Literatura

La memoria a pedazos finos

Edgar Arcos Palma

30/01/2024 - 01:15

 

La memoria a pedazos finos

 

Paisaje de verdor con cafetales en hileras, líneas ondulantes en los montes desiguales, pueblitos cuya huella es de allí, donde los colores en los maderos de balcones, ventanas, puertas, veletas hacen arco iris. Ella muestra interés alegre, le gusta y se deleita al moverse por entre caminos que luego no recordará haberlos transitado; sus ojos vivaces con una ayudita del sol algo tímido de la tarde fresca captan ávidos las distancias, recovecos, cruces y de pronto poblados con la diligente pregunta. La respuesta, esto es Quimbaya, la deja satisfecha replicando con un adjetivo placentero. La memoria pinza la lengua y aventura una anterior estadía en la plaza central del poblado y pronto es desmentida con la ausencia definitiva antes y el tránsito virgen ahora. Una disculpa, un signo admirativo y sí, un sitio similar en otra época en otro momento, en otro sitio refleja un recuerdo que no quiere irse.

Se siente segura en la diligencia mostrada por sus hijos y esposas. Interroga siempre y la casa, las maletas, el entorno, de nuevo la admiración y la sonrisa afloran garantizando satisfacción. Al bajar del carro recorre primero la vecindad, sugiere comprar una de esas hermosas casas que dan origen a una conversación relacionada, atrae en su pasado la certeza de sus propiedades, argumenta el deseo de vender allá y comprar acá; todos asienten y le toman sus manos que cariñosas aprietan la sangre que corre entre ellos y su piel absorbe calidez y protección. Las puertas abiertas, los pasitos cortos cuidando no tropezar, admirativa se deja llevar de quienes buscan la expresión materna, su voz firme refleja sonoridad apenas acorde con el piar de pájaros inquietos y festivos en constante vuelo entre árboles acoplados al bello condominio.

El silencio de pausas no acordadas por los visitantes anima en la madre la pregunta iterativa en esa mañana desde que salieron de paseo y la respuesta paciente y calmada con la voz cómplice de buenas noticias, su pensión vitalicia, el dinero de sus propiedades vendidas, “todas” interrogada con “todas” respondida. Los hermanos se miran y asienten sin decir palabra que sobre o falte. Ella queda ahora satisfecha, luego el repetido relato de lo que tiene en Bogotá será en el paseo como una norma de cortesía. Se sorprenderían sí ello no ocurriera.

La piscina, el jacuzzi,  son artilugios que le cuestan digerir, el temor del agua, sus bracitos se mueven como remos evocando viejos tiempos y la habilidad al desplazarse por entre la olas suaves del mar de Tumaco, igual a los paseos de ahora, la olla para el sancocho de pescado, nunca le dejaron cocinar, siempre fue consentida, nunca le dejaron tomar café porque se podía volver negra, el gusto inveterado por el plátano y ante su pregunta, otra, le responden los hijos algo acerca de un hijo de un compañero de trabajo de su difunto esposo, el padre de los hijos que ahora la acompañan; entonces la historia, los mayores con las náuseas de una atroz llenura, el dedo del niño hijo del compañero de su esposo, apenas ocho años de edad, ahíto después de frugal almuerzo y para sorpresa general señala un enorme plátano asado en la parrilla que luego desaparecería como por encanto en su boca; la risa estentórea de la madre al recordar el episodio que como tantas cosas son el pasado; el plátano es rico, me gusta mucho. Y ahora ante la invitación festiva de chapotear en la piscina no lo va a hacer, sobre todo porque no trajo su vestido de baño, la mirada cómplice a uno de sus hijos quien la saca de su equivocación y le cuenta el muy traidor con la pilatuna a sus espaldas que el traje de baño está en la maleta, ella se siente atrapada y repite enérgica que no se va a meter en esa piscina; el agua está fría y se puede ahogar. Todos ríen y le conceden la victoria.

Sentados alrededor de una gran mesa de madera recia juegan a pasar el tiempo afrontando similitudes en fichas de dominó, ella gana una partida, recibe el aplauso de los suyos y responde con unos deditos que hablan de reclamar el premio en efectivo. El juego le divierte, acepta que en su casa tiene un juego idéntico, pero no atina a recordar donde lo tiene guardado, quizás advierte que se lo pudieron haber robado como tantas otras cosas, muy seria cambia al papel de yo acuso, la infeliz empleada que tiene le ha cambiado su celular, le ha robado brasieres, ropa interior, vestidos, asevera el número de prendas robadas, saca a relucir su constante inveterada de despachar una empleada tras otra por ladronas. Los hijos y las esposas calman el impase fabricando otro triunfo de dominó, mentol refrescante y disuasivo de tormentos y malos ratos.

