Ocio y sociedad
Un insólito trabajo: jardinero de cementerio
Al conocerlos comprendí que para muchos las tumbas -más allá de conservar restos- son espejos de recuerdos, espejos que reflejan cuanto se ama a los ausentes.
José Luís, Martín y Eduardo son los encargados de mantener con vida los nombres de quienes un día lo estuvieron, nombres plasmados en lápidas que sin importar la suerte que entre los mortales tuvieron son constantes huéspedes de los recuerdos.
“Hay algunos que se olvidan de sus seres queridos. Aquí hay muchas tumbas que están abandonadas, incluso hay algunas que ya ni se notan; familiares vienen y no las encuentran, no saben dónde están enterrados sus muertos”, coinciden en decir los hermanos Rivas encargados de embellecer las sepulturas.
Sus edades son 35, 26 y 24 años, a las ocho de la mañana ya están en el cementerio Jardines del Eccehomo de Valledupar cambiando flores, regando el pasto, limpiando o reparando lápidas, y, sin intención, escuchando clamores, llantos y hasta reclamos. Regularmente permanecen allí hasta la una de la tarde.
A pesar de convivir entre muertos afirman que no piensan en la muerte. Para ellos, solo una sentencia es válida y es la siguiente: “a los muertos no se les debe tener miedo, miedo hay que tenerle a los vivos”.
Cada 30 días reciben el pago por el mantenimiento o trabajo de limpieza realizado a las bóvedas. “En promedio cobramos 15 mil pesos”, dijeron y agregaron que para hacerse un buen salario deben limpiar al menos 35. El arreglo económico lo hacen directamente con el familiar y, según el acuerdo, van hasta donde les indiquen a cobrar.
Para ellos el lugar donde laboran no es desconocido. “Desde pequeños mi papá siempre nos ha traído acá”, indicaron. Don Nicolás Rivas tiene 62 años y es el jardinero del cementerio. A él lo encontré con unas tijeras enormes ‘motilando el césped’ de una tumba. “Mi trabajo es motilar”, me dijo el padre de estos tres muchachos.
“Mi idea no era que ellos continuaran con lo que yo hago, pero la suerte es así. El dicho viejo dice que los hijos aprenden lo que el papá labora, lo que el papá hace”, fue su respuesta resignada al indagarle qué pensaba sobre el hecho de que sus hijos realizaran el mismo oficio.
Don Nicolás Rivas es de Santa Ana, Magdalena, tiene 13 hijos: ocho hombres y cinco mujeres. “En la época que empecé no había televisión”, dijo sonreído. Desde hace 17 años, y después de andar de finca en finca y de monte en monte como él mismo dice, llegó a Valledupar y su trabajo ha sido cuidar jardines entre ellos de cementerios.
Con José Luis, Martín, Eduardo y su padre Nicolás entendí que a pesar de que en las sepulturas reposan los ausentes los recuerdos no conocen los cementerios.
Herlency Gutiérrez
@HerlencyG
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