Opinión
La convivencia comienza con el lenguaje
Una de las cosas de mayor agrado al final y al comienzo del año, es la belleza poética de los mensajes que recibimos porque nos invitan a darle gracias a Dios por la vida y a vivir con optimismo para qué nunca nos falte un sueño por realizar, algo por aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Estos mensajes son textos con un atractivo lenguaje lleno de añoranza y de fe, y hasta nos hacen soñar que el cielo abre sus cortinas de esplendor para iluminar los caminos de esperanza y prosperidad.
La belleza poética es el alto poder de incidencia que tienen las palabras para despertar la sensibilidad y la reflexión en el comportamiento humano. Una palabra de afecto es una ventana a la convivencia; pero una palabra ofensiva es una daga al desafío, y si no se tiene el don de la paciencia, la respuesta será con agresividad.
La convivencia comienza con la ética del lenguaje. El profesor francés, Michel Lacroix, clasifica las palabras en dos categorías: tóxicas y benevolentes. Las palabras tóxicas son las ofensivas, burlescas, las que hieren con mordacidad, y él que está herido espera la oportunidad de convertirse en verdugo y busca a alguien para lanzar sus ataques verbales. En cambio, las palabras benevolentes, son respetuosas, edificantes y suscitan la armonía en las relaciones humanas.
El profesor Michel Lacroix establece 8 reglas de la ética del lenguaje: “Mi palabra debe ser cordial: debo saludar, despedirme, dar las gracias. Mi palabra debe ser amable: debo dejar en el aire una suerte de puntos suspensivos para que el otro se exprese; no debo ridiculizar a nadie. Mi palabra debe ser positiva: debo ser una fuente de inspiración para los demás. Mi palabra debe ser respetuosa de los ausentes: debo evitar el encadenamiento incesante de juicios sobre los demás, como si la conversación fuera un tribunal virtual. Mi palabra debe ser tolerante: debo exponer mi punto de vista de manera no violenta y escuchar las opiniones distintas a la mía; la buena voluntad de discutir y escuchar es el fundamento de la democracia. Mi palabra debe ser guardiana del mundo: debo mostrar admiración por los que me rodea, el mundo natural y el social. Es mejor el exceso de admiración que el exceso de desprecio. Mi palabra debe ser responsable: debo hablar bien mi lengua materna, emplear la palabra precisa, respetar la gramática y la pronunciación. Mi palabra debe ser verdadera: debo evitar la mentira, los eufemismos hipócritas y las exageraciones injustas”.
Estas reglas deben ser un manual para los ciudadanos de Colombia, y en especial para los funcionarios de las diferentes instituciones oficiales y privadas del país. Quien practica la ética del lenguaje tiene la posibilidad de convertirse en agente asertivo de la convivencia ciudadana, y por ende, también será garantía para que los funcionarios cumplan con responsabilidad sus deberes.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
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