Literatura

R.H. Moreno Durán, su rastro entre los sueños

Oscar Arcos Palma

23/10/2023 - 00:20

 

R.H. Moreno Durán, su rastro entre los sueños
El escritor R.H. Moreno Durán / Foto: créditos a su autor

 

En el mar de la literatura, tan viejo y profundo, existen escritores que despiertan sentimientos de admiración por sus obras y de humanidad por las circunstancias de sus vidas. Uno de ellos, en mi caso, es R.H. Moreno Durán. Escuché hablar de él la primera vez en París, en el otoño de 1982. Jacques Gilard había dedicado dos horas a relatar su reciente periplo por el Caribe colombiano en indagaciones y reconstrucciones de episodios concernientes a García Márquez y a los miembros del Grupo de Barranquilla. Al final de su exposición atendió preguntas de los asistentes y, motivado por una de ellas, sin relación con el tema de la noche, se refirió a dos escritores colombianos que lidiaban por aquellos días en Barcelona con sus demonios creativos: Luis Fayad -el de la magnífica novela Los parientes de Ester, a mi juicio la más lograda novela bogotana-, y R.H. Moreno Durán. De este, Gilard manifestó su admiración por su intelectualidad y amplia erudición, su refinada escritura y sus historias en clave, plenas de sutileza, ironía y humor, de las que daban buena cuenta dos novelas a la fecha publicadas: Juego de Damas (1977) y Toque de Diana (1981) y la tercera en salmuera que aparecería en 1983 con el título de Finale Capriccioso con Madonna. La trilogía Fémina Suite. Jacques Gilard concluyó aquella noche con esta frase: “Moreno Durán es una biblioteca andante.”

Cuatro años después, en noviembre de 1986, el Departamento de Literatura de la Universidad Javeriana hizo un homenaje a R.H. Moreno Durán. El escritor tituló su conferencia La Augusta Sílaba o la Jubilosa Aventura de Narrar, cuyo contenido obedeció a una invitación que le habían cursado meses antes Alfredo Roggiano y Armando Romero, profesores de las universidades de Pittsburgh y Cincinnati en su orden, a colaborar en la Revista Iberoamericana, con referencia a la gestación de su escritura, el origen de Fémina Suite. En esa ocasión lo vi en persona -desde la butaca del auditorio, desde luego-: achaparrado, lleno de rostro y altivo a la vez. Tenía la voz vibrante y sonora de un declamador profesional, tan dotado de conocimiento y sabiduría como un demiurgo posicionado en la palabra.

Volví a leer la trilogía Fémina Suite y al año siguiente Los Felinos del Canciller, la historia en clave novelada que narra la chabacanería y el provincialismo de una élite arrogante y corrupta, y arrodillada y servil en materia de diplomacia internacional, desde los tiempos de Carlos Holguín Mallarino, presidente que regaló en 1893, de pura lambonería, ciento veintidós piezas del tesoro Quimbaya a la reina española María Cristina.

Un sábado de octubre de 1991, husmeando en la Librería Lerner del centro, encontré Taberna in Fábula, la experiencia leída. ¿A quién no seduce la palabra Taberna? ¿Quién no desea tomarse un trago en un ambiente de penumbras, imaginación y desorden? Con el libro en el bolsillo del sacón y no siendo hora aún de entrar a una taberna, me incliné por una pastas a la puttanesca de mediodía y una copa de vino en Sorrento, junto a la ventana que da a la Plazoleta del Rosario. En ese cálido lugar leí con el más grande deleite el primer ensayo del libro titulado La Taberna de Auerbach, según Moreno Durán un sitio lo más parecido al espacio de un libro, pues sus paredes testimonian el tránsito de figuras legendarias, un Fausto real, Goethe, Mefistófeles -¿y en qué taberna no encontramos al diablo ese?- y acaso Nietzsche, Kafka, Hesse, Kraus, Brecht, Broch, Klee, Musil, entre otros. Heinrich Mann llevó a la Taberna de Auerbach al profesor Raat en 1905 -apodado Unrat: basura-, en alas de su novela El Ángel Azul, adaptada al cine por Karl Zuckmayer en 1931, dirigida por Josef von Sternberg e interpretada por Emil Jannings y la bellísima Marlene Dietrich. ¡Un ensayo de fábula!

