsiva, incluso cuando todavía no sabía leer en el sentido tradicional de la palabra. Cuando tenía tres años, lo primero que hacía al levantarse era coger de la biblioteca el libro donde estaba su poema favorito, luego despertaba a su papá para que se lo leyera, y aunque los dos se lo sabían de memoria, él lo leía con una infinita paciencia. Ella no dejaba de decir que eso había marcado su pasión por la literatura, poco a poco conocería el mundo mágico de los cuentos de hadas, pero también conocería los mitos de diferentes pueblos en versiones para niños. De ahí a desear seguir el mundo de las letras no había sino un paso.

Fernanda es atea. Raramente habla de ello. Sabe respetar las creencias ajenas, pero no soporta que alguien trate de imponerle una religión determinada. -En este país del sagrado corazón de Jesús, no creer en la existencia de un dios, sobre todo en el dios de los católicos, es un estigma social que puede ser incluso peligroso. Siempre hay uno que otro fanático escondido detrás de una efigie, con la idea clara de hacer desaparecer a quienes no piensan como él -me dijo un día. En otra de sus confesiones me contaría el asedio que tuvo por parte de una chilena más que fanática. -Esa mujer debió vigilarme varios días con el fin de conocer mis horarios. Así que cuando estaba tranquila en mi apartamento, estudiando, leyendo o preparando un trabajo para la universidad, sonaba el timbre. Al principio la escuchaba tres o cuatro minutos, me hablaba de grupos de oración. Yo simplemente le respondía que no estaba interesada y le daba la espalda. A medida que sus visitas se iban intensificando, las negativas se fueron haciendo más fuertes, más agrias, debido al acoso del que era objeto. Y entre más veía mi disgusto, más me buscaba; estoy segura que su consejera espiritual la hacía visitarme como si el encuentro conmigo fuese una especie de cilicio. Imagino que ella lo veía así, debía creer que al soportar mi permanente rechazo ella se purificaba mientras que yo me condenaba al fuego eterno. Esa situación duró bastante tiempo. Hasta que un día se apareció con un pareja, entre los tres esperaban llevar al redil a la oveja descarriada. Esa tarde me salí de casillas, les grité todas las groserías que conocía en español, hasta me inventé algunas. Santo remedio, no volvió a aparecer, ni la joven pareja tampoco. Años más tarde, ya exiliada en España, habría de escribirme una carta al respecto; era la primera vez que lo hacía de forma explícita y sin dejar dudas a su posición de no creyente. Transcribo uno de sus apartes.

Hola Antonia:

... Nosotras dos tenemos muchas cosas en común y otras, como es de suponerse, que nos invitan al diálogo y a una discusión respetuosa y crítica. No obstante rara vez hemos hablado de religión. No siempre lo hago con la gente, ya que prefiero no herir susceptibilidades en un país tan religioso y tradicionalista como es el nuestro. Alguna vez te comenté que siendo muy niña comencé a dudar sobre muchos dogmas y sobre la existencia de un ser superior. La relación estrecha con mi padre me llevó muy pronto a intuir que él tampoco era creyente. Aún no conocía la palabra ateísmo, pero algo se formaba en mi intelecto, ese algo crecía y me hacía entender muchas cosas que mis amigas no entendían. Me hacía preguntas que ellas jamás se hubiesen hecho. Con el correr del tiempo conocí no sólo la Teología de la Liberación, sino que pude tener acceso a un tema que siempre me había apasionado, pero que nunca había analizado como parte esencial del desarrollo del pensamiento religioso del hombre: los mitos y las leyendas. Mircea Eliade y Georges Frazer me abrieron un inmenso ventanal, que nunca se ha cerrado, hacia la comprensión de un tema que ha sido el eje central de mi formación literaria, y porque no, de mi parte más íntima como ser humano. Ese tema es la historia de las religiones. Ella me llevó a interesarme por la antropología cultural, entre muchos otros temas. Aprendí a respetar todas las creencias, aprendí que Alá, Jesús o el Mesías que aún no ha llegado, eran tan respetables como Buda o Shiva o la Dama del Lago de los celtas. Aprendí que el árbol, sagrado para dicho pueblo, también lo era para los araucanos. Aprendí a amar a la Pachamama como dadora de vida. Aprendí a hacer la diferencia entre el dios cristiano del amor, con el dios castigador que el Vaticano ha clamado durante más de mil años. Amo el Medioevo, pero el Renacimiento me enseñó a ser antropocéntrica, racional, analítica. No soy una mujer espiritual, nunca lo he sido.

