Literatura
Cuando la lluvia arrecia en las calles del Valle
A menudo me pregunto por qué la vida se interrumpe cuando la lluvia empieza a caer en Valledupar. Me lo pregunto con un aire contemplativo, como si me encontrara frente a un espejo en busca de una respuesta que quizás nunca llegue.
La nostalgia me invade de repente, es como si el tiempo volviera atrás. El agua para mí es sinónimo de infancia y alegría, de tiempos en los que las mayores preocupaciones eran llegar a la escuela a la hora o hacer unos deberes para el siguiente día.
Ver cómo las calles del Valle se inundan con un agua cálida me transporta a los dulces momentos en los que salía sin temor a la calle, descalzo y sin camiseta, esperando que el agua me diera de nuevo la vida.
Eran otros tiempos. Tiempos distintos, sin ser mejores ni peores. Aunque yo los idealizo por el simple hecho de añorar esa infancia en la que todo me ilusionaba. Todo, hasta el agua que cae como una catarata desde el techo de una casa.
Con mi hermana salíamos a la esquina. Mi papá nos acompañaba y nos vigilaba de lejos, mientras buscábamos un chorro que nos cayera con fuerza en la cabeza. Sí, ése es otro recuerdo que me fascina: el impacto del agua fría sobre mi nuca y mis hombros.
Con mi hermana jugábamos. Ella me mantenía largos segundos bajo ese chorro y yo, luego, le cedía el puesto. En realidad, ambos disfrutábamos con ese baño, pero lo disimulábamos.
Desde entonces, los años han pasado y no sé cuándo empecé a esconderme del agua. No sé cuándo comencé a tenerle miedo. Fue un proceso turbio e inconsciente. La vida me llevó a alejarme de algo con el que siempre he estado.
Miro a mi hijo que revolotea en el agua, en busca de un chorro como yo lo hacía, y entiendo que todos nosotros, aquí en el Valle y en la Costa, somos seres acuáticos. Seres íntimamente conectados con el agua.
Aunque no tengamos playa, sentimos la necesidad de ir al río, de celebrar cada lluvia, y eso es algo que queda marcado en nuestros pensamientos y en nuestra sangre.
Ahora, frente a esa lluvia torrencial que cae con el alivio de una brisa fresca, creo entender porqué la vida se interrumpe de repente en el Valle con cada aguacero.
No sólo es una excusa para cancelar lo que se interpone en nuestra agenda. Tampoco es un acto de abandono ante la ausencia de alcantarillado, sino un instante de reconexión con nuestra infancia. Porque todos renacemos con el agua.
Sobre el autor
José Luis Hernández
La Lupa literaria
José Luis Hernández, Barranquilla (1966). Abogado, docente y amante de la literatura. Ofrece en su columna “La Lupa Literaria” una perspectiva crítica sobre el mundo literario y editorial. Artículos que contemplan y discuten lo que aparece en la prensa especializada, pero aplicándole una buena dosis de reflexión y contextualización.
0 Comentarios
Le puede interesar
El viejo Nim
Ayer cuando salí a dar mi acostumbrado paseo por el bolsillo después de la cirugía de vesícula, en busca de recuperar mi color norm...
Rómulo Bustos: “La poesía siempre nos promete algo y no se entrega”
“Al principio mi poesía era bastante breve, ahora es mucho más extensa”. El poeta colombiano Rómulo Bustos echa una mirada atrá...
¿Por qué leer libros nos hace sentir bien?
La lectura es un placer. Los que se entregan a ella con regularidad lo saben. Muchas veces encontrar un tiempo para leer un libro c...
Noventa años del natalicio del escritor García Márquez
Las cosas suceden, cuando tienen que suceder. En una antigua ranchería de La Guajira, José Arcadio Buendía le ganó una pelea ...
La aldea, de Luis Mario Araújo: un libro para volver a vivir
Las historias siempre han estado ahí, en los relatos del imaginario popular. La mayoría se ha transmitido de generación en gener...