Abandoné el restaurante a las 2:30 de la tarde. Bajo una lluvia ligera tomé la Carrera Séptima hacia el norte y, al pasar por la Cinemateca Distrital, me detuvo el poster de El Ángel Azul, la afamada cinta de 1931. ¿No andaba suelto Mefistófeles en la lluviosa tarde de sábado en Bogotá, para que se diera esa casualidad? Y a propósito de casualidades exhaustivas, en la fila, frente a la taquilla, estaba Fabio Giraldo, una especie de Fausto de ascendencia paisa, en compañía de su Margarita, la poeta de ojos mediterráneos a quien Giraldo había atrapado en la Bahía de Santa Marta, con mediación de Mefistófeles, es de comprender. Al final de la película, Giraldo me invitó a un escocés en su casa para comentarla críticamente, más allá de lo señalado por Moreno Durán con acierto, de que tanto la novela de Heinrich Mann publicada en 1905, como el filme de 1931, anunciaban el ascenso del nazismo, la situación a la que Bergman llamaría años después El huevo de la serpiente. Pero la altivez de Margarita en aquella ocasión (que no lo era en absoluto, sino timidez, como habría de comprobar mucho después) me hicieron sacrificar la ilusión de beber la preciada pócima aquella noche.

Había de transcurrir nueve años para encontrarme con R.H. Moreno Durán en persona, en el Aeropuerto El Dorado, junto a William Ospina y Marco Sánchez, esperando abordar un vuelo con destino a Barranquilla, donde los dos primeros hablarían sobre La Literatura de la Violencia y Sánchez y yo recibiríamos el premio nacional en cuento y poesía respectivamente. Aquella vez sólo lo escuché narrar anécdotas, en el salón de piso ajedrezado junto al bar del Hotel Prado[1].

Y hubo una última ocasión: era una tarde lluviosa de abril de 2005, él salía de Corferias acompañado de una hermosa mujer, después de una charla suya en el marco de la Feria del Libro. Ambos vestían abrigos de invierno y Moreno Durán llevaba una gorra inglesa de paño que no impedía ver la calvicie inducida por el tratamiento químico de una agresivo cáncer de esófago. Era entonces un hombre disminuido físicamente, delgado de rostro y sin color.

En noviembre de ese mismo año, tuve un sueño en el que apareció R.H. Moreno Durán, probablemente por lo mucho que he admirado su obra literaria. Me encontraba en su casa, una edificación estilo inglés, en el tercer piso. Era una sala enorme, de escaso mobiliario y estantes en las paredes sin un solo libro. ¿Dónde están los libros? Recordé la frase de Jacques Gilard en 1982: “Moreno Durán es una biblioteca andante.” Tras una larga espera en aquel salón se abrió una pequeña puerta y entró el escritor, seguido de una mujer que ocupó una silla en la penumbra de un rincón. No hubo saludo. No sentí el rechazo que alguien puede manifestar por un desconocido. Fue algo natural, como si previamente hubiésemos liquidado una conversación y hubiésemos caído en el silencio. Se dirigió a una ventana de doble hoja y la abrió y apoyó las manos en la baranda de hierro del balcón. Ahí se estuvo un tiempo contemplando la pequeña iglesia de muros encalados y la plazoleta por donde derivaban las palomas. Cerró la ventana. En el centro del salón levantó una trampilla del piso de madera. En el interior había una gran cantidad de libros cuidadosamente ordenados en la forma en que es posible hacerlo en un arcón. Tomó un libro entre sus manos, lo ojeó a conciencia y luego lo regresó a su lugar. Tras cerrar la trampilla se dio vuelta y se marchó por donde había llegado. Me sentí agradecido por haberme permitido unos momentos silenciosos en su espacio. La mujer salió de su penumbra y me indicó la puerta de salida, sin palabras.

El escritor se alejó para siempre pocos días después, el 21 de noviembre de 2005.

 

Oscar Arcos Palma

Acerca del autor: Cofundador de la Revista Ensayo y Error (1996-2001). Primer premio del Concurso Nacional de Poesía de la Corporación Autónoma de la Costa en el año 2001. Finalista en varios concursos nacionales de cuento, entre ellos el Castro Saavedra (1992). Ha publicado el libro de poemas Violante y, en coautoría con Germán Gaviria Álvarez y Mauricio Díaz, el libro Proyecto Coetzee: él y su obra

 

[1] Este encuentro se narra en: R.H. Moreno Durán, William Ospina y yo en Barranquilla.

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