Opinión

Derecho a morir digna o indignamente

Eber Patiño Ruiz

01/08/2016 - 07:20

 

Tito Livio Gutiérrez / Foto: Las2Orillas

Al leer la noticia en varios periódicos de cómo el señor Tito Livio Gutiérrez, un hombre de 94 años, en uso de sus facultades mentales y físicas, pidió la eutanasia como derecho autónomo humano fundamental y la manera más sana y sabia de dejar esta plano terrenal, me dio escalofrío.

Sin embargo, a la vez admiré su gallardía y valor para desprenderse de este mundo. Un hombre que lo tuvo todo en la vida: reconocimiento, poder, dinero, respeto y admiración. Un empresario, intelectual y visionario que vivió acorde a sus convicciones racionalistas y que fue coherente hasta el último día de su vida y lo demostró en la decisión que tomó de no someterse al sufrimiento y a la degradación física y mental que producen las radiaciones y las quimioterapias como tratamientos alternativos para combatir el cáncer.

Muchos personas se sorprendieron por la noticia y es apenas obvio entender la reacción, pero esa reacción adversa a pensar y juzgar la libre decisión de un hombre de no sufrir en carne propia el deterioro normal de su cuerpo, consciente de que cualquier tratamiento que se haga y el dinero que gaste en tratar de vivir unos años más tirado en una cama, es tiempo perdido e ir en contravía de la vida misma, de haber cumplido un ciclo, de razonar y entender que ya no hay más vida que vivir, que los órganos están desgastados, que los sentidos dejaron de sentir, que toda energía se renueva, que morir es nuestro destino trazado al nacer, que no hay inmortales de carne y hueso, sino inmortales en la memoria de todos los seres querido de los que estuvo rodeado hasta el último suspiro.

Esa negación de la muerte, orquestada por la idea de que Dios es el que da la vida y la quita, ha dejado en los meros huesos a los que se negaron hasta más no poder, que podían seguir vivos y, dejar familias destrozadas y en la calle. Esa negación de la muerte, es la que tiene a los hospitales atiborrados de ancianos en estado vegetativo, muertos hace tiempo, respirando por un tubo, enriqueciendo a las multinacionales farmacéuticas con los medicamentos más caros del mundo, a expensas del estado y de las familias.

Ese sí es un gran negocio, el de los tratamientos de enfermedades llamadas terminales, donde el médico sabe, que ese paciente no tiene ninguna esperanza y, aun así, sigue alargado el sufrimiento y ordenando exámenes de los que ya sabe el resultado y, dándole pócimas de las que se lucra por debajo de la mesa, por ser patrocinado por las empresas de la muerte más poderosas del mundo, como lo son las empresas farmacéuticas.

Ahora me pregunto: ¿Es necesario pasar por toda esa degradación física antes de morir? ¿Somos egoístas al permitir el dolor y el sufrimiento de nuestros seres queridos tendidos en una cama por años, cuando deberían haber muerte y pasar a mejor vida? Ese pensamiento moralista de sentirnos culpables por tomar una decisión que solo Dios puede dar, es la que ha permitido que nuestros seres queridos sufran, por inculcarnos la iglesia occidental el temor a la muerte, cuando en otras culturas, la muerte es un paso a la  iluminación, mientras que en la nuestra es un paso a la oscuridad, al castigo eterno.

La ignorancia de no aceptar la muerte

Es el alto precio que se paga con el dolor carcomiendo nuestros huesos segundo a segundo. Si la eutanasia es la manera más sana y noble de dar por terminado nuestro paso por esta tierra, no se entiende, porque aún hoy, después de haberse aprobado la despenalización de la eutanasia en Colombia por la Corte Constitucional, siga siendo todo un tabú, un horror pensar y decir semejantes palabras, las que muchos se rehúsan a pronunciar y menos aplicar en sus vidas.

Murió un hombre, consciente de su sabia decisión y lo que ella implica para un pueblo mojigato, moralista sin causa, que ve en la muerte la manera de lavarse las manos y dejar que el todo poderoso haga su voluntad, cuando en realidad somos nosotros quienes tenemos el poder de elegir lo mejor para nuestra vida y la de nuestros seres queridos, sin sentir culpa alguna por ello.

Morir es el segundo paso después de nacer, pero en el camino se nos olvida que tenemos una cita ineludible con la muerte, que nos da toda una vida para disfrutar, pero que está segura de su triunfo.

 

Eber Patiño Ruiz

@Eber01 

Sobre el autor

Eber Patiño Ruiz

Eber Patiño Ruiz

Hablemos de…

Eber Alonso Patiño Ruiz es comunicador social, periodista de la Universidad Católica del Norte Sede Medellin, Antioquia. Su gran pasión es la radio y la escritura. Tiene dos novelas terminadas y una en camino, un libro de cuentos y otro de historias fantásticas; tres libros de poesía: Huellas, Tiempos y Expresión del alma.

@Eber01

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