Literatura
Adiós al monarca del reino caimito
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El poeta, dramaturgo y artista visual caribeño Derek Walcott, quien naciera el 23 de enero de 1930 en Castries, Santa Lucia, falleció el pasado 17 de Marzo del 2017 a sus 87 años, tras una larga enfermedad en el mismo lugar que le vio nacer. La isla caribeña de apenas unos 164.000 habitantes que tiene dos Premios Nobel, Walcott y Arthur Lewis (1915-1991), reconocidos con el galardón de Literatura de 1992 y de EconomÃa de 1979, respectivamente.
Elogiado por fundir la tradición cultural antillana con la poesÃa clásica y moderna en lengua inglesa, es considerado uno de los grandes poetas contemporáneos a pesar de no ser muy conocido en el gran público. Escribió más de quince libros de poesÃa y alrededor de treinta piezas de teatro, entre ellas la conocida Sueño en la montaña del mono (1970). Entre sus libros de poesÃa destacan Otra vida (1973), Uvas de mar (1976), El reino del caimito (1979), El viajero afortunado (1981), Verano (1984), El testamento de Arkansas (1987) y Omeros (1990).
Estos son algunos de sus poemas, como homenaje póstumo a este creador de palabra luminosa y fresca e invitación a su lectura apasionante…
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Uvas Marinas
Esa vela que se inclina hacia la luz,
cansada de las islas,
una goleta navegando hacia el Caribe
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rumbo a casa, podrÃa ser Odiseo,
atravesando el Egeo;
el padre y marido que
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espera, bajo agrias uvas ya pisoteadas, es como
el adúltero que escucha el nombre de NausÃcaa
en cada graznido de gaviota.
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Esto no calma a nadie. La antigua guerra
entre el deber y la obsesión jamás
terminará, siempre ha sido la misma
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para el navegante o para el hombre que en la costa
regresa a casa meneando las sandalias, luego
que Troya expiró su última llama,
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y la roca del gigante ciego colmó el plato
de las marejadas hasta  lograr que los grandes hexámetros
desembocaran en un oleaje exhausto.
Los clásicos nos pueden consolar. Pero no es suficiente.
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El amor después del amor
Un tiempo vendrá
en el que, con gran alegrÃa,
te saludarás a ti mismo,
al tú que llega a tu puerta,
al que ves en tu espejo
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquÃ. Come.
Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo.
Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor
a ti mismo, al extraño que te amó
toda tu vida, a quien no has conocido
para conocer a otro corazón
que te conoce de memoria.
Recoge las cartas del escritorio,
las fotografÃas, las desesperadas lÃneas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida.
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Desenlace
Yo vivo solo
al borde del agua. Sin esposa ni hijos.
He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.
más somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad
de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a
la poesÃa sino buenos sentimientos,
ni misericordia, ni fama, ni curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,
y en una vida inundada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.
Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difÃcil que lo que pasa por ser la vida
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La luz del mundo
Kaya ahora, necesito Kaya ahora,
Necesito Kaya ahora,
Porque cae la lluvia.
—Bob Marley
Marley cantaba rock en el estéreo del autobús
y aquella belleza le hacÃa en voz baja los coros.
Yo veÃa dónde las luces realzaban, definÃan,
Los planos de sus mejillas; si esto fuera un retrato
Se dejarÃan los claroscuros para el final, esas luces
Transformaban en seda su negra piel; yo habrÃa añadido un pendiente,
algo sencillo, en otro bueno, por el contraste, pero ella
no llevaba joyas. Imaginé su aroma poderoso y
dulce, como el de una pantera en reposo,
y su cabeza era como mÃnimo un blasón.
Cuando me miró, apartando luego la mirada educadamente
porque mirar fijamente a los desconocidos no es de buen gusto,
era como una estatua, como un Delacroix negro
La Libertad guiando al pueblo, la suave curva
del blanco de sus ojos, la boca en caoba tallada,
su torso sólido, y femenino,
pero gradualmente hasta eso fue desapareciendo en el
atardecer, excepto la lÃnea
de su perfil, y su mejilla realzada por la luz,
y pensé, ¡Oh belleza, eres la luz del mundo!
