Literatura
¿Te acuerdas, Chovan? (Primera parte)
Â
I
Gran parte de la historia de nuestra infancia y adolescencia se halla inscrita en la memoria de una calle del barrio Fray JoaquÃn: esa de la alcaldÃa pa’ arriba, pasando por donde el finado periodista ‘Luchy DÃaz’, Alfonsina, nuestra abuela ‘vina’, la casa del difunto Parra y, finalmente, a término de cuadra, está la casa de tu tÃa Clary Luz. AllÃ, en toda la esquina, nos sentábamos en las antiquÃsimas piedras y comulgaban todos los chavales de la cuadra a avivar la susceptibilidad con cuentos de terror en las noches de holganzas decembrinas. Era tradición asistir a las novenas de aguinaldo con el gordo y el hijo de un señor al que apodaban ‘el chichón’. Tu tÃa una vez me jaló las orejas por estar distraÃdo en la oración de la novena. Quedé petrificado. Dije que no asistirÃa más, pero la entrega de aguinaldos se acercaba, de modo que al dÃa siguiente estuve otra vez cantando el tuturunaina.
¿Te acuerdas? cuando venÃan Santiago y Daniela, nuestros primos, de Santa Marta, en épocas de vacaciones, también nos Ãbamos a vivir en casa de nuestra tÃa Enilda y de la abuela Orfelina, ‘vina’, como de cariño le nombran. Cuando consumábamos alguna calaverada, no tardábamos en escuchar de sus labios: <>. Eras de tu ley, chovan, y enchoyao2. Nos persuadÃas a participar de tus andanzas. Recuerdo cuando me decÃas que tomara, a hurtadillas, los rollos de cinta del chande, mi papá, para jugar al tin tin corre corre. A veces llegaban las quejas a oÃdos de nuestros padres y eso significaba una limpia segura.
Puedo evocarte con esa pinta dominguera: pantaloneta de playa y zapatos Vans. Tu papá siempre te recalcó no dejártela montar de nadie, quizá por eso siempre fuiste el más vivo de todos. En una ocasión levantaste a patadas al gordo y lo dejaste arrinconado en lo último del patio, creo que fue por un tema de sobrenombre. Otro dÃa, llamaba yo a mi abuela y le decÃa: -¡mÃralo, abuela. Ve!-, mientras amenazabas con lanzarme patadas. A veces te tornabas violento y uno no entendÃa las razones; sin embargo, eras ese primo con el que a uno le gusta andar siempre para arriba y para abajo, a expensas de tus arrebatos de superioridad, pero seguros de que nos defenderÃas y hallarÃamos valor en tus palabras para hacerle frente a quien pretendiera montarnos imperio.
¿Te acuerdas? Adrián, el hijo de Orly, tÃo de John David, fue siempre un niño a pesar de tener muchos años encima; parecÃa, más bien, hermano que tÃo de John. Disfrutaba jugar trompo y boliche con los chamacos de la cuadra y se emputaba cuando, en medio de la diversión, lo llamaban para hacer mandados. Recuerdo que proferÃa: ¡ay! ahorita Orly, ahorita. Muchas veces nos acompañó a recolectar botellas para luego quebrarlas a la orilla del rÃo. Cuando emprendÃamos la huida por el callejón que va a dar allá donde el difunto Arnaldo, escuchábamos los improperios de la vieja Ibis y sus amenazas de echarnos la policÃa. Fueron tan épicas esas peripecias; nos creÃamos los putas.
¿Te acuerdas? Esos domingos en los que solÃamos reunirnos con la familia en casa de mi abuela; jugábamos a los carritos mientras mi tÃa Danys alistaba el sancocho. Tus hermanas Mayra y Estefany y nuestras primas, Mariales y Yalena hablaban de moda femenina y las tardes transcurrÃan mientras veÃamos pelÃculas del repertorio de RCN y Caracol. Uno de esos domingos se nos dio por joderle la vida a una camarilla de borrachos que departÃan donde Mandy, al frente de tu tÃa Clary. Uno de ellos, en su estado de alicoramiento, se bajó los pantalones y nos desveló las nalgas; acto seguido, por iniciativa tuya, Chovan, comenzamos a gritar: ¡culo e’ tinaja! ¡Culo e’ tinaja! Yo creo que no lo repetimos cinco veces cuando el ebrio montó una bicicleta y empezó a corretearnos. Todos le hicimos el ole, escondiéndonos detrás de los carros y en casas. Nos asustamos, pero pronto el borracho renunció a la persecución y después, reunidos, nos reÃamos hasta la médula de aquello.
