Literatura

Silva, de Daniel Ángel: poesía, lluvia y una ciudad donde habita la tristeza

Emma Claus

19/08/2025 - 04:50

 

Silva, de Daniel Ángel: poesía, lluvia y una ciudad donde habita la tristeza

 

Cuando pienso en José Asunción Silva, la primera palabra que me viene a la mente es poesía; después, inevitable, aparece Bogotá. Y si mezclo ambas, me invade una bella sensación de frío y tristeza. Quizá esto me pasa al recordar las primeras líneas de Nocturno III, su poema más conocido: “Una noche, una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas (…)”, una elegía a la muerte de su hermana, una conversación con la ausencia y con el deseo imposible de volver a fundirse con el otro más allá del tiempo.

Desde que Daniel Ángel publicó Silva, con Seix Barral, en 2019, lo incluí en mi lista de ‘Libros que deseo leer’.  Silva es —y sigue siendo— un poeta misterioso para mí. Sentía curiosidad, desde luego, pero también un deseo hondo de asomarme a su vida, a sus obsesiones, aunque el relato fuera más una ficción cargada de atmósfera que una biografía fiel. Por eso, cuando descubrí que existía una novela que alimentaba ese misterio, sentí que debía leerla. Y fue solo hasta la FILBo 2024 que, por fin, la tuve entre mis manos —con dedicatoria del autor, para mi fortuna.

Silva en su laberinto de agua y sombras

Ángel narra, con las libertades que le concede la ficción,  lo que fue el último día del escritor y poeta bogotano, quien, según la historia, se suicidó en la madrugada del 24 de mayo de 1896. La novela transcurre en una Bogotá helada, cubierta por una lluvia inagotable: la escenografía perfecta para la nostalgia. Pero esa lluvia persistente no solo moja las calles y desborda los arroyos: revela también el estado interior del protagonista, la aflicción, la incomodidad, el gris de una existencia solitaria y sin certezas: “Sigue lloviendo. ¿Hasta cuándo?, se pregunta, ¿hasta cuándo seguirá lloviendo (…) Oye el agua crepitar como fuego sobre los tejados de las casas y sobre los charcos de las calles”.

Una narración que traspasa la piel

Daniel Ángel escribe desde el cuerpo del poeta, y yo, como lectora, lo experimento como una extensión de él. No solo veo la escena, la huelo: “Afuera olía a humedad, a tierra mojada y a mierda, adentro huele a madera recién aserrada, un poco a la misma tierra y a humedad”.

Es así que, cuando Silva saca un cigarrillo de su petaca, mi mano es quien lo enciende; fumo con él, siento cómo la nicotina entra en mi torrente sanguíneo dándome un falso bienestar: “Deja que el humo se apodere de él, que llegue a la inextinguible llama que lo habita y la haga más fuerte”.

Y percibo el sabor metálico de la sangre que ha emanado de una herida que no me he hecho: “Muerde de nuevo su labio y siente cómo el sabor herrumbroso de la sangre, que sale de la llaga que él mismo ha abierto, se mezcla con su saliva”.

Una vida sostenida por el hilo de la poesía

José Asunción no encaja. No en su época, ni en su ciudad, ni siquiera en la clase alta a la que, en apariencia, pertenece. Viste con ropa fina, fuma cigarrillos egipcios, calza zapatos importados de Londres… pero su elegancia no es más que una armadura: el escritor ha caído en la ruina y se niega a que otros —incluyendo a su madre— lo descubran.

El poeta que habita esta novela no es un santo. Lo percibo profundamente humano: es envidioso, rencoroso, elitista. Se autodestruye a conciencia, fuma un cigarrillo tras otro a pesar del dolor que le advierte que la muerte lo acecha. Ya no tiene apetito, no duerme, ya casi nada le recuerda lo bello de vivir.

Reside en el pasado. Vuelve una y otra vez a los días en París, a los instantes junto a Elvira, a su obra que naufragó en El vapor L´Amérique, a la manera en que todo se fue destruyendo. Repasa, incluso, las veces que burló a la muerte. Pero no lo ve como un milagro: ha sobrevivido solo para seguir sufriendo.