No fue la única vez que se me vino a la cabeza la frase
en el autobús de dieciséis asientos que traqueteaba entre
Gros-Islet y el Mercado, con su crujido de carbón
y la alfombra de basura vegetal tras las ventas del sábado,
y los ruidosos bares de ron, ante cuyas puertas de brillantes colores
se veÃan mujeres borrachas en las aceras, lo más triste del mundo,
recorriendo a tumbos su semana arriba, a tumbos su semana abajo.
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El mercado, al cerrar aquella noche del sábado,
me recordaba una infancia de errantes faroles
colgados de pértigas en las esquinas de las calles, y el viejo estruendo
de los vendedores y el tráfico, cuando el farolero trepaba,
enganchaba una lámpara en su poste y pasaba a otra,
y los niños volvÃan el rostro hacia su polilla, sus
ojos blancos como sus ropas de noche; el propio mercado
estaba encerrado en su oscuridad ensimismada
y las sombras peleaban por el pan en las tiendas,
o peleaban por el hábito de pelear
en los eléctricos bares de ron. Recuerdo las sombras.
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El autobús se llenaba lentamente mientras oscurecÃa en la estación.
Yo estaba sentado en el asiento delantero, me sobraba tiempo.
Miré a dos muchachas, una con un corpiño
y pantalones cortos amarillos, una flor en el cabello,
y sentà una pacÃfica lujuria; la otra era menos interesante.
Aquel anochecer habÃa recorrido las calles de la ciudad
donde habÃa nacido y crecido, pensando en mi madre
con su pelo blanco teñido por la luz del atardecer,
y las inclinadas casas de madera que parecÃan perversas
en su retorcimiento; habÃa fisgado salones
con celosÃas a medio cerrar, muebles a oscuras,
poltronas, una mesa central con flores de cera,
y la litografÃa del Sagrado Corazón,
buhoneros vendiendo aún a las calles vacÃas:
dulces, frutos secos, chocolates reblandecidos, pasteles de
nuez, caramelos.
Una anciana con un sombrero de paja sobre su pañuelo
se nos acercó cojeando con una cesta; en algún lugar,
a cierta distancia, habÃa otra cesta más pesada
que no podÃa acarrear. Estaba aterrada.
Le dijo al conductor: «Pas quittez moi a terre»,
Qué significa, en su patois: «No me deje aquà tirada»,
Qué es, en su historia y en la de su pueblo:
«No me deje en la tierra» o, con un cambio de acento:
«No me deje la tierra» [como herencia];
«Pas quittez moi a terre, transporte celestial,
No me dejes en tierra, ya he tenido bastante».
El autobús se llenó en la oscuridad de pesadas sombras
que no deseaban quedarse en la tierra; no, que serÃan abandonadas
en la tierra y tendrÃan que buscarse la vida.
El abandono era algo a lo que se habÃan acostumbrado.
Y yo les habÃa abandonado, lo supe allÃ,
sentado en el autobús, en la media luz tranquila como el mar,
con hombres inclinados sobre canoas, y las luces naranjas
de la punta de Vigie, negras barcas en el agua;
yo, que nunca pude dar consistencia a mi sombra
para convertirla en una de sus sombras, les habÃa dejado su tierra,
sus peleas de ron blanco y sus sacos de carbón,
su odio a los capataces, a toda autoridad.
Me sentÃa profundamente enamorado de la mujer junto a la ventana.
QuerÃa marcharme a casa con ella aquella noche.
QuerÃa que ella tuviera la llave de nuestra cabaña
junto a la playa en Gros Ilet; querÃa que se pusiese
un camisón liso y blanco que se vertiera como agua
sobre las negras rocas de sus pechos, yacer
simplemente a su lado junto al cÃrculo de luz de un quinqué de latón
con mecha de queroseno, y decirle en silencio
que su cabello era como el bosque de una colina en la noche,
que un goteo de rÃos recorrÃa sus axilas,
que le comprarÃa Benin si asà lo deseaba,
y que jamás la dejarÃa en la tierra. Y decÃrselo también a los otros.
