Opinión
Editorial: Reflexiones en pleno mes de la herencia africana
La cuestión de la afrodescendencia y el reconocimiento a una comunidad se han impuesto en la agenda de muchas instituciones durante este mes de mayo en Colombia.
En el Cesar, se han organizado una serie de encuentros y actos oficiales desde las alcaldías o la gobernación –que responden a una agenda nacional– y donde se ha evidenciado ciertas inquietudes o programas para abrir espacios a los afrodescendientes y así mostrar sus valiosos aportes a la sociedad colombiana.
Todo esto es necesario y debe ser aplaudido. La población de origen africana de Colombia ha contribuido enormemente al desarrollo de la sociedad y, sin embargo, se ha visto marginada en muchos aspectos.
Las últimas declaraciones del asesor presidencial para las negritudes, Óscar Gamboa, al periódico El Colombiano van en esta dirección: los gobiernos deben comprometerse y esforzarse en construir una sociedad que incluya a todos. “Mi mensaje es que traten a los negros como ciudadanos colombianos", expresó el representante pero también añadió algo muy importante: “La lucha [de los afros] no es para que privilegien a los afros sino para que construyamos sociedades. A los racistas hay que responderles con pedagogía. Hay que trabajar más la etnoeducación y que los niños entiendan la diversidad".
Y justamente éste es el tema que queremos abordar en este Editorial. Si bien es cierto que la iniciativa oficial –o institucional– es importante en materia de afrodescendencia para reparar los daños infinitos causados por la esclavitud, también es cierto que estas iniciativas no tienen sentido si las mismas comunidades de afrodescendientes no toman consciencia de la importancia de controlar y gestionar estos procesos de afirmación (y reconciliación) identitaria.
No sólo están en cuestión las reparaciones materiales y la ayuda institucional (para que la población se integre plenamente en la sociedad), sino el fortalecimiento de la identidad de un pueblo que se ha visto obligado a abandonar muchas de sus tradiciones y aceptar las de la población dominante como suyas.
Ahora bien, algunas preguntas que deben hacerse las comunidades afrodescendientes durante este largo camino de consolidación –y antes de que las instituciones gubernamentales organicen eventos de celebración u homenaje– son las siguientes: ¿Qué significa la afrodescendencia? ¿Cómo recuperar la memoria de un pueblo? ¿A través de qué actividades? ¿Con qué fin? ¿Cómo mantener esa memoria y hacer que se integre positivamente en el entorno colombiano? Y a partir de ahí, organizar talleres y reuniones que permitan dilatar este esfuerzo en el tiempo.
Un afrodescendiente debe conocer las vivencias del gran Benkos Biohó -el primer esclavo libre del país- así como la existencia y el esplendor de los Imperios africanos de Mali, Songhai o Ghana antes del siglo XV (porque son parte de la herencia africana). De la misma forma, tiene que conocer el sufrimiento de Mandela o Martín Luther King para que las comunidades negras de sus respectivos países –Estados Unidos y Sudáfrica– sean reconocidas.
En resumidas cuentas, la herencia africana debe celebrarse con orgullo, y siempre con el criterio de las comunidades afros (antes del de las instituciones gubernamentales).
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