Opinión

La lengua colombiana y su pérdida de valores

Jorge Enrique Acevedo

16/03/2015 - 06:00

 

La lengua colombiana y su pérdida de valores

Este comentario no se referirá a la expresión clásica que tiene que ver con la capacidad de crear chismes, injurias e intrigas, todo lo cual folclóricamente se denomina “la lengua”. “Qué lengua la de esa señora”, la de ese muchacho, la de ese político, oye uno de tarde en tarde. No.

Lo que nos concierne hoy acá es el idioma por medio del cual nos comunicamos los colombianos y en concreto la referencia es al catellano, que algunos identifican como el español. De eso se trata.

Hay que comenzar por establecer que el idioma de esta tierra es el castellano y no el español. Porque hablamos la lengua de Castilla que es una de las constituyentes geográficas de España. Por esa razón en algunos códigos se habla de que “el proceso será en castellano”.

Ahora sí, entrando en materia: hubo una vez en que se afirmó por tratadistas muy reputados que en Colombia se hablaba el mejor castellano de América, haciendo referencia a que nuestros dirigentes, escritores y periodistas se expresaban con una alta calidad verbal. No es sino leer aquellos libros que tiene ya sus calendas, los periódicos de hace setenta años, y allí se comprueba esta afirmación. Pero como todo, cuando se obtiene un rédito, una calificación positiva, si no se hace el esfuerzo por conservarlo pues, tarde o temprano se pierde, eso ha pasado en esta sufrida Colombia.

Antiguamente y cuando hablo así, me refiero a los años de 1930, 1940 y un poco más cercanos, no había periodistas titulados. No había facultades universitarias de comunicación. Los que ejercían esa profesión se hicieron solos, en el campo de la cruda experiencia. Se forjaron en esa época romántica en donde los diarios escritos eran impresos en plomo, letra por letra –mucho antes de que aparecieran los linotipos–  (los cuales, estos últimos, eran una especie de máquinas de escribir de tamaño gigante pero que en lugar de fijar las letras en papel lo hacían en plomo caliente).

Fue la época en que los profesionales de esa noble actividad debían permanecer hasta las tres o cuatro de la mañana al pie del cañón, esperando la salida de los primeros ejemplares. Así todos los días. Pero la civilización avanza y ya los periódicos no se volvieron a hacer “en caliente”, surgieron las grandiosas rotativas, luego los computadores y así hoy nuestros comunicadores se van para sus casitas a más tardar a las nueve de la noche.

En esa época, incluso se exponían los periódicos de cada día en carteleras en las puertas de los inmuebles en donde estaban los talleres de redacción e impresión y la gente que no podía o no quería comprar el ejemplar de cada día, iba hasta la puerta del periódico en dónde se encontraba tal cartelera y leía las últimas noticias. Todo eso se acabó. Y según parece, todo ese amor por el idioma castellano se acabó también. Esto, desde luego, trajo la consecuencia de que la lengua colombiana ha perdido sus sanas características a pesar de los esfuerzos de la academia respectiva. Antes, las noticias internacionales se filtraban con dificultad, llegaban a los teletipos con escasez, pues la influencia internacional era poca. Ahora con tanta tecnología, es un alud de información el que llega por medio de la televisión y sus muchos canales, por medio de internet, de celulares, en fin, por lo que la pulcritud del idioma se acabó.

Entonces, en algo que los sociólogos definen como una penetración cultural para imponer modelos de sociedad cada día más individualistas y excesivamente capitalistas, el idioma fue sufriendo esa guerra y poco a poco fue perdiendo esa solidez que caracterizó las primeras calendas del siglo pasado. Lo que hoy se ve es el imperio de las palabras extranjeras y de los neologismos, que nos distorsionan el castellano y que ha llevado a que muchos crean que hablar así (o escribir así) es señal de más cultura.

Por su parte, las universidades que ofrecen la carrera de comunicadores, enseñan cómo se hace un video (algunos acentúan esta palabra en la í), como se debe actuar ante una cámara, como se hace un programa radial o para la televisión, e incluso como se manejan los programas de computador más adecuados para la tarea periodística, pero descuidaron profundamente la enseñanza del idioma castellano.

