Opinión
Vivimos de milagro
Todos los pueblos tienen una vocación económica, es decir apuntan siempre hacia un sector económico como actividad productiva de donde sus gentes o el grueso de la población deriva su sustento. Hay en el Caribe colombiano una marcada tendencia hacia sectores como la ganadería, la agricultura y la pesca, actividades preponderantes en las que se ocupa la población, unos pocos como propietarios y otros como asalariados o trabajadores del campo en lo que a agricultura y ganadería se refiere.
En el caso de la ganadería vemos que la inmensa mayoría de nuestros ganaderos son pequeños propietarios que en sus parcelas realizan la ganadería extensiva que ocupa grandes extensiones de tierra para mantener la explotación de muy pocas reses, igual ocurre con los ganaderos poderosos que también practican ese tipo de ganadería. Hay otros, muy pocos, que han optimizado sus recursos y sus hatos constan de pocos animales, pero han logrado mejorar la raza de sus reses y con pocos animales y poca tierra obtienen una producción mayor que la de nuestros campesinos que no han mejorado sus hatos.
En el caso de la agricultura, ocurre algo similar, la mayoría de nuestros campesinos ocupa su pequeña propiedad en cultivos de pancoger, donde trabajan de sol a sol para obtener una producción marginal que escasamente les da en el punto de equilibrio, peor aún, van a pérdidas, ya que no contabilizan el trabajo de sus hijos y demás familiares. Por el lado de la pesca, encontramos un grupo mayoritario que ejerce la pesca artesanal y un reducido grupo de personas que son los intermediarios que igual que los primeros obtienen sus ingresos del producto de la pesca del río y de la ciénaga. Hay otras ocupaciones como las artesanías que ocupan a muy pocas gentes.
Hace algunos años, las personas empezaron a pensar que a través de la educación universitaria sus hijos terminarían siendo personas prósperas, y en efecto, algunos lo lograron. Recuerdan los abuelos que cuando alguno estudiaba medicina, la gente, sus padres, pensaban que tendrían un rico más en la comunidad, De hecho muchos médicos llegaron a nuestros pueblos y trabajaron con mucha disciplina y tesón y lo primero que hacían tiempo después era comprar una tierrita y poco a poco la iban surtiendo de vacas, toros y caballos y con el tiempo estos médicos terminaban siendo unos profesionales que compartían su tiempo entre la medicina y la ganadería, igual sucedía con los otros profesionales, la tendencia final de éstos era ser ganaderos. Los hijos de estos profesionales terminaban teniendo dificultades para decidir su vocación y se debatían entre la boñiga de las vacas y la universidad con ocasión a tener una oficina o un consultorio propio.
Hoy por hoy vemos que los pueblos poco a poco han ido perdiendo su vocación productiva histórica, en el caso de mi pueblo, observamos que por allá en los años 80s y 90s, fuimos el municipio de mayor conflicto agrario. Campesinos venidos de otras latitudes invadieron las tierras productivas de nuestro pueblo; los campesinos nativos por su acendrado respeto por la propiedad privada, no invadieron un palmo de tierra y hoy se desempeñan como trabajadores a destajo en las parcelas de los antiguos invasores, hoy propietarios de la tierra que les tituló el antiguo Incora.
Vemos que el río y la ciénaga han dejado de ser la tradicional despensa de peces con que nuestras gentes sustentaban a sus familias y obtenían el dinero para sus gastos, los pescadores han bajado en cuanto a número y se debaten entre la miseria y la necesidad, es decir, que, al bajar la población piscícola, estos pasan ingentes trabajos para mantener sus familias y tienen que combinar su actividad tradicional con la de trabajador a destajo.
Esto hace que nuestros pueblos sufran la asfixia económica que los estrangula y viven una vida de privaciones y falta de oportunidades que hacen de ellos familias enteras que viven con exiguos recursos ahondando la miseria. De ahí que un día que un sociólogo capitalino me entrevistaba y al momento de preguntarme de qué vivía la gente de mi pueblo me vi obligado a contestar tajantemente: ¡De milagro!
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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