¿Te acuerdas? una vez fuimos a buscar pleito en la calle del Gustavo. En esa ocasión, me desafiaste a cachetear a un tal ‘mÃster bean’, solo por divertirnos. El plan era hacerlo y salir corriendo a escondernos en casa de mi abuela. Después de ubicarlo, atravesando los lindes de la que siempre fue nuestra calle, nos aproximamos al objetivo y logré el cometido que me planteaste; Santiago iba con nosotros ese dÃa y no recuerdo quien más. Emprendimos la huida y el susto fue grande cuando los supieron los primos de aquel púbero. Asomado desde la puerta de la casa de la ‘vina’ pude divisarlos en la esquina de la cuadra, donde tu tÃa Clary, haciéndonos caserÃa para ver si dábamos papaya y tomar venganza. Santiago y tú estaban no sé dónde, en algún cuarto o en el patio, tal vez.
Lo cierto es que estuvimos pasmados del susto, pues los defensores de ‘mÃster bean’ eran de complexión ruda. Esa tarde no osamos poner un pie fuera de casa y, como situación inusitada, nos quedamos en medio de los adultos, escuchando sus conversaciones. Mi tÃa Danys sospechó la cuestión. Ella siempre tenÃa la impresión de que estábamos haciendo algo no tan bueno y más cuando andaban juntos Iván Luis, Santiago y Alexander Daniel. Inquirió varias veces con ese tono de voz suspicaz, como importunándonos a decir la verdad. Le insinuamos con el pánico que nos desestabilizaba que no pasaba nada y tu madre, chovan, no hizo más hincapié en el asunto. El dÃa declinó y, finalmente, salimos de la casa de mi abuela en compañÃa de nuestros padres; eso sÃ, mirando para todos lados. El pánico duró varios dÃas y aquella cachetada nunca fue restituida, por las precauciones que tomamos o por simple desistimiento de los primos de ese joven.
II
Durante algún tiempo, al lado de la casa de la vieja Ibis y el desaparecido Luis ‘Luchy’< DÃaz, vivieron esas muchachas apellido Costa; tenÃamos la costumbre de ir a molestarlas. Nos conducÃamos por el camino del rÃo hasta llegar al callejón que está a un costado de esa casa inveterada y espaciosa. En la mayorÃa de ocasiones, terminaba saliendo el papá de ellas y aseveraba una expresión que se volvió cliché: ¡los voy a capar!, a lo cual respondÃamos con valentÃa de mozo descamisado y pies descalzos: ¡venà a capáme, pues! Apenas hacÃa el amague de corretearnos, ya nos habÃamos escabullido; nada comparado a esa adrenalina que nos impulsaba a salvaguardar las tamacas.
SolÃamos gritarle ¡maquengo agua peá! al más reconocido vendedor de agua del valle en el barrio. Te confieso que desconozco el origen de ese sobrenombre, lo cierto es que con solo recordarlo me invaden unas ganas inevitables de soltar la carcajada. Ese señor siempre ha vivido con el ceño fruncido, nunca lo he visto reflejando otro semblante. Tal vez por esto, con malvada intención, insistÃamos en joderle la vida. Recordarás que mi tÃa Enilda nos reconvino cualquier cantidad de veces: -él no se llama maquengo, tiene su nombre y es Daniel, asà que respeten-. Ocasionalmente nos encaramábamos en la parte trasera de su carro e’ mula para hacer más lenta su marcha. En respuesta, lanzaba un papiamento de injurias.
¡Qué decir de Ibis la loca! ¡Encontrábamos tanta diversión en perturbarle la tranquilidad! –Dejen de molestar a la Ibis, decÃan mi abuela vina y mi tÃa Enilda; hasta que alguno no salga escalabrado por una pedrada, no se van a estar quietos-. El cuento era decirle: ¡Ibi, loca! y salir corriendo. Afortunadamente, nunca nos alcanzó una de esas piedras que lanzaba, tal vez por falta de punterÃa o por agilidad nuestra. Cuando llegaba a la casa de Orfelina y Enilda a pedir comida nos comportábamos de forma distinta con ella; no era para menos. Nos mostrábamos cordiales y hasta nos disponÃamos a regalarle agua con el propósito de que no reconociera que en la calle éramos de los que se mofaban de su locura. La Ibis, casi siempre, recorre las calles del pueblo con su blusa artesanal monocolor y en paños menores. Ocasionalmente, se le ve peleando con los inquilinos que habitan su cabeza. Cuando llega a una casa y se dispone a hablar con la gente, refiere que la molestan mucho; las personas le afirman: -dejá está Ibis, no les pares bola, tú no estás loca.
