Música y folclor

Ludys de la Ossa o cuando la música es redención y vida

María Ruth Mosquera

25/03/2016 - 06:30

 

Ludys De La Ossa y César López

Ella es madre de muchos hijos que no parió, es inspiración que impulsa a los que sufren, es símbolo de resiliencia, esperanza que redime los dolores de la guerra. Ella es un canto a la vida.

Emergió en un entorno bucólico y fiestero que más tarde se manifestó en la esencia de su ser. Fue en Sincelejo, Sucre, donde tuvo lugar su nacimiento. Ahí estaba el hogar de don Julio, un reconocido juglar sabanero que interpretaba el acordeón como ninguno, y una mujer de ascendencia antioqueña que amaba la sabana, quienes tuvieron hijos, una de las cuales bautizaron como Lubys Elvira de la Ossa Ochoa, nombre que a través del tiempo fue sufriendo una mutación gramatical hasta quedar convertido en Ludys. Ahí creció la niña, entre tamboras, porros, cumbias, colegio y familia, y que un día sorprendió a su papá con la noticia de ser la ganadora de un programa de ‘nuevos talentos de la canción’, cuando él no tenía ni remota idea de que ella tuviera andanzas musicales, ya que estaban prohibidas en la familia.

Hizo sus propias revoluciones musicales. Grabó producciones musicales con Andrés ‘El Turco’ Gil y con la venezolana Doris Salas; recorrió los escenarios del país cantando en la agrupación del juglar Calixto Ochoa; armó su propia agrupación –La Metropolitana- y continuó su carrera musical, alcanzando su nombre reconocimiento dentro del folclor; hizo cambios al estilo vallenato y se le oyó cantando clásicos del porro como ‘Arturo García’, ‘El Toro Negro’ y otros. Se casó temprano, parió hijos y se convirtió en una mujer de hogar, pero también se hizo popular su voz y firmaba contratos de largo término con empresas que valoraban su arte musical. Fue una etapa feliz; su música, sus hijos eran motores que echaban a andar el espíritu de servicio que la ha habitado siempre; entonces se convirtió en una gestora social que lograba un mejor estar para su comunidad.

Pero ahí, agazapado, estaba el dolor de la guerra, esperando el momento para entrometerse en su paz. En marzo de 1996, mientras un hermano suyo (Lairo De la Ossa) regresaba del colegio, presenció cómo sicarios asesinaban a un concejal y a su esposa. Cuando Ludys se enteró, su hermano estaba malherido en un hospital, lo cual fue sólo el comienzo de dolores.

Su hermano, su familia, se convirtieron en perseguidos; lo seguían al colegio y a todas partes porque él había visto a los homicidas. Sitiada por  la zozobra, Ludys tomó a los suyos y salió de su lugar para ir a buscar en ‘la ciudad’ una tranquilidad que no estaba ahí, para entender que la angustia de la que intentaba escapar se había mimetizado en su equipaje, había tomado otras formas para manifestarse, como por ejemplo a través de la incesante pregunta: ¿Y ahora de qué vas a vivir en esta urbe? 

Regresó a ‘su lugar’, en Valledupar, y se encontró con espantos más crueles. En noviembre de 2003 fue asesinado su hijo Santos Elías; “me volví loca”, recuerda. Se interpuso en el camino del sicario motorizado que iba “como alma que lleva el diablo” y le gritaba: “Me lo mataste sicario maldito”. Cargando el más pesado sufrimiento, aguantó los trámites del funeral y pensó que esa había sido su ofrenda de dolor una guerra ajena. “Yo no pensé que me iba a tocar nuevamente la violencia, pero el seis de noviembre del mismo año mataron a mi hermano (Faider) en Bogotá”. ¿Cómo consolar a una madre que llora el duelo por su hijo, que era su hermano, cuando ella misma aún no lograba secar las lágrimas por el suyo? De eso sabe Ludys.

“Fue tan cruel porque en medio de todo lo que venía viviendo, tanta alegría, recuerdos de ellos, de tanta música, de folclor, de pronto tocarte la violencia es como cuando te van clavando un puñal y tú lo vas sintiendo cómo te penetra, ese dolor tan fuerte. En la violencia quien lo vive es quien lo siente”.

Cómo recuerdo de otras vidas, hacían apariciones en su mente los momentos felices de su infancia, la tranquilidad y gozo de su música, el deseo de sentir paz, de perdonar, de exorcizar el dolor, de construir un puente por el que ella y otros pudieran escapar de episodios como los que a ella le marcaron la vida. “Y vi que el arte es muy indispensable”.

Sí. Analizó que así como el fútbol es un poderoso integrador de naciones, la música tiene poderes para derribar fronteras, para curar dolores, para construir vidas mejores. Pensó en los niños como actores esenciales para cultivar en ellos ese ambiente distinto en el que pensaba, a través de la cultura, la danza, la poesía, la pintura, entendidas herramientas esenciales para construir “un vividero sano que es lo que el país necesita”. Ella era la más indicada para inspirar a chicos y grandes a nombrar con su arte aquello que era doloroso en palabras; ella tenía la autoridad para hacerlo porque sabía muy bien cómo huele, cómo sabe y cómo duele la guerra.

La Fundación ‘Un canto a la vida’ es un lugar en el que confluyen niños hijos de víctimas del conflicto armado, a los que esta mujer les ha metido la música en el alma, al tiempo que les inculca valores para una vida sana, convencida de que un niño que se dedica a interpretar un instrumento es un niño que fomenta su creatividad, se siente ocupado e inspirado, que sale del colegio y va en busca de su instrumento para cantar porque “sí se puede construir paz por medio de instrumentos”. Cuatro decenas de pequeños están hoy arropados con la sábana del arte y la esperanza que Ludys extiende, sin excepción, para ellos, pero también para otros adultos músicos que, como ella han pagado en la guerra deudas que no tenían; entre ellos el guacharaquero Adán Montero, Julieth y Marieth, hijas del rey vallenato Rafael Salas, y Néstor Martínez,  una de las glorias de la recordada agrupación musical ‘Los Playoneros del Cesar’. 

Su ejemplo y fuerza convocantes han atraído a entidades y personajes que se identifican con su apuesta y, ya sea de palabra o de obra, la han alimentado para seguir adelante; entre ellos, el músico César López, creador de la escopetarra, quien hace poco donó instrumentos a la Fundación, porque cree que éstos “serán herramientas que se van a usar para cantar y componer canciones que sirvan de memoria y reconstruir un país con la nueva música”. Pero hace falta mucho apoyo para ampliar este ejercicio de redención a través del arte.

Las motivaciones llegan también en reconocimientos intangibles como el que este mes le ha hecho la Fundación Académica de Música Contemporánea (Decuplum), que la incluyó en una exposición de mujeres artistas del folclor vallenato, realizada en Valledupar. Todos estos son detalles que la inspiran a seguir siendo la líder a la que otros siguen, una cajita de música que transmite alegría y enseña cómo se pueden reparar los daños en el alma, cómo la música impacta para bien las emociones humanas y transforma el alma.

“La tristeza que tenía con la nostalgia se fue/del corazón la saqué, ya no es mi compañía/En mí reina la alegría y por nada se desplaza/el porvenir no se aplaza, les damos todo el cariño/cuando juega y canta un niño, la alegría vuelve a casa”: Ludys De la Ossa.

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya

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