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Porque me embargaba un gran amor capaz de hacerme
romper en llanto,
y una pena que irritaba mis ojos como una ortiga,
temÃa ponerme a sollozar de repente
en el transporte público con Marley sonando,
y un niño mirando sobre los hombros
del conductor y los mÃos hacia las luces que se aproximaban,
hacia el paso veloz de la carretera en la oscuridad del campo,
las luces en las casas de las pequeñas colinas,
y la espesura de estrellas; les habÃa abandonado,
les habÃa dejado en la tierra, les dejé para que cantaran
las canciones de Marley sobre una tristeza real como el olor
de la lluvia sobre el suelo seco, o el olor de la arena mojada,
y el autobús resultaba acogedor gracias a su amabilidad,
su cortesÃa, y sus educadas despedidas
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a la luz de los faros. En el fragor,
en la música rÃtmica y plañidera, el exigente aroma
que procedÃa de sus cuerpos. Yo querÃa que el autobús
siquiera su camino para siempre, que nadie se bajara
y dijera buenas noches a la luz de los faros
y tomara el tortuoso camino hacia la puerta iluminada,
guiado por las luciérnagas; querÃa que la belleza de ella
penetrara en la calidez de la acogedora madera,
ante el aliviado repiquetear de platos esmaltados
en la cocina, y el árbol en el patio,
pero llegué a mi parada. Delante del Hotel Halcyon.
El vestÃbulo estarÃa lleno de transeúntes como yo.
Luego pasearÃa con las olas playa arriba.
Me bajé del autobús sin decir buenas noches.
Ese buenas noches estarÃa lleno de amor inexpresable.
Siguieron adelante en su autobús, me dejaron en la tierra.
Entonces, un poco más allá, el vehÃculo se detuvo. Un hombre
gritó mi nombre desde la ventanilla.
Caminé hasta él. Me tendió algo.
Se me habÃa caÃdo del bolsillo una cajetilla de cigarrillos.
Me la devolvió. Me di la vuelta para ocultar mis lágrimas.
No deseaban nada, nada habÃa que yo pudiera darles
salvo esta cosa que he llamado «La luz del mundo».
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Luis Carlos RamÃrez Lascarro
@luiskramirezl
Sobre el autor
Luis Carlos Ramirez Lascarro
A tres tabacos
Guamal, Magdalena, Colombia, 1984. Historiador y Gestor patrimonial, egresado de la Universidad del Magdalena. Autor de los libros: La cumbia en Guamal, Magdalena, en coautoría con David Ramírez (2023); El acordeón de Juancho (2020) y Semana Santa de Guamal, Magdalena, una reseña histórica, en coautoría con Alberto Ávila Bagarozza (2020). Autor de las obras teatrales: Flores de María (2020), montada por el colectivo Maderos Teatro de Valledupar, y Cruselfa (2020), Monólogo coescrito con Luis Mario Jiménez, quien lo representa. Ha participado en las antologías poéticas: Poesía Social sin banderas (2005); Polen para fecundar manantiales (2008); Con otra voz y Poemas inolvidables (2011), Tocando el viento (2012) Antología Nacional de Relata (2013), Contagio poesía (2020) y Quemarlo todo (2021). He participado en las antologías narrativas: Elipsis internacional y Diez años no son tanto (2021). Ha participado en las siguientes revistas de divulgación: Hojalata y María mulata (2020); Heterotopías (2022) y Atarraya cultural (2023). He participado en todos los números de la revista La gota fría: No. 1 (2018), No. 2 (2020), No. 3 (2021), No. 4 (2022) y No. 5 (2023). Ha participado en los siguientes eventos culturales como conferencista invitado: Segundo Simposio literario estudiantil IED NARA (2023), con la ponencia: La literatura como reflejo de la identidad del caribe colombiano; VI Encuentro nacional de investigadores de la música vallenata (2017), con la ponencia: Julio Erazo Cuevas, el Juglar guamalero y Foro Vallenato clásico (2016), en el marco del 49 Festival de la Leyenda vallenata, con la ponencia: Zuletazos clásicos. Ha participado como corrector estilístico y ortotipográfico de los siguientes libros: El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad (2021) y Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020), en el cual también participé como prologuista. El artículo El vallenato protesta fue citado en la tesis de maestría en musicología: El vallenato de “protesta”: La obra musical de Máximo Jiménez (2017); Los artículos: Poesía en la música vallenata y Salsa y vallenato fueron citados en el libro: Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020); El artículo La ciencia y el vallenato fue citado en la tesis de maestría en Literatura hispanoamericana y del caribe: Rafael Manjarrez: el vínculo entre la tradición y la modernidad (2021).
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