Admiro a los creyentes, sea cual sea su creencia religiosa; siempre y cuando no sean fanáticos. El fundamentalismo, bien sea en el seno de la religión musulmana o en cualquier otra creencia religiosa, me produce escozor. Incluyendo a los representantes de la Iglesia católica, cuando se otorgan el derecho de excomulgar a quienes aprueban la ley que reconoce el derecho elemental que tiene toda mujer de decidir sobre su cuerpo y su futuro. Al igual que tú, soy consciente que la diversidad cultural es un hecho y que representa la principal riqueza del género humano y que para preservarla, debemos ser tolerantes. Eso es precisamente lo que los postulados de los fundamentalistas impiden cada día. Para Busch, Osama Bin-Laden es el demonio y viceversa. Hace quinientos años una carta como ésta me hubiese llevado a la hoguera. Hoy, si la hiciese pública, las tres cuartas partes del país me odiarían y habría algunos grupúsculos para los que yo sería un elemento supremamente peligroso; lo que en nuestro lenguaje querría decir que sería un objetivo militar, todo en bien de la Patria y de la sociedad. Por eso sólo te la envío a ti. Un abrazo, Fernanda.

Fernanda siempre habló así, de una forma clara y argumentativa. Lo que le generó muchos problemas en un país donde la verdad no es bien recibida. Suele decir que la universidad y la etapa escolar son épocas de discernimiento intelectual, pero que en las aulas esa capacidad crítica no es desarrollada; al menos no con la profundidad necesaria. No sé si Fernanda tiene o no razón. Pero si soy testigo de los problemas de intolerancia a los que diariamente se ve confrontada nuestra sociedad; por lo que muchas veces me pregunto si sus palabras no encierran una gran verdad.

Al igual que César, Fernanda tuvo que huir del país. Ella no se fue como lo hicieron Carmen o Isabel. Ella se fue obligada. Fernanda trabajaba para un periódico de circulación nacional, y como muchos otros periodistas, que denunciaban casos de corrupción política y violaciones de los derechos humanos, las amenazas contra su vida se hicieron cada vez más recurrentes. Sin embargo, se negaba a abandonar este pedazo de territorio al que ella llamaba mi tierra. Hasta que finalmente le hicieron un atentado. Reconstruyó su vida. No fue fácil. Pasados los años pudo regresar a ver a su familia, así que cada vez que viene nos reunimos en mi apartamento para desnudarnos el alma en una noche de vino, de boleros y de cuitas. Fernanda se casó con un español, pero siempre siguió de cerca la realidad del país. Hoy también estará aquí, supongo que todas la quieren ver. Cuando la llamé para recordarle la cita que nos habíamos dado, me dijo que por nada del mundo se perdería nuestro reencuentro.

César tampoco perdió contacto con ella. Cada vez que hace una gira por España se ponen de acuerdo para almorzar juntos. Por otra parte, no dejaría de asistir a uno de sus espectáculos. César también fue su amor platónico y creo que en el fondo él se sentía atraído por ella. Pero los dos eran leales a Betsabé, por eso creo que su relación no pasó de ser una buena y sólida amistad. En el fondo ganaron. No se fueron a la cama como los dos lo hubiesen deseado, pero supieron preservar la relación de compañeros y amigos. Entendieron que un fugaz encuentro entre las sábanas los hubiese separado irremediablemente. Preferían amarse con la mirada que renunciar a una tarde de conversaciones y de hechizo perpetuo en torno a la literatura. Y es que Fernanda, aunque no es hermosa físicamente, al menos en el sentido tradicional de la palabra, si es una mujer que atrae poderosamente a los hombres. Siempre ha estado rodeada de algún pretendiente. Nunca le ha faltado un hombre con quien dormir. Suele decir que una cama vacía es la peor pesadilla de un ser humano.

