Opinión
El muro del absurdo
Si bien es cierto que “no se debe llorar sobre la leche derramada”, hay que dejar constancia de las malas decisiones con efecto generalizado provenientes de gobernantes, dirigentes o entidades de influencia pública. Como fue la determinación unilateral del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de cerrar la frontera entre su país y Colombia como respuesta a problemas calientes de seguridad, los cuales no han tenido por parte de los dos gobiernos tratamientos adecuados a su gravedad.
La proliferación de actividades ilegales es recurrente en la zona fronteriza. Hace parte de la cotidianidad binacional. El contrabando y el narcotráfico representan una corriente de negocios de altísima rentabilidad para quienes los explotan y de esa red hacen parte bandas criminales en alianza con servidores oficiales, políticos y empresarios articulados a la corrupción, de las dos naciones.
Ese explosivo entramado está suficientemente diagnosticado. Se sabe cómo opera y quiénes son sus actores. Sin embargo, se han buscado soluciones superficiales mediante pañitos de agua tibia, que no pasan de ser paliativos ligeros para un mal crónico que ya tocó fondo.
El presidente Nicolás Maduro reaccionó ante una coyuntura criminal con despavorida desviación. En vez de concertar con el Gobierno de Colombia acciones comunes para atacar los factores de inseguridad decidió coger el rábano por las hojas y levantó ese muro del absurdo, que fue ponerles candado a los pasos fronterizos mediante la aplicación de medidas de ´Estado de excepción´, con ultrajes a colombianos residentes en su país, mediante deportaciones masivas. Fue ostensible la aplicación de procedimientos represivos y la violación de derechos humanos a indefensos ´extranjeros´ acosados por una xenofobia destinada a desviar la atención sobre la controvertida gobernabilidad.
Esa tranca para impedir el libre tránsito en la zona fronteriza no ha solucionado los problemas que fueron pretexto para imponerla. Hace falta la adopción de políticas bilaterales que generen una nueva dinámica para que sea efectiva la integración y se promuevan intercambios de recíproca utilidad en educación, cultura, salud, comercio, justicia y servicios básicos, como debiera ser entre naciones que tienen una historia común y vínculos familiares de peso en las relaciones de sus comunidades.
Si hay voluntad de solucionar los males que afectan las relaciones de Colombia y Venezuela en sus áreas fronterizas, se deben poner en marcha mecanismos de cooperación.
La nueva frontera de que se ha hablado tiene que estar alentada por actos de convivencia. El aislamiento y los cerrojos crean distancias inconvenientes y dejan sentimientos de enemistad, contrarios a la hermandad que debiera animar a dos pueblos con un camino geográfico común.
Pueda ser que el presidente Maduro cambie la arrogancia del poder por la lucidez en la comprensión de la historia, para no llorar sobre la leche derramada.
Cicerón Flórez Moya
@ciceronfm
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