Literatura

Tío pobre, sobrino rico

Óscar E. Alfonso

18/03/2024 - 08:30

 

Tío pobre, sobrino rico

 

La gente piensa que él expresa las cosas mintiendo. Pero no, no es así. Nada, absolutamente nada, de todo lo que sale de la boca de mi tío Nacho, lo dice con la intención de engañar, ser impertinente o ser retrechero. Viven confundidos con sus respuestas, acostumbrados a suponer que poseen una verdad inexistente. No deja de faltar quien afirma que la demencia senil, propia de nuestros antepasados, se le adelantó a ese flaco desgraciado, con canas prematuras, que nunca pudo salir adelante en esta vida como lo hemos hecho todos en esta cuadra.

—La verdad, la única verdad, es que no tengo la menor idea. Solo sé que está ahí en mi cuenta y ya está. Aprovéchenla, disfrútenla y no dejen que la envidia de este barrio pobre los lleve a seguir deseándome el mal —responde cada vez que le indagan de manera repetitiva.

Cansado del cuestionamiento, está acostumbrado a inclinar la cabeza, cerrar los ojos y pedirle a Dios que le dé paciencia ante la discordia humana, además de seguridad y bendición para que ese dinero que no sabe de dónde ha salido, nunca se le termine. La caballerosidad que lo ha distinguido durante sus cincuenta años no da para más palabras, menos si se quiere justificar lo injustificable.

—Es imposible que un hombre sensato no pueda explicar de dónde ha salido todo el dinero que de la noche a la mañana empezó a gastar de manera opulenta por estas calles que siempre lo han visto como una imitación ideal de la mendiguez —proclaman al unísono los nobles de barriada, esos que se suponen por encima de los demás, aquellos que en la desdicha de su pobreza no pueden concebir que a mi tío lo haya arrollado la buena suerte de un consignador equivocado o un benefactor inesperado, como lo tuvo Philip Pirrip, lleno de sus Grandes Esperanzas.

Como mi tío Nacho ha sido de malas en el dinero, en el amor, en la familia, en las amistades, en sus creencias y en todo lo que uno pueda llegar a pensar, sus silencios monetarios ante la pregunta dejan intranquilos a quienes lo rodean, empujados y motivados siempre por la envidia propia de la condición humana. Para nadie resulta lógico estar de acuerdo con la respuesta que da al interrogársele por el origen de la riqueza que de la noche a la mañana empezó a hacer parte de su vida.

Pero yo, que siempre lo he acompañado desde que tengo uso de razón, soy un testimonio fidedigno de su respuesta: no tiene ni idea de dónde salieron todos esos millones que descansan en esa cuenta caduca que no canceló, con la ilusión de poder conseguir un nuevo trabajo que cada mes le alimentara. Porque hasta para durar en un encargo laboral ha sido un hombre maldecido, a pesar de mantener su esperanza puesta en las misas que paga cada quince días para ser liberado de la maldad con que la vida lo ha signado.

—Así que tío, si la gente no le cree, no se preocupe por nada de eso, es lo que menos importa —digo, mientras consiento su pelo canoso en esta habitación sombría del hospital de la Misericordia—. Lo más valioso ahora es que existe alguien en la familia que sabe de la veracidad de sus palabras y está para acompañarlo en cada instante de su vida, incluyendo este. Esa persona soy yo.

—Lo sé sobrino. Por eso es que cuando mis ojos se cierren para la eternidad, ese dinero quedará en buenas manos. Agradezcámosle a Dios y a quien consignó con o sin intención toda esa dicha en mi cuenta de desempleado.

—Así lo hago todos los días tío —confieso mientras sigo acariciando su pelo y él cierra los ojos, soñando que el cáncer que ya hizo metástasis le deje disfrutar de lo inesperado por muchos más años.

 

 

Óscar E. Alfonso

Docente y escritor colombiano. Ha publicado los libros: Mujer nada fácil (en coautoría con Edgar Fuentes), El rector es un detective, Morir entre tus piernas, Diario en ausencia de Beverly, La muerte enamorada, Asesinar en la pequeña Europa e Instantes casi perfectos. Este cuento hace parte del libro inédito “Entre suspiros. Minificciones y cuentos cortos”.

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