Opinión
Editorial: Hacia un Valledupar más musical
La música es un aliciente para la vida. Donde hay música hay alegría. No son palabras nuestras, sino las del director del ballet vallenato, Carlos Calderón, quien, durante el Día Nacional de la Música organizado en Valledupar, habló de la necesidad de dar el espacio que se merece a la música y la cultura en general.
El evento impulsado por el Ministerio de Cultura y organizado a nivel local por la alcaldía tuvo una especial acogida. En la Biblioteca Departamental Rafael Carrillo, el director de la Casa de la Cultura, Alberto Muñoz Peñalosa, puso de entrada el énfasis en la historia del municipio y su fuerte vinculación con los artistas que han contribuido a darle un sitio en la cartografía.
“Música es lo que siempre hemos tenido”, expresó antes de evocar el recuerdo de las noches en las que Colacho Mendoza o Gustavo Gutiérrez Cabello se reunían en las casas del centro para interpretar sus canciones insignes.
De que Valledupar tiene una historia musical radiante, no cabe duda alguna. Los temas interpretados por los Niños del Vallenato (de la Escuela de Talento Rafael Escalona) o los de la Banda musical dejan entrever una gran tradición que, además, ha sabido integrar paulatinamente la presencia femenina.
Como bien lo comentó el acalde Fredys Socarrás (quien no quiso adentrarse en un dilatado discurso y acapararse del protagonismo), la música es el cimiento de esta ciudad. Ella le ha permitido ser reconocida a nivel nacional e internacional gracias a la importancia del Festival Vallenato y el renombre de los juglares que siempre la cantan, la adulan, con esas letras llenas de poesía.
Pero más allá de estas ideas conocidas, el evento dio para reflexionar sobre las direcciones a seguir en un futuro y el verdadero espacio que habrá que dar a la Música dentro del plan de desarrollo de la ciudad.
En su breve intervención, el alcalde dio una clave importante al resaltar la necesidad de rescatar las figuras públicas que han facilitado la construcción de ese gran patrimonio musical que dispone Valledupar y protegerlo de un modo eficaz y justo.
Sin embargo, la clave más importante la dio Diego Ribera Galvis, el joven director de la Orquesta Sinfónica de Valledupar, quien presentó por primera vez a su agrupación compuesta de 55 músicos tras poco más de 3 meses de ensayo.
En su breve intervención, el director agradeció el apoyo ofrecido por las autoridades para que su agrupación se instale durablemente en el panorama cultural de la ciudad y también se instaure un clima de excelencia y de cosmopolitismo en el que se pueda valorar el trabajo emprendido.
Los 55 músicos demostraron, con los pocos meses de ensayo, que la ciudad está emprendiendo un lento pero beneficioso camino hacia nuevas expresiones musicales y que está dispuesta a implementar procesos para asegurar la formación de músicos profesionales.
En ese Valledupar que muchos ansían –donde la música se celebra a diario, donde la excelencia va de la mano con la variedad y la sensibilidad–, será más fácil hablar de apertura, de turismo, civismo y progreso. Porque, al fin y al cabo, la música también ayuda a la creación de un paradigma.
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