Música y folclor

Sueños y travesías de una aprendiz del acordeón

María Ruth Mosquera

29/07/2016 - 06:40

 

Andrés El Turco Gil y Camila Ramírez Mahecha / Foto: María Ruth Mosquera

Aquella fue una de esas mañanas distintas, en las que sol se apresura a salir con un brillo tan intenso que le imprime a la naturaleza una apariencia de espejo lejano y el calor se antoja tan denso que puede tocarse con la piel. La brisa no había bajado de la Sierra Nevada, de modo que la temperatura, in crescendo, hacía imperiosa la necesidad de buscar refugio bajo sombra o en recintos acondicionados para sortear las inclemencias del calor.

Cada rincón de la edificación se inundaba con la mezcla de sonidos que, en distintas intensidades, salían de instrumentos diversos de los que instructores y aprendices se ocupaban en una nueva jornada cotidiana.

Es una estructura amplia, con corredores de trinitarias y frondosos palos de mango. Las paredes de ladrillo a la vista están decoradas con escenas de la música vallenata tradicional, creadas por la artista plástica Liliana Cervantes, colgadas de manera equidistante en el espacio que da entrada a los salones, que son recintos sagrados del intercambio de saberes, todos con nombres que le rinden honores a protagonistas de esta música que hoy es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad: Juancho Rois, Pacho Rada, Julio De la Ossa, Alberto Pacheco, Andrés Landero, Juancho Polo, Luis Enrique, Héctor Zuleta y Alejo Durán, cuyas historias son parte de los relatos y respuestas del día a día en el lugar.

Camila llegó a media mañana, con pantalón negro y blusa de verano; uñas multicolor, reloj de cuero con asteriscos gigantes en la correa marrón y su acordeón colgado a modo de morral en la espalda. Saludó con entusiasmo a su tutor, se hizo una ‘cola de caballo’ en el pelo, y juntos entraron a uno de los salones de aprendizaje, donde una vez más tuvo lugar el milagro de la transmisión del conocimiento cultural. “Camila es muy inteligente”, dijo él: Andrés ‘El Turco’ Gil, para luego entregarse a su arte pedagógico, mediante el cual ha realizado el sueño de cientos de niños, jóvenes y adultos que ‘caen’ en sus manos con hambre de erudición musical.

Fue un episodio fascinante: ellos, embebidos en melodías, paseando por las escalas musicales, por los aires vallenatos, por las rutinas de los grandes predecesores de este folclor; tomando turnos con el acordeón azul y negro, un Honher Corona III que desde hace cinco años es el compañero inseparable de esta joven de 19, nacida en Facatativá, Cundinamarca, hablante de tres idiomas (inglés, francés y español), artista innata también para las creaciones manuales, con sueños tan enormes como la distancia que debió recorrer –más de 850 kilómetros- para llegar ahí, el templo donde se guarda el néctar de sus pasiones.

Es una pasión que Camila Andrea Ramírez Mahecha, o ‘Kmi Mahecha’ como la llaman sus cercanos, encuentra en sus recuerdos de niña: “Desde pequeñita yo escuchaba vallenato en la casa; de los Zuleta, Jorge Oñate… vallenato antiguo. Mi mamá ponía sus vallenatos. No tenemos familia costeña, pero mi mamá los ponía”, relata, al tiempo que cuenta que fue su abuela quien le heredó a su madre la usanza de amenizar su vida con esta música patrimonial. “Un día contrataron una parranda vallenata y el instrumento que captó mi atención fue el acordeón”. Tendría unos ocho años. Desde entonces, en todas las proyecciones de su futuro estaba presente el instrumento.  

Siempre respaldada por sus padres, Jesús Antonio y Gloria, compró el acordeón hace cinco años y se dio a la tarea de convertirse en una acordeonera. Tomó clases con un profesor de su natal Facatativá; luego, en Madrid, Cundinamarca, recibió instrucciones de Yamith del Villar primero y de Poncho Quevedo después, y más tarde, en Bogotá, tuvo un encuentro que resume como maravilloso, con Éibar Gutiérrez Barranco, en la Academia Casa Musical, donde se convirtió en parte de una cofradía alrededor de la música, pero también de la amistad, de los valores que integran a los seres humanos con aficiones semejantes, del poder de la música, que como lo sentenció alguna vez Kurt Cobain, "es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre y cuando sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor".

Fue con este Combo que el año pasado viajó a Valledupar, para vivir de cuerpo presente la más grande fiesta de los acordeones; había oído hablar de Los Niños del Vallenato, del peso que hoy tiene su nombre en la historia, como ejemplo de la transmisión del conocimiento musical a las generaciones; sabía de ‘El Turco’ Gil, anhelaba conocerlo. “El año pasado vinimos a visitar la Academia, pero estaba cerrada”. No fue entonces posible conocer al maestro mago de los sueños, transformador de proyectos de vida; se tomó fotos con el marco del acordeón gigante que está en la fachada y se fue, llevándose en el corazón el indeleble propósito de volver, no solo para conocer al maestro, sino para convertirse en su aprendiz.

“No veía la hora de estar aquí. Contaba los días. Yo veía esto como algo muy lejano”, expresa ‘Kmi’, y agradece a los que denomina “ángeles que Dios pone en mi camino”, que tendieron el puente para que ella pudiera llegar a convertirse en alumna del maestro. Llegó algo nerviosa. “Yo pensé que él era alguien un poco reacio porque es la cabeza de todo esto y no, fue todo lo contrario. Es un hombre muy dado a la gente, es noble, se da a conocer fácilmente; es un amigo. Me recibió con una gran sonrisa”. 

Ahora Camila hace parte de la gran familia de ‘El Turco’ Gil, el hombre que por casi cuatro décadas ha estado formando a acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, cantantes, músicos, pero sobretodo personas con valores como el respeto, la bondad y la disciplina; personas que son hoy testimonio de que vale la pena esforzarse y recibir la instrucción de los que saben.

“Yo he aprendido mucho. Mi sueño es llegar a ser grande con el acordeón, poder montarme en una tarima y que todo el mundo me esté mirando y que se sorprendan de mí, y poder grabar y tener muchas gratas experiencias”. Quienes los han visto en clases, al maestro y la aprendiz, saben que ese es un sueño cercano, pues ella tiene la disciplina y las ganas y él tiene la dedicación pedagógica y el conocimiento tanto del instrumento como de la ruta que lleva al destino que ella anhela.

El próximo año, esta joven hará un programa académico para Estados Unidos, pero quiso antes convertirse en una acordeonera, porque “me gusta comenzar un ciclo y terminarlo”. Le atraen las lenguas modernas (ya habla tres idiomas) y el comercio exterior; pero lo que sea que escoja como carrera universitaria estará traspasado por el acordeón porque “el vallenato para mí es poseía, es vida”.

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya 

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