Esa materia es una costura en dichas facultades. Hay periodistas que nunca usan un diccionario. Entonces, los primeros profesores que tiene el país para aprender el uso correcto del idioma, que son los periodistas (ahora mal llamados comunicadores, como si diera vergüenza decir que son periodistas) están enseñando el uso de un idioma degenerado y lo hacen sin medir las consecuencias.

Pero en esa tarea no están solos estos profesionales. Los publicistas que son los que diseñan campañas de mercadeo, que fabrican logotipos, todo eso necesario para vender productos e imagen, estos sí que están convencidos de que todo lo que suene a extranjero es lo que vende. Entonces, por cuenta de periodistas y publicistas el castellano colombiano es un desastre.

Los publicistas impusieron eso de los “sales” en las vitrinas para ofrecer descuentos en las ventas y han generado confusiones en más de un presunto comprador mal informado que duda en ingresar o no al almacén porque en la vitrina no dice que entre sino “sale”. Y estos amigos de la publicidad nos hablan en una mezcla de castellano con inglés. Ya nadie habla del paquete que contiene los elementos de un producto cualquiera, ahora es el “kid”. Ya nadie habla de una central para llamadas sino del “call center”. Y todos felices porque “así somos más del mundo”. Y decimos “break” en lugar de pausa o descanso. Y decimos “living room” por cuarto de estar. Y decimos “pivot” por eje. Y decimos “planning” por planificación. Y decimos “gourmet” por gastrónomo o gastronomía. Y decimos “time” por tiempo. Y decimos “freelancer” por trabajador independiente. Y decimos “glamour” por atractivo. Y decimos “goal average” por promedio de goles. Etc. ¡ Qué felicidad ¡

A esta crisis de lingüística hay que agregarle las palabras del bajo mundo que se han venido incorporando y se oyen ahora en los sitios más exclusivos: “Bacano” que viene de bacán. “********” que es la asimilación de una enfermedad a una forma de insulto. “Man” que es del inglés y que se usa entre los calificados como “desechables” cuando se refieren a una persona. Etc.

Además, vienen las palabrejas por degeneración usual. Está el caso del verbo regalar” que significa obsequiar y que se usa hoy por hoy como sinónimo de dar. En la tienda se oye: “Me regala una gaseosa”. Está también el caso de los puristas que propiciaron la especie de que el verbo poner se debe remplazar por “colocar” hasta llegar al tremendismo de que “el niño se colocó triste”. Ah, y están los verbos que la industria de las ventas ha creado para su beneficio. Las agencias de turismo han insistido en usar el verbo “vacacionar” para irse de vacaciones y los bancos el de “banquear” para hacer diligencias bancarias. Y el “ofertar” y el “recepcionar” y etc, etc.

Agreguemos –por otra parte– lo que se lee en internet en dónde la ortografía murió en aras de la rapidez. En lugar del “que” se escribe “ke”. Abrir lo escriben así: “Havrir” lo cual no importa con tal de que se entienda.

No faltará el que diga que esas son polémicas que no son necesarias, que el idioma es para hablarlo sin limitaciones para el desarrollo de la personalidad, pero la grave realidad es otra. Al imponerle a un pueblo la destrucción de su idioma legítimo se gesta así una forma de dominación política.

La potencia de turno impone sus giros verbales a la débil y esa aceptación es una claudicación de los conceptos de independencia, de patria, de territorio, de Estado. Ahí es en donde Colombia sigue en la rodada, deslegitimándose cada día más, abriéndose cada día más para que los imperios hagan y deshagan para complacencia de exclusivas élites que tienen más el corazón en New York, o París o Londres que en nuestro terruño.

Están convencidos de que lo importante son los dólares o los euros, al precio que sea, los mismos que quieren acabar los páramos aunque a su vez el agua deje de producirse a cambio del éxito minero (ellos se irán a vivir a Miami si es del caso; no tienen problema y en últimas al planeta Marte). Ocurre en muchos casos. El ciudadano de la calle cohonesta sin saberlo. ¿Usted qué piensa?


Jorge Enrique Acevedo

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