Opinión

La miseria y la escuela

Diógenes Armando Pino Ávila

17/06/2016 - 04:10

 

Niños estrenando nuevos uniforme en una escuela de Ituango (Colombia)

La pobreza extrema que se vive en las ciudades ya comienza a hacerse sentir sobre algunos sectores deprimidos de los pueblos pequeños. Esa pobreza golpea en forma despiadada y hace de sus moradores gentes que se aferran a la desventura, personas que hacen de su miseria la razón de su ser, pues se acostumbran a ella haciéndola su forma de vida.

Algunos arrastran su vida con tristezas y pesares, quejándose y auto compadeciéndose, tratando de ganar la atención de otros para solucionar sus necesidades cotidianas. Otros llevan sus problemas en un saco de fiestas, son alegres y bullangueros, trabajadores honestos que hacen los más variados oficios para paliar la pobreza, trabajan de sol a sol todos los días para el fin de semana encender sus equipos de sonido y a alto volumen escuchar champetas y vallenatos y perder la noción de sus problemas bajo borracheras descomunales.

Son gentes del común a las que nuestra sociedad les niega oportunidades, convirtiéndolos en ciudadanos de segunda, restringiéndoles sus derechos bajo formas disfrazadas de trámites y papeleos. Son personas que aparentemente tienen acceso al servicio de salud pero ante la quiebra de los hospitales no reciben el servicio porque ellos no tienen cómo comprar los insumos que requiere su propia atención.

Sus hijos son constreñidos en el sistema escolar, pues la escuela, los colegios han puesto una serie de talanqueras que le impiden el libre acceso a la educación. En la escuela se les exige a todos los niños el porte de uniformes de diario y de deportes que ellos difícilmente pueden comprar, no obstante hacen el esfuerzo de obtenerlo, privándose de otras muchas cosas dentro de su pobreza; pero la escuela de nuevo le hace el retén criminal contra su hijo al devolverlo porque los zapatos no son los exigidos por la institución, o el color de la correa no es el reglamentario, o los cordones de los zapatos no hacen juego con el uniforme, en fin una serie de trabas y condicionamientos que francamente le cierran las puertas de la educación a los niños de estos sectores deprimidos de nuestros pueblos.

Al alcance de esos padres no está la posibilidad de comprarle los textos escolares que la escuela exige y eso lo pone en desventaja con los compañeros que si pueden llevarlos, además se les exige fotocopias y otras cosas a las cuales ellos no pueden acceder ya que su escasez económica no se lo permite. Esta serie de exigencias terminan siendo procesos discriminatorios que violentan los derechos humanos de estos jóvenes y niños, condenándolos irremediablemente a vivir por siempre en su miseria ya que abandonan el sistema escolar antes de terminar el bachillerato.

Lo increíblemente cierto es que nosotros los educadores que manejamos un discurso sindical de clase, que gritamos consignas de reivindicación social, que parcelamos nuestra ideologías en «mamertos», «moirosos», «independientes» y qué sé yo, otras tantas denominaciones, seamos ciegos y sordos ante esa terrible realidad que viven esos niños y jóvenes que asisten a nuestras clases y que antes por el contrario seamos los que propiciemos esa discriminación cruel y absurda de devolverlos a casa porque la pobreza de sus padres no da para cumplir con los requerimientos de la escuela. No puedo generalizar, hay educadores con un alto grado de sensibilidad social, que comprenden la situación de sus alumnos y hacen grandes esfuerzos por mantenerlos dentro del sistema escolar, aun contrariando a los directivos docentes y a algunos de sus compañeros.

También es cierto que he asistido como observador a reuniones de padres, dónde en forma sutil les hablan de la necesidad estética del uniforme y de la idea que con éste se ahorran dinero de la ropa pues no la destruyen asistiendo con ella al colegio y otra serie de razonamientos que poco a poco inducen al padre a favorecer el uso del uniforme escolar; y cuando ya están a puntos, muy democráticamente les proponen que voten sí aprueban o no el uniforme para asistir al colegio. Ellos votan entusiastamente por el sí, y este sí que dan, inducidos por el razonamiento sutil que recibieron, se constituye el resto del año en la tenaza que pone en peligro la continuidad del niño en la escuela.

Cerrar las puertas del colegio a un niño, devolverlo a casa por cualquier circunstancia de las descritas en este texto, es de por sí un acto discriminatorio, es un atentado contra derechos fundamentales de los jóvenes y la niñez, es exponer un niño más a los peligros de la calle, es una irresponsabilidad del maestro o del directivo docente que asume esta actitud.

¡El que aprende o desaprende es el niño, no el uniforme! ¡Yo prefiero un montón de niños en mi escuela y no una colección de uniformes bellos y limpios en el salón de clases!

 

Diógenes Armando Pino Ávila

 

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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