Música y folclor
Los mil y un ojos de Leandro
Eran los tiempos de Matilde Lina, la misma que “cuando camina, hasta sonríe la sabana” y de aquellos lugares que “ya tienen su Diosa Coronada”.
Era también mi primer día de consulta, como médico rural, recién egresado de la Universidad de Cartagena, en el Puesto de Salud de San Diego, Cesar.
Ahí me aguardaban dos seres maravillosos, pertenecientes al mundo mágico de aquellas provincias bendecidas por Dios y la madre naturaleza: el Dr. Maya, quien le pronosticó a Rafael Escalona que “se ahogaría en la corriente del Cesar por andar de enamorao”, y el maestro Leandro Díaz Duarte, un ser intemporal, llegado al mundo en Hato Nuevo, Guajira, el 20 de febrero de 1928.
El Dr. Maya vino a darme la bienvenida, a ponerse a la orden; recuerdo su humildad y modales, propios de caballeros en vía de extinción.
Leandro trajo a Clementina Ramos Ustáris, quien padecía enorme y molestoso coto, pero que, según él, le servía de orientación en las noches de calentura, indicándole dónde quedaba el norte y dónde el sur de su fiel compañera.
Desde ese instante nació una amistad sincera y perdurable. En cierta ocasión, mientras conversábamos en su humilde pero digna vivienda, le solté la duda que tenía atragantada desde el primer día:
-Maestro Leandro, dígame la verdad. Conociendo, como conozco, que el proceso de la visión es sumamente complejo, y es la que nos permite apreciar la esencia del mundo exterior, yo dudo que usted sea ciego de nacimiento: describe en versos y canciones los encantos de la mujer amada, la hecatombe de El Verano y la explosión de colores de La Primavera, ¡con más detalles que el mejor de los videntes!
A lo que contestó meciéndose en su chinchorro guajiro:
–Médico, los ojos no ven lo que la mente no sabe. ¿Quién dice que yo no veo? Tengo miles de ojos sobre la piel, en la frente, oídos, en la punta de mis dedos, que iluminan mi alma… Veo lo que pocos ven… ¡los sentimientos!, y soy capaz de convertirlos en versos melódicos, para que, tanto Gabito como el ordeñador de Tocaimo, jóvenes y ancianos, blancos, indios o negros, los saboreen sin mezquindades. Yo no nací llorando; mi madre, María Ignacia, aseguraba que nací cantando y moriré cantando”.
Así fue, el 22 de febrero de 2013, en Valledupar, a sus 85 años, el maestro Leandro guindó, para siempre, su chinchorro de paseos y merengues, entre racimos de aplausos y luceros.
Henry Vergara Sagbini
@SagbinHenry
Sobre el autor
Henry Vergara Sagbini
Rocinante de papel
Profesor y médico. La columna “Rocinante de papel” es una mirada entrañable a la historia y geografía del Caribe, y en especial de Cartagena (ciudad donde reside el autor).
2 Comentarios
Hermosa remembranza, profundamente emotiva que me humedeció los ojos. Tuve el privilegio largamente esperado de conocer la Guajira este diciembre que acaba de terminar, recorrer esos pueblos que apenas había escuchado en canciones, como Fonseca, Urumita, Barrancas, Maicao... Hato Nuevo. Y el alma se me quedó enredada en alguno de esos ríos majestuosos que bajan de las sierras. Me faltó haber visitado la tumba de esos grandes maestros, espero poder algún día volver. Gracias doctor Henry Vergara
Nuestro Homero caribeño. Sublime recuerdo que nos transmite Henry Vergara Sagbini, y nos comparte ese modo tan natural y espontáneo con que Leandro Díaz soltaba su sabiduría escondida en la divina tiniebla de su alma
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