Opinión
Editorial: El recuerdo de Leandro Díaz
Juglar de una creatividad incomparable, Leandro Díaz nos dejó el pasado sábado 22 de junio con un sentimiento de congoja y miles de recuerdos que seguirán acompañándonos durante mucho tiempo.
Su partida marca un hito en una etapa brillante para el folclor. Tres puntos suspensivos para una época de expresividad y excelencia que parecen ahora insuperables. Versos y vivencias eternizados en las músicas de toda una región, y que supieron inspirar hasta a los más ilustres escritores y cronistas de Colombia.
En la persona de Leandro se resume todo lo que un juglar aspira a ser. Lírica y autenticidad. Sabiduría y, al mismo tiempo, experiencia. Cercanía y humildad. Tranquilidad y pasión. Elegancia y picardía. Elementos que van más allá de la condición humana y que se estriban del deseo de vivir y conocer, experimentar los más nobles y naturales sentimientos como todo artista que vive y luego refleja lo vivido en su obra.
En los últimos años de su vida, Leandro recibió un justo reconocimiento a sus aportes musicales. Fue a raíz del homenaje organizado por el Festival de la Leyenda Vallenata. Entonces, su figura apareció de manera más seguida en los actos culturales y en los programas de ciertos medios de comunicación.
A su lado veíamos con frecuencia a su hijo Ivo Díaz, convertido en sus ojos, aunque, cuando de vista se trata, Leandro Díaz podía presumir de haber visto mucho más que el común de los vivientes.
Como prueba está el conversatorio organizado en la Biblioteca departamental en Valledupar (en julio del 2012) donde Leandro Díaz explicaba las circunstancias que favorecieron la creación de sus letras universales.
Amores, desamores, encuentros y deseos fueron grandes impulsores de su creación lírica y musical. La mujer siempre ocupó un espacio preponderante en sus composiciones, por no decir esencial, que queda reflejado en obras magistrales como La Diosa coronada o Matilde Lina.
Pero más allá de estas anécdotas amorosas permanece el recuerdo de un hombre que supo rebasar las limitaciones impuestas por la invidencia y experimentar cada segundo como si fuera el último. Exponía una capacidad extraordinaria de enfrentarse a las situaciones más frustrantes de la vida y de levantarse con una redoblada tesón. Era una luz que no puede dejar a nadie indiferente.
En su 84 cumpleaños, el artista se engalanó de amarillo al lado de su hijo y nieto para compartir una noche con sus amistades y familiares. Fue una imagen inédita que mostraba el talento de tres generaciones seguidas de la familia Díaz: una irrefutable prueba de que la música y el talento de Leandro siguen vivos y perviven en la figura de Ivo y Oscar Díaz.
Hoy nos quedamos con sus composiciones. Tesoros que deben compartirse con toda la emoción y la generosidad que Leandro supo demostrar. Además, nos quedan numerosos estudios –que seguirán creciendo– sobre la obra del compositor. A ellos hemos de acudir para entender la magia, el genio y el arraigo social del maestro que hoy recordamos en estas líneas.
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