Ocio y sociedad

Los tradicionales chuzos

Alberto Muñoz Peñaloza

12/05/2022 - 04:50

 

Los tradicionales chuzos

 

En Ecuador, como en Venezuela, un chuzo “es un arma de asta ofensiva activa, muy simple, consistente en una asta de madera armada de un hierro redondo que se angosta progresivamente, al que se denomina moharra. Por extensión, se emplea el término chuzo para designar cualquier hierro de arma con características similares”, muchos de los cuales son de fabricación carcelaria.

En Panamá, “es una interjección que utilizamos para verbalizar algún sentimiento o impresión”, parecida al susto en nuestro medio. Los argentinos asumen el chuzo como el espolón del gallo, mientras que en Uruguay es la “lanza rudimentaria hecha con un palo largo y una punta de hierro en uno de sus extremos que usaban los indígenas y los gauchos”.

En Cuba, el chuzo es un “Látigo hecho de vergajo o cuero retorcido que se afina hacia la punta”, pero en España es el palo con una púa de hierro en un extremo usado a modo de lanza para atacar o defenderse, en especial el usado por los serenos y vigilantes nocturnos. "El sereno encendió la luz de la escalera, cerró el portal y volvió, dando golpes con el chuzo contra el suelo, a seguir hablando con el guardia".

En Costa Rica, “Un chuzo es un vehículo fino, poderoso, que deslumbra a las personas. Cuando se empezó a usar esta palabra, solamente se hacía mención a carros, sin embargo, con el transcurrir de los años se ha ido expandiendo su uso hacia otros vehículos, por ejemplo, una bicicleta, un crucero, un avión, un yate, etc”, mientras que en Perú se trata de una persona tosca.

El Diccionario de la Lengua Española le atribuye cinco acepciones a “chuzo”. 1. M. Palo armado con un pincho de hierro que se usa para defenderse y atacar; 2. M carámbano (pedazo de hielo); 3. M. Chile y Hond. Barra de hierro cilíndrica y puntiaguda, que se usa para abrir los suelos; 4. M Cuba. Látigo hecho de vergajo o cuero retorcido que va adelgazándose hacia la punta; 5. M Ven. Arma blanca rústica que fabrican los presos en la cárcel de manera clandestina”.

El diccionario virtual Woxikon resalta como sinónimos de chuzo: lanza, arpón, pica, asta, flecha, venablo, alabarla, rejón, partesana, dardo, garrote, tranca, vara.

Precisamente, por estos días, en el Centro de Rehabilitación Social de Santo Domingo de los Tsáchilas, que se encuentra a unos 70 kilómetros de la capital, Quito, el lunes 9 de mayo: “Más de 40 personas murieron este lunes en un motín entre presos de máxima seguridad en una cárcel de Ecuador, en otro episodio que renueva el debate sobre la violencia y la falta de control por parte del Estado en el sistema penitenciario del país sudamericano”.

Heridos con el rostro golpeado fueron trasladados en camionetas y ambulancias para recibir atención médica y familiares de los presos se aglomeraban en las inmediaciones del centro penitenciario, constató la agencia de noticias AFP. El Ministerio del Interior informó que el motín comenzó en horas de la madrugada y la policía no logró recuperar el control del pabellón de máxima seguridad de la cárcel hasta casi el mediodía”.  Bbc.com resaltó que, “tras una requisa en los pabellones, la policía informó que había decomisado cuatro armas de fuego, cuatro granadas de uso militar y municiones, aunque el Ministerio del Interior informó que la mayoría de los fallecidos sufrió heridas de armas blancas”.

Recordé entonces, el constante decomiso de chuzos en los centros carcelarios de Colombia, la comisión de delitos gracias a ese “Arsenal” en gracia de que, como tantas veces resaltó el coronel, y apóstol del servicio carcelario y penitenciario, Bernardo Echeverry Ossa, la mayoría de los establecimientos de detención y pena en Colombia, fueron construidos con varillas, platinas y, pare de contar, por lo cual la población reclusa dispone de “materia prima” para armarse, cuando en pro de su protección o con miras a delinquir, requiere de las llamadas armas de fabricación carcelaria.

Traje a mi memoria aquel episodio que derivó en el secuestro de una unidad de guardia, por parte del condenado Enrique Castilla, conocido como el mocho, valiéndose de “señora platina”, puntiaguda y afilada, catalogada como el chuzo mayor, con lo cual buscaba evitar su traslado a otro establecimiento carcelario. Fue difícil, pero gracias a la persuasión, al diálogo y, sobre todo, a la invocación cordial del paisanaje, poniéndole de presente las complicaciones sobrevivientes si mantenía su indolente y delincuencial actitud, cedió, me entregó el chuzazo y unas horas después fue trasladado, sin el resultado violento que presagiaba su inicial e indomable actitud.

Hay que darle chuzo

Igual es dable tener presente los riesgos y el acecho permanente por parte del personal de custodia y vigilancia, para garantizar el orden Interno y la seguridad. Dolorosamente se han presentado situaciones censurables, peligrosas, por la tenencia de armas de fuego, como ocurrió, hace un tiempo, en la Modelo de Bogotá y en otras locaciones del sistema. A pesar de ello, se intensifican los controles y recuerdo muy bien lo que ocurrió con Mincho, hijo de un gran hombre.

Aquella vez, encontrándose en el patio 2, dispuso que algunos amigos organizaran un ágape, como homenaje al mejor guardián -según él-, dragoneante Gustavo Marulanda Añez, sin que jamás se supiera que Mincho tenía que ver algo en eso. Eso sí, les recalcó, inviten al señor director y logran que asista, para darle formalidad al acto. Llegó el gran día, a las cinco y treinta de la tarde, me dirigí al sitio, en compañía del ecónomo, don Foción Bustamante Carrascal, el siempre recordado médico y amigo, José Manuel Díaz Cuadro, el valluno sensacional y amigo, Álvaro Garcés y tres unidades de guardia, incluido el homenajeado. Cuando cruzábamos la sala de la casa, don Foción, se detuvo “en seco”, me abordó con mirada resignada, bajó su voz al mínimo y con resignación patriótica, dijo, doctor Muñoz, la embarramos, no teníamos que venir a esto, nos van a linchar si es que nos dejan medio vivos. Hace un rato, le escuché al Mincho diciéndole a uno de sus compañeros del patio dos, bueno ya está confirmado que el director va también, hay que encenderlo a chuzo, a todos, para que sepan lo duro que muerde un maco”. Caímos redonditos señor director”.

Sin chance para devolvernos, aparenté tranquilidad y aceleré el paso rumbo al patio. Al llegar, descubrimos lo impensable, nueve anafes, con media docena de chuzos en su “lomo” y el fragor del “braserío”, al rojo vivo. Los hubo de lomito, de punta gorda, butifarra, cerdo, chicharrones, gallina criolla y uno que otro de bocachico en zumo de coco. Fue tanta la emoción que el acto protocolario y la condecoración al dragoneante se aplazó “para después”. Qué comistral tan berraco, como diría Severiche Morales.

 

Alberto Muñoz Peñaloza

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

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