Pensamiento
Fascismo
Las más ordinarias falencias de la naturaleza humana, se enmascaran. Una de ellas la constituye ese vocablo que conocemos como fascismo.
Ahí no hay decantación política ni soporte filosófico. Simplemente un tsunami atrincherado tras un remoquete político. Porta un anzuelo que no falla: paternalismo hipertrofiado hasta la utopía y una atracción inevitable: el imán del espejismo en el desierto.
El fascismo no tiene brújula. Ignora dónde medran la derecha o la izquierda que deberían tirarle las orejas a los llamados partidos políticos. Lo suyo es una locuacidad hiperestésica, ejercida con la maestría que da la desvergüenza rigurosamente masticada.
Con el cuento de representar el espíritu del pueblo, nos cortan hasta las uñas. Se arroga facultades ajenas e intocables. Es ecléctico sin equidad, ubicuo sin respeto por el espacio ajeno, lujuriosamente ambicioso de poder.
Se declara nacionalista violando así de manera flagrante no solo un calificativo aún impúber sino (y es lo más grave) la dignidad del Estado (que es una cosa) y la del pueblo (que es otra).
Calculista consumado, mide, primero con antelación y luego sobre el terreno, la velocidad del viento. A veces solo un mimo que habría envidiado Marcel Marceau y otras un actor de última generación, recaba los olvidos, las ilusiones fallidas, las esperanzas a medio moler de un pueblo en perpetuo estado de hibernación para fabricar su bandera.
Entonces se desnuda, le brotan colmillos, garras, tentáculos. Su fundamentalismo aterra, su soberbia asquea, su ignorancia desconcierta. No es derecho ni izquierdo, rojo o azul, Hugo Chávez o Álvaro Uribe; apenas un sancocho maloliente que invade con su insignificancia hasta el derecho que tenemos a pensar y a decidir.
Gloria Cepeda Vargas
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