¿Te acuerdas? Las cenas de 24 y 31 de diciembre en casa de la ‘vina’… Por varios años, en esas fechas comulgábamos en la vieja terraza. OlÃa a pólvora, a ropa nueva y a butifarra con limón. Le pedÃamos a nuestros padres dinero para comprar chucherÃas, pero terminábamos comprando cajas de cuatro golpes para sonarlos a escondidas de Danys, la vina o el chande. CorrÃa ese particular viento glacial nocturno y tiznado de polvo, al tiempo en que la música de los vecinos imponÃa un ambiente de jarana y estridencia. Recuerdo que la ‘vina’ se tiraba sus pases al lado de los viejos Panasonic. Todo estaba impregnado de alegrÃa. Era, por decirlo en palabras del realismo mágico, algo ‘macondiano’. Cuando iban siendo las 12 del 31 de diciembre los adultos nos constreñÃan a entrar a casa porque empezaban a hacer tiros. Tu madre, chovan, era la que repartÃa las uvas y luego hacÃa la tradicional oración de despedida de año viejo y bienvenida al nuevo año. Varias veces nos recordaron el episodio de la bala que cayó hace muchos años en el pote de la sal, ¿lo recuerdas? Tiempo después, las celebraciones en esas fechas se trasladaron a la casa de mi tÃa Danys, en el barrio 6 de enero. Hoy, ya no es lo mismo; se disfruta, pero cada año que pasa pareciera recordarnos el carácter temporal de nuestra estadÃa terrestre. Yo quisiera volver a vivir un diciembre siendo niño y pensar, en mi inocencia, que siempre serÃa asÃ: quemando traki traki y gozando de la compañÃa de los seres más queridos.
Los de la bazuca fueron tiempos sin parangón. Retazos de tubos viejos, disponibles en la galerÃa de artÃculos de los patios de nuestras casas, unidos a latas de cerveza, mismas que nos dábamos a la tarea de conseguir en tiendas y estancos. Era nuestra diversión, sobre todo, en el último mes del año. Los elementos adicionales que utilizábamos eran: una jeringa con la que introducÃamos el alcohol etÃlico por un orificio que hacÃamos a la botella, una piedrecilla que también estaba dentro de la lata de cerveza y que, por lo demás, nos ayudaba a revolver la sustancia y bolas de papel que fabricábamos con hojas de cuaderno del año escolar; éstas se insertaban en la parte superior del tubo y salÃan disparadas por la acción del quÃmico y los gases acumulados, producto del batuqueo por varios segundos.
Recibiste de tu papá, el viejo Iván, la idea de la bazuca y con ella te confirió también la patente de aquel invento, como si de un avance cientÃfico se tratara. Recuerdo que nos decÃas a Santiago y a mà que no ventiláramos la formula a nadie, especialmente al ‘kengue’, un joven del 6 de enero que andaba pendiente de cuanta cosa ociosa habÃa. No querÃamos que estuviera a nuestro nivel. Para él, todo lo que hacÃamos debÃa ser algo extraño y lleno de misterio…
Continuará.
Â
Alexander Gutiérrez Navarro
Sobre el autor
Alex Gutiérrez Navarro
Zarpazos de la nostalgia
Nacido en La Paz, Cesar y criado en Macondo, la sede del mundo jamás conocido. Escribe para imprimir fuerza a los relatos ordinarios a través de la extraordinaria conquista de la palabra impresa. Lector asiduo. Estudiante de la vida. Periodista y Comunicador Social en formación.
1 Comentarios
Wow!! Que lindo esto! Me encantó por momentos me hizo recordar mi infancia diferente claro pero que cool poder revivirlo de esta manera.. de verdad todo un crack negrito felicitaciones!!
Le puede interesar
Monólogo de una tarde de lluvia, de Berta LucÃa Estrada
 Monólogo de una tarde de lluvia, de Berta LucÃa Estrada: una sola voz para la búsqueda. Si la poesÃa no detiene el tiempo, ca...
Kazuo Ishiguro, premio nobel 2017: un regreso a la normalidad en Noruega
 Tras la elección de Bob Dylan como premio Nobel 2016 y las polémicas nacidas entorno al acierto de esa decisión, el nombre de ...
¿Te acuerdas, Chovan? (Primera parte)
 I Gran parte de la historia de nuestra infancia y adolescencia se halla inscrita en la memoria de una calle del barrio Fray JoaquÃ...
Coloquios de escritorio
Rubén DarÃo (1867-1916) nos enseña a jerarquizar las palabras que el realismo habÃa puesto en desuso. En verso y prosa, el modernis...
La niña que soñaba con los ángeles
 InkÃyu era un mundo lleno de maravillas, era lugar de paz, era feudo de mucha tranquilidad. Era hogar de los seres angelicales, qu...