Sin embargo, también le gusta estar sola. Es como los animales. Marca su territorio para que nadie penetre en su lugar de trabajo. Su marido y sus hijas son conscientes que ella necesita aislarse al menos dos o tres horas al día. Cuando está encerrada en su biblioteca no acepta interrupciones de ninguna índole. Eso le ha permitido tener una disciplina de trabajo permanente. Fernanda nunca ha dejado de escribir. Al igual que Mario Vargas Llosa, dice que hay muchos prospectos de escritores que se pierden en los cafés o en los parques o en las veladas entre amigos. -Hay que saber decir no. En la casa ya no me insisten, saben que si un fin de semana me encierro a trabajar no vale la pena que me inviten a un cine o a un restaurante, -me decía alguna vez.

Un día, hablando del acto creativo, Fernanda me dijo: -La inspiración no existe, es solo un mito. Lo que de verdad existe es el oficio de escritor; es como hacer zapatos, el primero queda horrible. Lo que pasa es que no todo lo que se escribe tiene calidad estética y en lo que a mí concierne aún me falta mucho para lograr algo medianamente bueno. Cada vez que me enfrento a un nuevo trabajo siento la misma sensación del pintor ante un lienzo nuevo, miedo. No sé si voy a ser capaz de llenar el espacio en blanco, pero sobre todo, y es lo que más me asusta, no sé si el resultado vaya a ser bueno. De todas formas es la vida que hemos escogido, creo que en el fondo somos privilegiadas, podemos ganar menos, nunca seremos ricas, pero el acto creativo nos conduce por caminos que pueden ser difíciles, a veces áridos, la mayor parte de las veces doloroso; pero en el fondo, es un camino lleno de aromas, sabores y colores, que yo recorro casi que en estado de trance -agregaba.

En una ocasión me envió una carta que desarrollaba más a fondo el tema de la creación literaria. Decía así:

Crear es algo similar a la gestación. Primero hay que sembrar la semilla y después darle forma lentamente, como si fuese el trabajo de una alfarera que saca de las entrañas de la tierra un ánfora en la que se ha de beber. Debe preparar el barro, amasarlo horas y horas, hasta lograr el punto adecuado para su trabajo. Luego debe guardarlo en un trapo humedecido para que no se seque, y cuando ya se decide a moldearlo, debe sentarse frente al torno largo rato, mientras que el ánfora toma forma. La cuenca por la que comienza es un pequeño útero y luego llega al cuello... largo y sensual, y lo acaricia como si fuese un falo. Hombre y mujer unidos, creación...procreación... Más tarde viene el horno. Caliente como nuestro útero. Los momentos de duda de la alfarera...¿Se irá a resquebrajar? ¿Habré medido bien el tiempo de cocción? Y más tarde, si todo ha salido bien, la decoración. Ese sello especial que la hace diferente de las otras ánforas.

 

Berta Lucía Estrada

bertalucia@gmail.com

Acerca de esta publicación: El relato “Fernanda” hace parte de la obra “Féminas o el dulce aroma de las feromonas” publicada por la escritora y columnista Berta Lucía Estrada.

Sobre el autor

Berta Lucía Estrada

Berta Lucía Estrada

Fractales

Berta Lucía Estrada Estrada (Manizales). Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo sobre literatura infantil y juvenil ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.

Premios literarios:

Primer Premio Nacional de Poesía 2011 Meira del Mar, realizado por el Encuentro de Mujeres Poetas de Antioquia, con el libro "Endechas del Último Funámbulo", basado en la vida y obra de Malcolm Lowry.
Premio Especial, fuera de concurso, Ediciones Embalaje del Museo Rayo-2010, con el ensayo poético "Náufraga Perpetua".
2o puesto en el Concurso Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos Reyes-2011.
4o lugar en el XXVII Concurso Nacional de Poesía Ediciones Embalaje-Museo Rayo 2011.

Blog El Hilo de Ariadna, en www.elespectador.com
http://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/
Blog personal: Voces del Silencio:
http://beluesfeminas.blogspot.com
*Correo electrónico: bertalucia@gmail.com

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