Opinión

El síndrome de Agualongo

Diógenes Armando Pino Ávila

22/06/2018 - 07:30

 

 

Pasada la campaña electoral de segunda vuelta y viendo los resultados me vienen a la cabeza varios interrogantes, de algunas de las cuales no tengo respuesta razonable, pero como ejercicio intelectual trataré de respondérmelas, posiblemente mis respuestas no sean igual a las suyas, espero entienda, es solo un ejercicio.

Ganó “El que dijo Uribe”, eso era previsible, no por el grado de simpatía del candidato, sino por la condición mansa de la grey que camina cabizbaja y sumisa directo al matadero adonde las guía el idolatrado gurú de esas mayorías. Era previsible porque estamos en Colombia y no podemos sustraernos de nuestra cultura, la que es manipulada desde arriba por unos hilos invisibles de poder que hace más de doscientos años nos manejan.

Era previsible por cuanto la opinión que se publica es la que manipula la opinión pública, teniendo claro que la que se publica es la de los medios nacionales propiedad de los que tienen altos intereses económicos y tienen que defender su estatus, mientras que la opinión pública, es la del grueso del pueblo, en su mayoría sometida y alienada por la falta de educación y sujeta a un mercado. La del pueblo es manipulable y moldeable en manos de esos medios que publican la opinión de los poderosos.

Era previsible, por cuanto el alto grado de desprestigio de los partidos tradicionales los ha llevado al punto de no retorno, donde el colapso se veía venir, sin embargo, muchos teníamos la ingenua esperanza de que al momento del colapso algunos se negaran a consumar el sacrificio de llevar ellos mismos sus propias cabezas en bandejas de plata como ofrenda al exterminador de sus colectividades, pero no fue así, estos corrieron serviles y obsecuentes detrás de quién desde siempre ha usufructuado las crisis liberales, primero en un cementerio donde le daban sepultura a Galán y ahora cuando sepultaban las ideas de Gaitán y por el otro lado siguiendo a Pastrana otro vivaracho que ha hecho la misma faena de viveza, a su manera y por su lado, cada uno corrió a rendirse y prestarse como vasallos de Uribe. Era previsible por cuanto las encuestas, esas que son pagadas por los medios de comunicación que manipulan la opinión pública, alinean sus cañones a disparar en contra del que representa a los oprimidos y gran cantidad de electores colombianos no les gusta perder, como si ganando su candidato ganaran ellos.

Pareciera que los colombianos lleváramos en nuestro ADN alguna traza que marcara la propensión a las cadenas, al servilismo y al masoquismo, no de otra manera se explica que población que sufrió los rigores de la violencia guerrillera y paramilitar se aglutinen a votar masivamente en favor del que públicamente manifestaba hacer trisas los acuerdos de paz. No de otra manera se explica que los asalariados que ganan el mínimo, votaran por quien, a todas luces, de pronto no rebaje el salario, pero sí los mantendrá en su mínima expresión.

No encuentro explicación racional, el que un sector de las clases trabajadoras se hayan alineado entorno al que les quitó las horas extras y les alargó el día laboral. No comprendo cómo, sectores que día a día, ven de cerca la muerte en las puertas de las clínicas y los hospitales colombianos y que sufren en carne propia el despiadado sistema de salud, la negación del servicio, la falta de tratamiento, la dilación de las citas con especialistas y demás situaciones médicas, corran como res al matadero a votar por su agresor.

Hago esfuerzos por comprender el caso de los hermanos cristianos que en fila india apoyaban, con aleluyas incluidos, al candidato del uribismo y como argumento esgrimían que Petro era ateo y que había sido guerrillero y había matado a miles (me dijo uno) en el Palacio de Justicia. Es tal la alienación que ni siquiera se permitieron el mínimo de dos minutos para googlear y comprobar que cuando la toma del Palacio, Petro estaba preso. Parece ser que “la religión sigue siendo el opio del pueblo”, no de otra manera se entiende que los colombianos estrato cero que son los que llenan esas iglesias de garaje salgan a votar por los que los tienen en la miseria y llenos de inequidad.

Otra cosa asombrosa es el caso de quien tenía el favoritismo de la mitad de los votantes que queríamos el cambio, me refiero al profesor Fajardo, del cual tenía, como la mayoría de los ciudadanos libres, la intensión clara de que si le ganaba a Petro votaríamos por él. La decepción fue grande cuando éste prefirió avistar las ballenas de su indiferencia por Colombia que enfrentar con gallardía el compromiso histórico que había con el país. Lo mismo hizo Robledo, por segunda vez se hizo el loco, diciendo que para ser coherente había que mirar para otro lado (votar en blanco) permitiendo que Duque aventajara a Petro. Definitivamente hay líderes que no tienen compromiso con la historia de su pueblo.

Algo hay en el interior de la psiquis de los colombianos que nos hace proclives a idealizar lo malo, lo que nos daña, lo que nos agrede, lo que nos destruye. Algo, algún intrincado mecanismo tenemos descompuesto en lo más profundo del alma del pueblo colombiano que lo lleva a buscar la barranca del despeñadero y el pueblo mansa grey marcha convencido de que lo que le destruye y aborrega es lo que Dios le ha mandado como salvación

 Toda esta vivencia política, vivida por los colombianos en esta primera y segunda vuelta me llevan a recordar y relacionar al grueso del pueblo con el pasaje de la historia colombiana de aquel mestizo pastuso que estaba feliz bajo la férula española y se fue en contra de las ideas libertarias de Bolívar y Santander. Ese mestizo que defendía con las armas al rey de España, batiéndose en combates contra el ejército libertador, me refiero a Juan Agustín Agualongo Cisneros, del que cuenta la historia que sus últimas palabras antes de ser fusilado grito «¡Viva el rey!» Así mismo en este símil de Agualongo y el pueblo colombiano, éste último llego a las urnas a depositar su voto casi que gritando entusiastas «¡Viva Uribe!».

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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