Opinión
Plegarias de las madres por la paz
Toda madre es una santa por el amor que profesa; su fe es la triunfante esperanza y la abnegación, su fortaleza. Para salvar a un hijo, no hay caminos imposibles para una madre que busca en los laberintos de la sombra, el sendero de la luz, y frente al anuncio triste de un dictamen médico, se aferra del poder de la oración para que Dios haga el milagro de prolongar la vida.
Todas las madres de Colombia y del mundo quieren vestirse de fiesta, lucir el color de los jardines para ofrendar a Dios sus cánticos de amor en compañía de sus hijos. Pero la vida, como la noche y el día, está llena de penumbra y de esplendor.
Cada madre vive sus situaciones particulares. Unas viven la tranquilidad de los bienes terrenales y el sosiego espiritual de la bonanza. Muchas sueñan con las condiciones elementales de la subsistencia, y la multiplicación de sus plegarias son regocijo para el alma. Pero hay otras que llevan acuesta las agonías de los desplazados, esos desfiles trashumantes que no encuentran donde colgar sus sueños y entre desolación y ausencias huyen del miedo y la muerte.
También algunas, viven las atrocidades de la ausencia por el terror del secuestro. Hay madres de sindicalistas, líderes defensores de los derechos humanos y de periodistas que viven las tempestades de las amenazas.
Las madres colombianas se han envejecidos esperando que las largas promesas de paz entre la guerrilla y los gobernantes se hagan realidad; ellas navegan en ríos de lágrimas por los grupos armados que en sus afanes guerra practican actos terroristas de lesa humanidad.
Con las madres colombianas elevo estas plegarias. No pueden seguir en reconcilio: la sangre con el fuego, la amenaza con el silencio, el gobernante con la corrupción, la delincuencia con la impunidad. Busquemos de manera inaplazable, la alianza de la paz y la esperanza. Ya basta de tanta sangre inútilmente derramada. La vida humana es irreparable. La riqueza humana es la vida, la música, la amistad, el estudio, la fiesta, el paisaje; no es la riqueza material, no es la tierra, no es el contrabando; es el trabajo honesto y eficiente. Es la búsqueda del bienestar social. El placer de la vida no es el sexo, es la vida. La fuerza del amor no es el sexo, es el amor. La madre siempre es madre; su misión es anclar las bienaventuranzas en el mástil de las horas.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
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