Cine
Hotel Transylvania o el mundo de los monstruos sensibles
En estas fechas de Halloween, el tema de los monstruos, fantasmas y otros delirios de la mente surge con fuerza. Los mitos y leyendas más sórdidos vuelven a acapararse de la pantalla gigante y recuperan nuevos colores.
Este año la regla no cambia y la película de animación “Hotel Transylvania” se presenta como la propuesta más comercial aunque su director –Genndy Tartakovsky– se ha dedicado a retratar los monstruos de un modo distinto: es decir de manera sensible y dulce.
El protagonista principal, Drácula, ha dejado de ser un amante de la sangre humana para consumir un sustito más nutritivo y sabroso. Además, tiene una hija a quien adora más que cualquier cosa.
Ella, la vampiresa, es una joven muchacha, dulce y soñadora, que vive en un mundo de lujo, sobreprotegida por un padre que no quiere que se distancie de él. En el Hotel Transylvania, construido especialmente para evitar las amenazas del exterior (y especialmente las amenazas humanas), la joven crece encerrada en una realidad ficticia, sin conocer lo que hay más allá de los bosques que lo rodean.
Sin embargo, al cumplir la mayoría de edad, la vampiresa decide salir de su rutina y descubrir el mundo con sus propios ojos. Aprovechando sus poderes, se convierte en murciélago y emprende el viaje a una aldea donde se encuentra con unos humanos inesperados: monstruosos y crueles.
La frustración y el miedo la obligan a regresar a casa corriendo (o volando). Allí se encuentra de nuevo con su padre exultante, quien no esperaba que su hija volviera tan rápido. Todo esto era sin contar con la llegada de un joven aventurero, intrépido y humano, que de repente cambia todas las reglas del Hotel Transylvania.
Con este nuevo visitante, Drácula teme que su hija se sienta atraída por los humanos y vea en ellos unos seres no tan repugnantes. Esta aparición marca el inicio de un conflicto en la historia que tomará un rumbo inesperado.
En cuestiones técnicas, he de reconocer que la película es de muy buena calidad. Los dibujos generan un ambiente simpático y colorido (sin lograr el carisma de Walt Disney).
La historia va innegablemente dirigida a un público familiar y, por ese motivo, una gran parte de los chistes y personajes tienen ese carácter infantil. Pero hay que destacar una trama equilibrada donde los problemas y las soluciones se plantean de un modo natural y creíble.
Lo único que yo criticaría en esta película es un cambio de ritmo en la mitad que puede acabar cansando a los espectadores más exigentes, pero por lo demás la recomiendo a todos los que desean ir al cine con sus hijos o sobrinos para pasar un buen rato.
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