La única forma de habitar el mundo es a través de la poesía. La ajena, sí, pero sobre todo la suya: su refugio, su universo, su trinchera contra el qué dirán, contra el terror de ser asesinado, contra el dolor crónico y visceral de no tener a Elvira ni a su padre. Contra la prisión que representan las responsabilidades de ser ‘el hombre de la casa’.

Elvira, el amor irrecuperable

Elvira fue, para José Asunción, el único ser verdaderamente vital. Su muerte repentina lo destroza: apaga su voluntad de luchar, de enfrentar las deudas económicas, de concretar el proyecto de la fábrica de baldosines. Sin ella, la vida carece de sentido. Lo único que le queda es rumiar la pérdida. Y hundirse: “Te fuiste de la forma más intempestiva, le dice al retrato, los días se volvieron noches y las noches días para mí (…) y me dejaste solo, solo con esta vida de miseria que llevo, solo con todos mis dolores y sufrimientos”.

Una lectura porosa y dolida

Silva no es una obra fácil. Al leerla, me asomo al abismo del mundo interior del poeta. Allí los pensamientos no son lineales: saltan, se enciman, se nublan como la ciudad. La lectura es inmersiva y punzante. El agua salpica las páginas a medida que avanza el fatal día y, aunque afuera esté soleado, una nube gris y espesa se posa sobre mi cabeza y ya no sé si llueve en la novela o en mí.

Recomiendo leer Silva con calma, dejarse mojar por esa llovizna persistente que no solo cae sobre Bogotá, sino sobre el alma de quienes, como yo, sentimos demasiado. Daniel Ángel ha logrado algo más que un homenaje: ha construido un universo poético en prosa, donde la tristeza, la soledad y la desesperanza del poeta nos confrontan. Y entonces surge la pregunta: ¿acaso yo lo habría soportado?

Y tal vez esa sea la forma más genuina de hablar de la muerte de José Asunción Silva: como lo haría un poeta que ya no encontraba su lugar en este mundo, pero que aún nos habla desde los susurros de la tinta y la lluvia.

Uno de los fragmentos de Silva que se queda conmigo

Todo perecerá como lo hará su cuerpo y sus recuerdos y cada uno de los miembros de su familia. Quizá lo único que quedará, piensa, son mis versos, mis palabras, que sobrevivirán al fango del tiempo y a la lascivia de los gusanos que no dejarán rastro de mi cuerpo en la tierra”.
 

Emma Claus

Sobre el autor

Emma Claus

Emma Claus

Mientras Hannah duerme

Nació en Becerril, Cesar. Vive en Alemania. Se graduó en ingeniería en minas, pero la literatura siempre le habló al oido, al final, la escuchó y aún siguen conversando. Empezó a escribir a los diez años. La poesia ha estado en su vida desde el principio, tanto que tiene cuatro poemarios sin editar en orden de creación: Principios (1990-1998), Cuando duermo (1999-2001), El forjador y otras odas (2002-2006) y Nuestro secreto (2007-2010). Algunos de sus textos fueron incluidos en los libros “Antología para amarte Uno”,” Antología para amarte dos” de la fundación Siembra, en Sogamoso, Boyacá y en antología de la Revista de arte y cultura en Tunja, Boyacá. En 2020, publicó de la mano de la editorial independiente Calixta su primera novela “Siempre bajo la lluvia”.

Es una apasionada de las buenas novelas y de la literatura colombiana, por eso dedica parte de su tiempo a escribir reseñas, así motiva su lectura y la divulgación de escritores colombianos. Todo inicia con el nacimiento de su hija Hannah y el único tiempo que tenía para escribir y leer era mientras ella dormía, de allí, el nombre de esta columna: Mientras Hannah duerme.

@__emma__claus

1 Comentarios


Gustavo Ramírez 20-08-2025 07:50 AM

Hay una característica de la poesía de Silva que también vale la pena señalar: el humor, esa capacidad para brindar al lector un giro de gracia y de picardía. Y un saludo a la paisana.

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