Bandadas de aves se llevan los rescoldos de pensamientos fragmentados de la madre en dirección solo trazada por ellas, abajo los hijos y sus esposas las miran alejarse, luego intentan ignorar el diagnóstico de carácter progresivo, eso oyeron de una especialista. Eso flotó en el ambiente, en esos momentos uno de ellos ató esa dolorosa sentencia a la cola de una de las aves y sintió alivio tomando la mano de su madre, acariciándola, alisándole los cortos cabellos de tinte café y de raíces canas inexorables, su mano pasó por la mejilla y para sí rogó que el avance no fuera tan rápido. La incredulidad ante la ciencia de lo inevitable, la negativa a aceptar verdades, el escudo ignorante de que la madre no llegará a borrarlos. Y luego, el pasado en el padre lejos de sus hijos sin aún haberse despedido. La mente oscura.

Los ganchos interrogantes acerca de una de las acompañantes, inquisidora primero, luego acogiéndola como una amiguita, la invitación a que se quedara con ella en su habitación de dos camas, luego buscándola con la palabra y el ojo avizor y preguntando a todos por esa buena señora. Después el gesto del dedo índice en su boca, los párpados abiertos con la admiración de quien en algún rescoldo de su memoria supo ante la aclaración, que esa buena señora es la esposa de uno de sus hijos, la risita del pecado al saberse atrapada en la equivocación, al día siguiente ya en su apartamento preguntaría otra vez por esa buena señora que no se despidió de ella. Otra vez se cerró la persiana de la lucidez.

Recibe de los hijos palabras cuyo realce de la belleza, de su memoria intacta prodigiosa como bien ella lo pregona, de los bienes inmuebles que ya no son de su propiedad y por momentos la luz de intensidad mediana inquiere dónde habrá de llegar cuando viaje a Bogotá. Individualiza a cada hijo ahí presente en el cuidado y atención hacia ella, niega la presencia de los demás, los acusa de ingratitud, los cobija a todos en su corazón para luego soltarlos de sus amarras y añadir que no hay derecho a tanta ingratitud. Los hijos presentes procuran menguar la tristeza de la madre con las llamadas que le hacen los demás hijos, ella mira el celular y asiente con esa verdad, pero enfatiza que es de vez en cuando y así no vale.

Los hijos entonces no la llaman; esa noche con la luz tenue de las lámparas del comedor de esa bella casa donde la última noche comenzaba a agobiarse de nostalgias y de un mañana incierto, todos alrededor de la madre asintieron en que la película vista por ella debía ser repasada otra vez para que el aprendizaje del no olvido fuera una elección de lentificar lo inexorable. Recita los nombres de sus sangres, uno por uno; no los olvida. Sin embargo, la lección de la amiguita de esa noche a quien no logró identificar abre la puerta de sí eso va a ocurrir con los hijos que ahora no la han visto. Ellos podrían ser olvido en poco tiempo.

Las maletas se hacen de nuevo, los destinos de cada uno de ellos se atomizan en diferentes caminos, los unos cargan pesos de presentes ya gastados, se hacen promesas, calculan futuros que no son capaces de discernir, ella ve pasar de nuevo los frondosos árboles, las sinuosas carreteras, se siente cómoda en la invitación a un café, se detienen en el parque de la torre gruesa de color ladrillo rojo y un gigantesco cristo blanco en su equilibrado centro allá arriba cerca de las campanas. La pregunta asombrada sobre ese hermoso sitio de arco iris pintados en las voces cantarinas de sus gentiles habitantes. Mamá, es Quimbaya.

 

Edgar Arcos Palma

Médico y escritor nariñense. Sus cuentos han sido publicados, entre otros medios, en la Revista Estafeta (San Juan de Pasto-Nariño). En 2021 publicó su celebrada novela, Yaguargo.

1 Comentarios


Lorena 01-02-2024 09:58 PM

" Cuánto más transparente es la escritura más se ve la poesía " Y se conoce al autor Aún sigo siendo una lectora insaciable sin ninguna formación sistemática, no obstante reconozco un gran texto y este lo es, contagia de felicidad, genera remembranza, un exquisito deleite leerlo. Exitos.

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