Ocio y sociedad
La renuncia histórica de un Papa
La noticia se dio a conocer en la Santa Sede del Vaticano el 11 de febrero del 2013, en una misa donde solo estaba previsto anunciar algunas canonizaciones. El latín resonó entonces de manera extraña, casi inexplicable.
Ni siquiera los altos representantes acostumbrados a escuchar el idioma que pervive en el Vaticano lograron entenderlo. Y es que el anuncio contenía unos elementos inesperados que hoy, tras multitudes de análisis, se resumen como una renuncia histórica de un Papa.
“Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio”, expresó Benedicto XVI.
La tristeza y el desconcierto se apoderaron de gran parte de los presentes así como los representantes de la Iglesia en todo el mundo, ya que, detrás de esa renuncia, podía entreverse un malestar nacido con la enfermedad pero extrapolable también a los sinsabores de una Iglesia dividida y zarandeada por los escándalos.
En una primera lectura, los analistas resaltaron la dignidad de un gesto casi inédito. Son pocos los Papas que han sabido reconocer sus límites físicos y negarse a una tarea que en muchas ocasiones se considera de carácter vitalicio.
De los 265 Papas que ha tenido la Iglesia a lo largo de su historia, sólo cuatro han renunciado de manera expresa antes de que lo hiciera Benedicto XVI. La última dimisión, la de Celestino V en el año 1294, es la que más se parece al anuncio de Joseph Ratzinger. Ambos reconocieron en sus discursos dificultades y limitaciones físicas.
Pero, ¿hasta qué punto esta salida puede etiquetarse de digna? El recuerdo de un Juan Pablo II aferrado a su cargo hasta los últimos años de su vida, confrontándose a la erosión causada por el párkinson, y negando los rumores de dimisión –que desde el año 2000 animaban la vida del Vaticano y evidenciaban una tácita lucha de poder–, puede ser una explicación. Joseph Ratzinger se opone directamente a la idea de que un hombre se mantenga en ese cargo sin tener el pleno control de sus capacidades y vincula así directamente la fe con la conciencia.
Pero hablemos también del Papa que sale y que deja su puesto (no solamente del simbolismo de la salida), y encontraremos uno de los escenarios más incómodos de los últimos siglos. Los escándalos por los abusos sexuales de sacerdotes a menores han marcado la etapa de Benedicto XVI y aunque tardó en responder, Joseph Ratzinger ha sido el primero y único en enfrentarse al problema.
El Mea Culpa es el discurso que Benedicto XVI decidió adoptar, rompiendo así con las décadas de encubrimiento de Juan Pablo II y Papas anteriores. Esa nueva vía se tradujo en comisiones de investigación, revelaciones públicas de información, y frases tan contundentes como la que pronunció en 2010 ante 15.000 sacerdotes en la plaza de San Pedro: “Pedimos insistentemente perdón a Dios y a los afectados, y queremos prometerles que haremos todo lo posible para que un abuso como ese no suceda nunca más”.
Dos años más tarde, el robo de los papeles secretos del Papa por su mayordomo Paoletto exponían las tramas que existían en el Vaticano. Algunas de ellas revelaban el aislamiento del máximo representante de la Iglesia, fruto del proceso de renovación iniciado dentro de la misma institución.
Ratzinger se retira envuelto en críticas y halagos, todavía bajo la sombra de su carismático antecesor, Juan Pablo II, y sin embargo, esos ocho años en la Santa Sede constituyen quizás uno de los periodos más difíciles que haya conocido la Iglesia.
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