Opinión

Buscando un indio

Diógenes Armando Pino Ávila

26/04/2019 - 06:30

 

Buscando un indio
Esquejes de Palo Santo o Caraña / Foto: El arbolario

Las cosas que ocurren en el Caribe colombiano parecen cosas de magia por lo singular de las mismas, lo que reafirma en mí la sensación, como costeño que admira la obra de nuestro Nobel, que Gabo se quedó corto en lo que narró y de lo cual, el mismo dijo, que solo era un notario de la magia de nuestro litoral.

Es que los hechos que ocurren en nuestros pueblos de la costa Caribe colombiana, son tan pintorescos y a veces delirantes que sobrepasan cualquier narración ficcionada, hechos éstos de los cuales nadie bajo este pedazo de cielo azul, límpido y soleado, está exento de ser protagonista. El caso que hoy me ocupa no tiene las connotaciones de la ficción de Gabo, pero, como se da en la Costa en un pueblo lleno de magia como Tamalameque, siento la necesidad de contarlo.

Todo comienza una mañana en que me levanto con un fuerte dolor en el dedo índice de la mano izquierda, la falange, o más bien la falangeta (como nos enseñaron en la clase de Higiene en esa primaria remota que hice en una escuelita de mi pueblo, llamada Escuela Urbana de varones); al revisarla me di cuenta que la tenía hinchada y enrojecida por una fuerte inflamación. Pensé que la vejez comenzaba a mandarme sus molestos mensajes, y que la artritis me iba a comenzar por los dedos de la mano, me preocupé sobremanera, ya que escribo en la computadora solo con los dos dedos índices y esto para mí era un golpe bajo de mi edad.

Como pueblerino que soy, preferí indagar con los amigos, antes que, ir al médico, indagaba con ellos qué remedios podía hacerme para evitar que la artritis me inutilizara el dedo, me dieron múltiples recetas, tales como soasar un limón y ponerlo como emplasto sobre la parte afectada, otros me recomendaron capsulas y remedios de farmacias naturistas. Intenté con varios de éstas recomendaciones y nada, luego, intenté tomando medicamentos convencionales para el dolor y algunos desinflamatorios, y nada.

Buscando alivio y remedio le mostré el dedo a un amigo y me dijo que a él le parecía que tenía una espina metida en el dedo y que esa era la causa de la inflamación y el dolor, pero que él no alcanzaba a ver la espina. Le mostré a varios amigos y me dijeron lo mismo que era una espina y que hasta tanto no me la extrajera no sanaría. Fui donde una familiar a pedirle que me revisara y solo con mirar el dedo, dijo con costeño conciso: «Es una puya enconá», hacía rato que no escuchaba esta expresión y sonriente le pregunté que con qué me la podría sacar, ella con la simpleza que da la humildad me contestó «con un emplasto de caraña», salí a buscar caraña en un pueblo que, por el cambio de costumbres de nuestras gentes pretende ser ciudad, y ningún amigo tenía.

Decidí ir donde una de mis nueras para ver si sus familiares de Puerto Bocas tenían caraña, me dijo que no, pero un maestro de obra que ponía unas baldosas en el piso, se levantó y me dijo que le mostrara, cuando miró mi dedo sentenció «es una puya enconá», el tratamiento es la caraña, por aquí hace como media hora pasó un indio vendiendo ungüento y menjunjes, a lo mejor lleva la caraña.

Salí en la moto y recorrí todas las calles de mi pueblo preguntando a cuanto conocido encontraba si tenía caraña o había visto pasar a un indio, pero nadie tenía caraña y mucho menos había visto a indio alguno en ese día, desilusionado le pregunté a un pariente por la caraña y le mostré el dedo, igual que los anteriores dijo «una puya enconá», ven y te pongo un poco de leche de ahuyama y verás cómo te hace asomar esa puya. Duré casi una semana poniéndome la leche de ahuyama y nada que me aliviaba. Alguien me recordó el nombre de Ilba Robles, una morena muy reconocida en mi pueblo que reza el mal de ojo y cura la picadura de arañas y otros animales, con los secretos ancestrales que heredó por oralidad de su padre.

Fui donde Ilba, le mostré el dedo y dictaminó «eso es una doncella», me untó un linimento del que solo ella sabe la formula e inició los rezos, ya llevo tres días asistiendo donde Ella, la inflamación va cediendo y el dolor ha ido desapareciendo, creo que sí, es una doncella y creo que los rezos de Ilba son reales y sanadores. Esta es la magia del Caribe. Bendito Dios que me dio el privilegio de nacer en éste, mi pueblo.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

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Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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